Hay actos que son ilegales. Y otros que son
antiéticos. Los primeros no se hacen, porque hacerlos transgrede una norma y
ello conlleva un castigo. Las razones para no cometer los segundos son menos
claras. Que actuar antiéticamente tenga o no consecuencias depende únicamente
de la censura y la desaprobación de los demás frente a esos actos.
En sociedades como la Argentina, donde la
piolada es generalmente más apreciada que la ética, esa condena en muchos casos
hace tiempo no existe. Y cruzar la delgada línea de actuar antiéticamente no
genera problemas o hasta es celebrado. Eso fue llevando a que, por acumulación
de casos, vayamos perdiendo la sensibilidad y veamos como naturales y
aceptables cosas que claramente no lo son. Hoy quiero hablar de una de ellas.
Las encuestas preelectorales tienen la
función básica de intentar medir la intención de voto de la opinión pública.
Para hacerlo, numerosas consultoras utilizan técnicas de muestreo para,
consultando a un grupo relativamente pequeño de personas, proyectar con
bastante precisión cómo se comportará la mayoría. El procedimiento es bien
científico y hay pocas ciencias tan “exactas” como la estadística. Dadas las
características del “universo de electores” es bastante sencillo calcular cuál
debe ser el tamaño de la muestra para alcanzar un nivel de confiabilidad
elevada.
Sin embargo, hace ya tiempo que los políticos
han descubierto que las encuestas tienen una función más: no solo miden el
estado de la realidad, sino que afectan dinámicamente la propia situación que
está siendo medida. La publicación de información sobre las intenciones de voto
de cada candidato incide positiva o negativamente la decisión de los electores.
Este descubrimiento genera un incentivo perverso: si aquello que las encuestas
reflejan no se corresponde con lo que a un político le conviene, puede intentar
torcer el rumbo de los acontecimentos difundiendo como verdadera información
que es flagrantemente falsa.
Para que la técnica sea efectiva, de todos
modos, es necesario que la encuesta tenga credibilidad; es decir, provenga de
una fuente “seria”. Por esa razón, este acto, antiético de por sí, no es
posible hacerlo sin la complicidad de compañías encuestadoras que se presten a
graves manipulaciones metodológicas o, más simplemente, a mentir ellos también.
Dentro de todos los posibles sondeos
preelectorales, ninguno es tan sencillo de hacer bien como la ciudad de Buenos
Aires. Por la altísima densidad poblacional y la muy escasa superficie, es
fácil y barato recorrer todo el territorio para asegurarse con un número
relativamente pequeño de casos la calidad del muestreo realizado. En una
situación así, es IMPOSIBLE tener un margen de error muy grande al intentar
predecir el resultado.
Sin embargo, prácticamente todas las
encuestadoras que difundieron resultados sobre la fecha misma de la elección
erraron groseramente. Si asumimos buena intención de parte de las
encuestadoras, este error podría provenir de dos fuentes: 1) un vuelco
repentino del electorado a último minuto; o 2) fallos involuntarios en el
diseño muestral y la recolección de los datos. Si el caso fuera el 1), todos
los encuestadores errarían en la misma dirección, retratando la misma foto de
ese electorado cambiante. Si la situación fuera la 2), los errores serían
completamente aleatorios y no tenderían a beneficiar a ningún candidato de
manera sistemática.
El engaño y la mala intención quedan
burdamente claros cuando observamos que, “casualmente”, esos errores groseros
siempre favorecen a quien encarga y difunde la encuesta. En esta infografía
podemos ver que:
- La empresa encuestadora contratada por Pino
Solanas estimó que él iba a sacar el doble del caudal de votos que realmente
sacó (24.5% vs. 12,8%). No solo eso. También subestimó los votos de Filmus
(24.1% vs. 27.8%) en una cantidad que, oh sorpresa!, lo dejaba unas décimas por
debajo de Pino y le permitía ser él quien ingrese al Ballotage. Obviamente
ninguna otra encuestadora proyectó nada remotamente parecido.
- La encuestadora contratada por Telerman
estimó que él sacaría cuatro veces más votos de los que obtuvo (6.9% vs. 1.7%).
De ese modo, lo ubicó primero entre todo el lote de los candidatos “pequeños”.
La realidad es que tanto la Coalición Cívica como la UCR terminaron por delante
de Telerman, la primera obteniendo el doble de votos que él.
- Las dos encuestadoras contratadas y
difundidas por Filmus casualmente fueron las que le dieron la intención de voto
más alta, sobreestimando más del 7% la intención real de voto de este candidato
y subestimando en una magnitud parecida los votos de Macri. De esta manera, lo
ubicaban a un “manejable” 6% de distancia de ganar la elección, guarismo que
claramente no se condice con los más de 19 puntos de ventaja que realmente
hubo.
Y quiero ser claro en que si en este post no
doy un ejemplo comparable para Macri no es porque crea que Macri es más honesto
y no hubiera hecho lo mismo. Simplemente es porque en este caso las encuestas
lo favorecían y no tuvo necesidad de recurrir a estos manejos. La encuestadora
de Macri, otra casualidad más, estuvo bastante cerca de predecir bien el
resultado…
Poliarquía, que se maneja de manera
independiente, fue por segunda elección consecutiva la más precisa de todas.
Pero no le ganó por demasiado a Fabio, que sin ninguna pretensión metodológica
ni muestral pero tampoco “operando” para nadie en particular ¡pronosticó mejor
que casi todas las encuestadoras profesionales!
Tal vez a esta altura del post estés
pensando: “¡Chocolate por la noticia! ¿Qué novedad es que las encuestadoras dan
números que favorecen a los candidatos que las contratan?!”. Bueno, de eso se
trata el post. De que a esta altura nos resulta tan natural que nos mientan que
pasamos por alto que eso es COMPLETAMENTE INACEPTABLE. Empresas venden su
credibilidad para prestarse a escribir mentiras y el politico que las contrata
difunde información que sabe de antemano que es falsa.
La pregunta es: ¿Por qué aceptarían empresas
cuyo mayor activo es su credibilidad participar de un engaño que debería
dejarlas fuera del negocio para siempre? La respuesta es sencilla: eso no
sucede. En la elección de 2009 de la Provincia de Buenos Aires y otras más
había pasado algo similar. Y todas las encuestadoras siguieron adelante como si
nada: los medios siguieron publicando sus resultados como si fueran empresas serias,
los políticos siguieron contratándolas precisamente porque saben que no lo son.
Mientras tanto nosotros seguimos dando vuelta
la página como si mentir no fuera grave, creyendo y votando a gente que nos
toma por idiotas y nos miente una y otra vez. La única manera de que volvamos a
ser un país serio en el que prime la ética es no dejando más pasar cosas como
éstas, actuando éticamente nosotros, censurando a quienes no lo hacen y
demandando de quienes se proponen para gobernarnos un standard moral aún más
elevado que el del individuo medio.
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