No ha habido espacio en el que Maduro,
Cabello, Jaua, Jorge Rodríguez y otros voceros del oficialismo descarguen su visceral
odio en contra del candidato presidencial de la oposición Henrique Capriles.
En sus diatribas utilizan injuriosos
adjetivos con los que pretenden descalificarlo para hacer mella a su
candidatura, pero ignoran que este agavillamiento, aunado al ventajismo del
poder,(recursos económicos, utilización de bienes del estado, medios públicos
de TV, emisoras comunitarias, periódicos, revistas, quincenarios y panfletos),
lejos de perjudicar a Capriles le está brindando en este nuevo reto, un
inconmensurable apoyo moral no sólo de quienes depositaron su confianza en su
candidatura presidencial en el pasado proceso electoral en el que obtuvo nada
más y nada menos, que 6.700.000 millones de votos, sino también de gentes que
por múltiples razones se abstuvieron en aquella ocasión de depositar su voto.
Y estamos hablando de más de 3.000.000
millones de venezolan@s que ahora ven en la candidatura presidencial del flaco,
la expiación de sus “mea culpa” que permitió se atornillaran en el poder los que ahora no ocultan su ambición por
mantenerse en el mismo.
Pero, volviendo al inicio del tema de este
artículo de opinión, el odio que expresan en sus declaraciones, ruedas de
prensa, entrevistas por VTV y medios del oficialismo estos personeros del
partido de gobierno contra Capriles, es una manifiesta demostración de lo que
algunos expertos psicólogos califican que este sentimiento proviene del
nacimiento y la crianza que a posteriori se convierten en caldo de cultivo de
reacciones y sentimientos ruines, pues muchos de quienes expresan odio, en
algún momento fueron ignorados, rechazados, maltratados o abandonados y son
respuestas que en ocasiones nacen del odio por si mismo.
Entendemos y de acuerdo a lecturas que a lo
largo de nuestra carrera profesional hemos realizado, el odio tiene una función
de autoprotección de la dignidad, de defensa del ego, pues una válvula del
resentimiento o la respuesta a una injusticia notable o reiterada, pero pese a
las formas de justificación que puedan tener, es negativo en muchos aspectos,
pues además afecta la salud, especialmente el sistema inmune, el hígado y el
corazón. Se ha llegado incluso –de acuerdo a numerosas investigaciones – a
encontrar relación entre algunos tipos de cáncer y odios profundos no
perdonados.
En el marco de las relaciones personales, el
odio es un mortífero veneno que impide el encuentro, la comunicación, la
armonía y la convivencia basada en la comprensión, el acuerdo, el aprecio y el
respeto. Odiar es muy fácil, pues solo
basta con pensar que somos los buenos, los indicados, las víctimas. Menos fácil
es dejar de odiar, ya que se requiere mente abierta y corazón dispuesto, para
enfrentar el veneno. No hay mucha ciencia en quejarse, morder, gritar,
insultar, maldecir y golpear. Para eso sólo basta seguir el instinto animal;
tener una excusa, elegir un enemigo y verter en la sangre un poco de
adrenalina.
Nunca antes en la historia de Venezuela, en
los procesos electorales durante el quinquenio democrático, en la era pre
chavista, se había utilizado el poder con tanta abulia, abuso, prepotencia e
insultos de toda índole con lenguaje vulgar y falta de respeto contra los
adversarios que aspiran a dirigir los destinos de la nación. A ello sumamos el
caos tan profundo, que lo sume en una
dolorosa tragedia. Un país en el que
entre otras cosas, la corrupción se ha convertido en un virus mortal que
está desarticulando todas las arterias vitales que sustentan su estructura
social así como son los principios éticos y espirituales, los valores morales y
cívicos, que constituyen el pedestal sagrado que alimenta e impulsa su civismo,
desarrollo y grandeza.
Y es que el candidato del oficialismo está
más distraído en atacar a su adversario Capriles, por lo que no ha tenido
tiempo en los 100 días que lleva al frente del poder, para apagar el fuego de la indignación
popular que él mismo suscita por falta de un programa de gobierno, serio y
responsable como le impone y exige su alta investidura. Esta laxitud ha
profundizado la crisis económica, así como de la impunidad ante el incremento
de la inseguridad que tanto daño le está haciendo a la familia de miles de
hogares venezolanos, y que jamás se había registrado en la historia del país.
Maduro olvidó que su más alto compromiso no
es con la tan cacareada y mal llamada revolución bolivariana, sino con el colectivo nacional anhelante de
la paz y tranquilidad de la que siempre disfrutó en años pretéritos.
Tienen vigencia ahora más que nunca las
palabras de Lord Chesterfield, quien en cierta ocasión subrayo: "La gente
odia a quienes les hacen sentir su propia inferioridad".
Miembro fundador del Colegio Nacional de
Periodistas (CNP-122)
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
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