Figuras absolutamente irrelevantes y desangeladas comparadas con Chávez, dependientes del brillo y prestigio que aun conserva en amplios sectores populares del país, pero por eso mismo ideales para ser manejadas y monitoreados por el político inescrupuloso que terminó siendo el confiscador, administrador y usufructuario del poder político de Chávez: Raúl Castro.
No se sabe qué es lo qué pasa con el presidente Chávez en La Habana, porque, con un Fidel fuera de juego y un Raúl que es el dueño de Cuba, no se permite otro acceso a su presencia que no sea el de Raúl, o los cuerpos de seguridad cubanos, que actúan como una suerte de médiums que bajan las órdenes del dios enfermo o moribundo.
El presidente de Cuba, Raúl Castro, debe
sentirse en estos días como uno de los hombres más felices de la tierra, pues
de ser un eficiente segundón de su hermano, Fidel, en el marco de la opaca y predecible
política interna cubana, ágrafo, lacónico hasta el mutismo y decididamente
aburrido, ha pasado a constituirse en un líder continental, si no por derecho
propio, si por el que da el haber devenido en heredero de la primera monarquía
colonial y dinástica conocida en el continente después del fin del colonialismo
español hace 200 años.
En otras palabras: que no solo trono,
súbditos, países, enclaves, minas, mares, océanos, selvas, llanuras y
cordilleras, sino el amor obsecuente de colonos que al parecer se han
reconciliado con una condición y vocación que alguna vez pensaron removida y
desarraigada de sus psicologías, le han sido traspasadas por su hermano mayor a
este sucesor que pensó cualquier cosa, menos que alguna vez lo superaría en
influencia y poder.
Para empezar, sojuzga a uno de los países más
ricos del continente y del planeta, Venezuela, y desde la agonía de la economía
cubana en ruinas, tarantín de miserias insondables e insuperables donde después
de 54 años de experimento socialista jamás se le ha suministrado a los 10
millones de habitantes de la isla los bienes básicos que se requieren para
sobrevivir, extiende su influencia a semicolonias como Nicaragua, Ecuador y
Bolivia y hasta a países con presidentes de izquierda como Brasil, Uruguay y
Argentina que, no obstante, no intercambiar nada con Cuba, o muy poco, caen
rendidos bajo el embrujo y seducción de las otroras leyendas de la revolución
cubana.
Y si hay que intercambiar, pues ahí está la
inmensamente rica Venezuela con sus reservas energéticas abiertas a los socios
de club, y cantidades copiosas de petrodólares con las que se subsidian la
agroganadería, la industria liviana y pesada, el comercio y las manufacturas y
el acceso a los mercados financieros internacionales de países con cuentas poco
claras con sus acreedores como Argentina.
Y como centro del tinglado, de tamaña
anomalía o excrecencia histórica, una dictadura, la de los hermanos Castro, que
en medio siglo solo conoció dos presidentes (Fidel y su hermano), un partido y
una ideología y que ha retrocedido el desarrollo de la que fue una de las
economías más robustas de la región, a 50, 100 años de atraso.
Es la última dictadura comunista y stalinista
del mundo occidental y la segunda de todo el globo al lado de la de Corea del
Norte y de la que se predecía era inevitable que evolucionara hacia la
democracia y el capitalismo una vez que se habían impuesto al Imperio Soviético
después de 40 años del fenómeno que se llamó la “Guerra Fría”, hasta que en
Venezuela surgió un partido y un movimiento político en busca de una potencia
ideológica que los colonizara, y ahí, no muy lejos, a 2 horas y media de un
vuelo normal en avión, estaba la Cuba de los Castro.
Fue una amistad, conexión o fascinación que
comenzó con el primer encuentro entre Hugo Chávez, el teniente coronel líder de
los revolucionarios venezolanos, y Fidel Castro, el caudillo de los burócratas
cubanos, el primero nacido a la vida política en un golpe de Estado fracasado,
pero aventado a la presidencia del país a través de unas elecciones
constitucionales y burguesas; el segundo, alumbrado al calor de una guerra de
guerrillas en una sierra de la isla, en la cual, forjó, además, el prototipo
del revolucionario tercermundista de las últimas 4 décadas del siglo XX.
De modo que, de un lado, una leyenda de la
siempre doliente revolución de América latina tan hambrienta de héroes, dioses,
santos; y del otro, un insurgente como tantos otros, salido de un cuartel, e
impaciente de ser tomado en cuenta, admirado y estimado por aquel caudillo que
con unas solas palmadas daba lustre, prestigio y legitimidad.
Lo básico, sin embargo, en la amistad de
hierro entre los dos caudillos o comandantes en jefe, es que, lo que faltaba a
uno lo tenía otro, pues si la Cuba castrista era un proyecto en disolución por
el colapso de la Unión Soviética que lo subsidiaba, Chávez estaba ahí con toda
la riqueza venezolana para sustituir a los rusos como país nutriz de Cuba.
En cuanto a la Venezuela chavista, necesitaba
aliarse con uno de los últimos países totalitarios del globo que le
suministrara la experiencia, los cuadros, los expertos en inteligencia y
control de la población, en represión y destrucción de las instituciones para
que surgiera, como surgió Castro en la Cuba de los 60, un único e indiscutido
jefe en la Venezuela de los 2000: Chávez.
Hoy toda esta zaga yace en dos camas clínicas
en La Habana donde, de un lado, un Fidel cuasi nonanegario, achacoso, y con
síntomas de demencia senil solo sobrevive como una foto ajada, borrosa y en
sepia de la gloria que alguna vez fue; y del otro, Chávez libra una batalla
desesperada al parecer perdida contra un cáncer, como si, ante una inescrutable
decisión del destino, maestro y discípulo temieran presentarse por separado en
el juicio que, según la religión de sus padres, los esperaba en el más allá.
O quizá porque juntos estén mejor confortados
para aceptar la inevitable fatalidad de que, en el más acá, terminaron siendo
víctimas de herederos segundones que jamás calzaron sus puntos, pero dado que
fueron ungidos por monarcas absolutos, fueron acatados sin objeciones por las
maquinarias políticas y burocráticas que les crearon, y, aparentemente, sin que
se divisen en el horizonte las voces que tendrían que tronar contra un derecho
de sucesión arbitrario, anacrónico, ilegítimo e inconstitucional.
Más atornillado Raúl, con apenas 5 años menos
que Fidel, su compañero en la gesta de la Sierra Maestra, y si bien a años luz
de su carisma, inteligencia, olfato y audacia política, responsable del
establecimiento de la maquinaria militar y represiva que con la ayuda soviética
es todavía una de las más temibles del planeta.
Los herederos de Chávez, por el contrario, el
señor Nicolás Maduro y el teniente, Diosdado Cabello, no le deben su poder a
Chávez sino a Raúl Castro, quien convenció al líder bolivariano que, dado que
era muy probable su separación absoluta de la presidencia de Venezuela, dejara
las riendas del gobierno en manos de estas figuras jóvenes que, por sus pocas
luces, tendrían que solicitarlas en Cuba, una vez que la del “Centauro de
Sabaneta” se apagaran.
Figuras absolutamente irrelevantes y
desangeladas comparadas con Chávez, dependientes del brillo y prestigio que aun
conserva en amplios sectores populares del país, pero por eso mismo ideales
para ser manejadas y monitoreados por el político inescrupuloso que terminó
siendo el confiscador, administrador y usufructuario del poder político de
Chávez: Raúl Castro.
No se sabe qué es lo qué pasa con el
presidente Chávez en La Habana, porque, con un Fidel fuera de juego y un Raúl
que es el dueño de Cuba, no se permite otro acceso a su presencia que no sea el
de Raúl, o los cuerpos de seguridad cubanos, que actúan como una suerte de
médiums que bajan las órdenes del dios enfermo o moribundo.
Son generalmente instrucciones para reforzar
el coloniaje y la dictadura cubana en Venezuela, pero auspiciada, no por
procónsules o virreyes extranjeros, sino por estos funcionarios de destartalada
categoría que no tienen el coraje de pedirle al sátrapa caribeño que le den una
fe de vida de su otrora jefe el presidente Chávez.
Se prestan así al establecimiento en
Venezuela de una dictadura malhumorada, rapaz, ágrafa, lacónica, decididamente
aburrida y al margen del rescate de los derechos humanos que ellos saben mejor
que nadie llevan 14 años pisoteados en Venezuela.
Ni un gesto de piedad, debilidad, ni
humanismo por los presos políticos que sufren en las cárceles venezolanas y esa
no es una característica venezolana, sino de la Cuba de Raúl Castro.
Por eso ya corre por la calles de Caracas la
conseja de que Maduro y Cabello no son hijos de Chávez ni de Fidel, sino de
Raúl.
manumalm912@cantv.net
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