No había querido enterarme mucho del
“reality” en que se convirtió el triste caso Colmenares donde unas personas
acusadas de haber asesinado al estudiante Luis Andrés Colmenares en Bogotá son
actualmente procesadas.
No me atraía ese tema pues no creo en el enfoque que le
dan los medios a esos casos judiciales. Lo digo por experiencia propia y porque
me parece irrespetuoso juzgar por lo que dicen los medios, cuando hay
involucrado tanto dolor en las diferentes familias. Doy fe por la experiencia
de cómo en este país, a través de los medios, se dicen y se repiten mentiras
hasta casi convertirlas en verdades. Siempre rehuí caer en ese juego.
Pero por las revelaciones más recientes llegó
el momento en que es inevitable no enterarse de ese caso. Para eso habría que
irse del país o encerrarse en un monasterio y no puedo hacer ninguna de las dos
cosas. Este tema me confirma algo que ya sabía: que la Justicia en Colombia es
un teatro trágico muy opaco donde los falsos testigos van y vienen con gran
impunidad causando enormes desastres e injusticias. Ese teatro es en el que mi
familia y muchos otros en este país hemos tenido que vivir. En nuestro caso la
tragedia ya dura cinco años y medio.
En ese teatro, el protagonista es víctima de
un ente abstracto que se llama “Justicia”. Allí los actores principales se
llaman “operadores judiciales”. Algunos de éstos aparecen como personajes
impolutos y cristalinos que buscan la verdad. En realidad, sus gestos no son
más que una comedia. Lo que realmente hacen es trabajar al servicio de unos
intereses extra jurídicos, casi siempre ideológicos y políticos. Es lo que
ocurre en el caso Plazas Vega, y en el de muchos otros de militares privados de
libertad, porque la guerra jurídica es una de las “formas de lucha” preferidas
de la subversión. En otros casos lo que prima son obscuros intereses económicos
porque hasta ese teatro ha llegado el poder del dinero maldito, el poder del
narcotráfico y de la corrupción.
En ese teatro sombrío hay otros actores
importantes. Son quienes, además de juzgar y opinar, se encargan de atraer al
público a costa de lo que sea. Ellos son los medios de comunicación. Con tal de
lograr su objetivo ellos han desestimado el respeto al ser humano y olvidado la
presunción de inocencia.
Son impávidos e indiferentes ante el dolor de
unos padres de familia que han perdido a un hijo. Son insensibles ante el hecho
de que hay personas que han sido acusadas mediante mentiras y calumnias y,
sobre todo, mediante el detestable método de los falsos testigos o de la fabricación
de testimonios inexistentes, como ocurre en el caso Plazas Vega. Hay en
Colombia medios que con tal de dar una “chiva” dicen cualquier cosa sin tomarse
el trabajo de investigar ni de verificar los hechos que algunos les presentan.
Los actores más infames de esa farsa son los
testigos falsos.
Esos actores son el producto de un sistema
judicial enfermo que ha perdido todos los valores y las sanas referencias
jurídicas que Colombia tenía hace unas décadas. Nacen de la decadencia de una
justicia en donde se negocian rebajas de penas, como quiere el sistema
acusatorio, y como se aplica correctamente en otros países, pero sin que haya
entre nosotros el control que existe en otras latitudes sobre la pertinencia y
la legalidad de esas curiosas transacciones. La nuestra es una justicia que le
cree al más redomado delincuente y no al justiciable que presenta pruebas de su
inocencia y que ha demostrado que su vida es transparente y ha estado al
servicio del país y de la sociedad.
Esos actores infames son entrenados y reciben
sus libretos de ciertos “operadores judiciales”. En los casos de los militares
muchos son dirigidos por otros personajes claves de esta obra teatral: los
llamados colectivos de abogados que fieles al compromiso ideológico de la
combinación de las “diferentes formas de lucha” logran llenarse los bolsillos
de manera impresionante e impúdica.
Una vez montada, la obra es presentada ante
un público aparentemente impávido y frío que observa pero que no reacciona pues
no sabe si tiene derecho a reaccionar u oponerse a tanta barbaridad. Otros no
reaccionan pues creen que lo que les presentan es la pura verdad. ¡Qué
equivocados están quienes así obran! No se dan cuenta de que con la actitud
pasiva son ellos y sus hijos los que pierden. Pues más tarde ellos pueden ser
víctimas a su vez de ese sistema sin garantías.
Un país con falsa justicia jamás progresará.
Un país que no reacciona ante semejante tragedia no tiene futuro.
@ThaniaVega1
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Si eso ocurre en Colombia, en Venezuela es el doble.....Y con casos mas sonados. Y nada pasa. El gobierno que es la misma justicia, no le conviene hacer nada y nada hace. Es el macho de la partida.
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