Toda Venezuela se está preguntando hoy qué es
lo que viene a continuación. Muchos creemos que esta historia no culminará de
inmediato, porque las estructuras del Estado revolucionario han sido
cementadas, para complicarle al país democrático todo intento por construir un
sistema lejano a la intransigencia y al fanatismo
Nada cambia: si Chávez lograra prestar
juramento, o si no pudiera hacerlo, Venezuela no vería un destino diferente al
que está enfrentándose en este difícil 2013. Lo que sí estamos viendo es una
lenta evaporación del protagonismo político que ha monopolizado su figura, a lo
largo de las dos décadas transcurridas desde los golpes de Estado de 1992, sin
contar el tiempo de sus andanzas sediciosas dentro de la FAN. La vida del
comandante se está extinguiendo y con ella languidece también "la época
dorada" de la revolución. Nadie dice que su impronta se disipará de
inmediato. Ya sabemos que la descendencia bolivariana le sacará buen provecho a
su recuerdo y que, en ese plan, bregará por mantener a la revolución como una
fe religiosa, en el que las estampillas del jefe único fungirán de amuleto,
además de escudo para proteger a cualquiera de los ineptos a quien corresponda
administrar el legado del "irremplazable" hegemón.
Toda Venezuela se está preguntando hoy qué es
lo que viene a continuación. Muchos creemos que esta historia no culminará de
inmediato, porque las estructuras del Estado revolucionario han sido
cementadas, para complicarle al país democrático todo intento por construir un
sistema lejano a la intransigencia y al fanatismo. Otros, también muchos,
tienen una certeza opuesta, quizá inspirada en aquella sentencia profética que
la difunta Lina Ron dejó troquelada en el historial del "proceso",
cuando -conociendo el bolivariano mundo de truhanes que tanto cuestionó-
repitió, una y otra vez, su "con Chávez, todo y sin Chávez, nada". En
esa época, la inefable Lina -a quien nadie le objetaba autenticidad- se refería
a "los opositores" del presidente, cuya última voluntad -"voten
por Maduro"- ha dado lugar a una tormenta de lluvia ácida en las entrañas
del "proceso", en medio de la cual -y con la gestión lanzada al
olvido- forcejean los detractores y defensores de la inmoral ocupación cubana
en Venezuela.
Pensar que se avecinan buenos y vertiginosos
cambios, es apenas una esperanza que encubre lo que realmente presenciaremos:
una secuencia de enrevesados episodios, de los que pudieran surgir adversidades
tan inéditas como peligrosas. La división que el país ha padecido durante estos
14 años es el telón de fondo de los ajetreos que se nos enciman y es ella,
también, la que pudiera provocar heridas de inapreciable profundidad que, sin
duda, problematizarían aún más la delicada coyuntura nacional. La dirección
política de la oposición tiene una papa caliente en las manos: conducir
atinadamente las reacciones que, sin duda, generarán el desenlace de la
enfermedad presidencial. Sí: la tarea es difícil, pero no se le pueden facilitar
las cosas a los Castro. Es tiempo de alpargatas
argelia.rios@gmail.com
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