Desafortunadamente
muchos de los que hemos escrito acerca de la inconveniencia de continuar
apegados a la “agenda del régimen” –seguir empeñados en transitar la ruta
predeterminada por los instrumentos de acción del propio gobierno, en la
ilusión de alguna vez alcanzar la victoria y tomar el poder— hemos sido
tildados, cuando menos, de “radicales” y hasta de ingenuos colaboradores de la
autocracia que nos oprime, en tanto hemos propuesto caminos distintos al
electoral, si es que éste, el comicial, sigue y seguirá siendo arbitrado con
total ausencia de transparencia y
pulcritud, como para lograr siempre los mismos resultados, favorables a quien
establece las ominosas condiciones de la participación.
Por eso nuestra voz,
como la de muchos quienes nos entienden y nos acompañan, desentona y nada de lo
que pregonamos es oído con la atención que al menos la cortesía aconseja. Por
ejemplo, hemos repetido, insistentemente, que para empujar a Venezuela fuera
del curso decadente en el que lánguidamente se arrastra, desde hace ya muchos
años, es necesario afilar y afinar la imaginación, previamente convencidos de
que en nuestro contenido geográfico y humano existen infinitas posibilidades de
superación, tantas como sean necesarias para enrumbarnos hacia el Primer Mundo,
con nuestras propias ideas, con nuestros propios productos, obra de nuestro
propio trabajo creativo.
¿Hablamos “empalagosamente”
de simples deseos, de falsas ilusiones? ¿No será, más bien, que este país ya se
perdió, para siempre y que la sucesión de fracasos a los cuales viene llevándonos
el errático gobierno que nos “desgobierna”, no nos garantiza otra cosa que una
temprana “africanización”? Preguntas que
respondemos negativamente, porque sabemos, conocemos a Venezuela y entendemos
que queda mucha “pasta” en sus entrañas, fácilmente colocable en el atractivo
campo del comercio mundial, con resultados en rentas si se quiere fabulosas.
Ubíquese Ud. hacia el
sur del territorio; cruce el Orinoco y mire a su alrededor. Caracas quedó
atrás, con su desorden, su anarquía improductiva. Sus peligrosas tentaciones.
Su inutilidad. Ahora Ud. observa cómo el agua fluye en caudales profundos,
naturalmente bien encauzados. Cómo se desplaza sobre tierras llenas de
riquezas, bauxita, hierro, cuarzo, tugsteno. Barriales de oro y diamantes. Cómo
debajo del gran río –el octavo más largo y caudaloso del mundo, el Orinoco-- una faja bituminosa arropa inmensas reservas
de hidrocarburos que podrían aportarle a la humanidad valiosas contribuciones
para el desarrollo, mediante su transformación físico-químico-biológica. Se
estima en casi 500.000 los productos derivados de esa fortuna potencial,
distintos al específicamente energético, la gasolina, el combustible. Tierras
húmedas y de alto valor edafológico, capaces para alimentar millones de seres
humanos. Un territorio casi de fantasía, pero investido de realidades. Un fascinante
mundo aparte, distinto al resto de Venezuela, pero donde también se aprecia cómo
el virus de la ignorancia, la incultura, el atraso, el subdesarrollo, se ha ido
enraizando, aniquilando sus potencialidades. ¡Cómo se hunde la esperanza y cómo
se atrapa, criminalmente, una región que podría hacerse valer, por sí sola, en
el mundo de las grandes negociaciones y los grandes procesos evolutivos! Pero
no Guayana, entiéndanlo. Otra vez Caracas apoderada de Venezuela. Dueña de
Guayana. Propietaria ilegítima de sus riquezas. Perversa administradora de su
incipiente desarrollo.
Además de la
Gobernación del Estado Bolívar –estanco subalterno sin sentido-- quien manda y
gerencia todo ese complejo de riquezas en Guayana es el Estado Nacional, desde
Caracas y a través de una extraña intermediaria: la Corporación Venezolana de
Guayana, en cuyas sedes se mezclan burócratas y técnicos “burocratizados”
nativos de otras latitudes –muy pocos, pero muy pocos guayaneses-- con una mentalidad y unos propósitos
circunscriptos a los empeños de la Capital, es decir, con desprecio de lo que
deberían ser los intereses primarios de los manejadores de tal fortuna.
Nada queda, de
Guayana, para Guayana. Esa es una de las consecuencias de la falta de autonomía
en las regiones de Venezuela. Todos los esfuerzos de los venezolanos del
“interior”, todas sus riquezas, se orientan y “engordan” a Caracas, la sede
“imperial” del Poder Político Nacional. ¡Qué “comunismo”, ni qué “comunas”,
haciendo el ridículo, burlándose de si mismas, en una pantomima infernal! Las
turbinas del Guri fatigándose para alumbrar a Caracas, mientras en las celdas
de Alcasa y Venalum la alúmina se enfría y no se produce el aluminio; el
cuadrilátero ferroso del Imataca ve bajar los vagones de hierro natural y no
hay como encender los altos hornos para el acero. Los obreros piden limosnas y
las empresas quiebran, mientras Guayana tan solo observa y nada le dejan hacer.
Depredan su ambiente. La contaminan. Subrepticiamente introducen el monstruo
del narcotráfico. Diría un antiguo líder de la misma Venezuela atrasada: “¿Es
esto correcto?”.
Llegará el día,
cuando Guayana despierte, asomada a los nuevos tiempos, en que pensará
seriamente en la “expropiación” de aquellos bienes apropiados por la Nación, a
favor de la Región. Pero expropiarlos no para volver a colocar burócratas,
insensibles e incapaces, a dirigir sus líneas de producción. Buscará en Guayana
y en el mundo a los mejores y más interesados inversionistas y emprendedores
de cada sector industrial y escalará
Guayana los altos sitiales de la perfección, en un planeta que existe y que
espera por el éxito y la justicia de una economía de Regiones-Nación, en
concordancia con un nuevo diseño de la
producción en proceso continuo de cambio y transformación tecnológica
optimizada. Llegará el día.
Y cuando Guayana despierte, ya tendremos toda una
sintomatología del amanecer de la nueva Venezuela. Despertarán Los Andes.
Despertará el Zulia. Despertarán Los Llanos. Despertará Oriente. Despertaremos
todos.
Seguir secuestrados por una
cuadrilla de supuestos líderes, encasillados todos en el mismo Miraflores de
Caracas, es dejar que Venezuela termine abrevando el sabor amargo de una
derrota milenaria, mientras su gente se entregue cada vez más al culto de la
miseria por la miseria, de la pobreza del pobre, del atraso del atrasado. La
hora del amanecer no surge de la nada; hay que crear las condiciones para que
aparezca y cuando llegue, disponerse a una marcha triunfadora, incontenible, la
que no terminará ni siquiera en el infinito. Esperemos, por ahora, al menos,
que Guayana despierte.
...RAFAEL, MAGNIFICO!!!... PERO COMO HACEMOS CON EL TIRANO NEGRERO QUE JUNTO A SUS MAYORALES NOS AZOTA Y ESCLAVIZA,ASESORADO POR FIDEL??? SINCERAMENTE CREO QUE LOS MALES HAY QUE EXTIRPARLOS DE RAÍZ Y POR SU CAUSA, CHAO. jorgelopezmendez@hotmail.com
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