Hugo Chávez unos meses antes del siete de octubre no
significaba un rival de extremado riesgo ganador; su fracaso como gobernante dejaba a las claras
un desencanto en el pueblo que él, jugando limpio, no lo hubiese superado.
Hoy, comprobada la certeza de su victoria, se
entiende el por qué de cualquier apreciación que subestimara su posibilidad de
triunfo.
Ciertamente sacó la mayoría de
votos, pero fue una campaña desigual a la que había que enfrentar, porque nos
jugábamos el destino del país.
El
adversario era un enano levantado sobre las estructuras del poder; el ventajismo,la intimidación y el miedo
causaban indignación y vergüenza;
hicieron uso de los recursos del Estado con descarada inmoralidad y ¿que
no decir de la publicidad apabullante?.
Algo todavía hay que aclarar: ¿su enfermedad
es cierta o planificada para despertar la compasión con fines electorales?
Capriles, en su caminar por Venezuela, nunca demostró intención alguna de
revanchismo; mal pudiéramos los esperanzados en ese sueño -después de colocar cada quien su ladrillo- dejarnos arrastrar por resentimientos irreconciliables
contra los que votaron con criterio diferente al nuestro, sabiendo que también son venezolanos. La lección que aprendimos es que el siete de
octubre no era el día, pero sí estamos
muy cerca de lograr la Venezuela por la
cual luchamos, donde el respeto a las leyes constituya el primer paso que
dignifique la imagen de la función pública;
donde la justicia enseñe su cara libre de verrugas contaminadas,
sepultando el flagelo de la corrupción y la desvergüenza tarifada de los jueces
inmorales.
Capriles habló de educación, razonando sobre hechos reales. El
problema es estructural porque Hugo Chávez abandonó a la gente de menos
recursos, sometiéndolos a una vida de
extrema pobreza. En estos catorce años
de infierno y destrucción de valores, fueron muchos los niños que dieron el
salto a hombres de la mano del vicio y las niñas que a la edad del entretenimiento
con muñecas, vivieron la experiencia de un embarazo, sin la menor idea de lo
que significaba el llanto de un bebé y menos la tarea de amamantarlo.
De allí, el rudo foetazo al rostro de los tantos miles de jóvenes que en
lo más hermoso de sus años productivos pagan condena en las cárceles venezolanas.
Las cifras de
muchachos sin oportunidad de estudio son altamente elevadas; cada caso pudiera
ser distinto, pero en su conjunto y consecuencias resumen el mismo daño y la pérdida
de lo más preciado que es el ser humano.
Para el gobierno, la educación no
tuvo relevancia. El déficit de escuelas y liceos en eso
que han llamado revolución es impresionante;
ha sido donde más se desatendió el derecho al estudio y donde golpearon
a las universidades en un claro intento de amordazarlas ideológicamente y
ahogarlas en su presupuesto.
Desde la época de Pérez Jiménez a la del desastre actual, el
país no había conocido gobierno más ineficiente en cuanto a obras construidas,
administrando los más altos ingresos provenientes del petróleo. La historia es muy reciente. La democracia en sus cuarenta años le dio
paso a una forma de vida donde el ejercicio de la libertad constituyó la base
del progreso y el desarrollo. Posteriormente
y en hombros de esa democracia, llega Hugo Chávez -con lo que se puede
calificar de un accidente para Venezuela-
pisoteando los principios que deben regir en un gobierno decente.
No nos arrepentimos de
cuanto intento sea necesario para derrotar la inmoralidad política. Venezuela
es de los venezolanos; defenderla de cualquier tiranía es nuestra obligación: no votar es
rendirse.
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