¿Quién puede
cuestionarle a un votante, o incluso a un dirigente del sector democrático, que
sienta profunda tristeza por el resultado del pasado 07-Oct?
¿Quién puede
negarle a cualquier venezolano su derecho a sentirse mal ante una derrota
injusta, en la que ganó el peor y perdió Venezuela? ¿Quién puede desmentir lo
complejo de una situación en la que el ventajismo oficialista y la ausencia de
control institucional, crean un profundo desbalance en los procesos
electorales?
La respuesta a todas
estas preguntas es nadie, y la coletilla es que todos tenemos derecho a
lamentarnos y reflexionar legítimamente con preocupación sobre el futuro del
país. Pero la gran pregunta que debemos hacernos de entrada es ¿qué hacemos
entonces ahora: nos quedamos enguayabados y pasamos agachados en los
importantes procesos electorales venideros, o nos reactivamos ya y seguimos
adelante?
Para respondernos
esta interrogante es bueno hacer un poco de historia y recordar el antecedente
del año 2004, cuando, tras el resultado del referendo revocatorio -el cual sí
que estuvo plagado de todo tipo de irregularidades técnicas de principio a fin
y al que concurrimos prácticamente a ciegas en cuanto a auditorias y otras
condiciones-, la Coordinadora Democrática se dividió mortalmente en posiciones
irreconciliables, siendo que unos llamaron a votar en las elecciones regionales
que se realizaban dos meses más tarde a pesar de denunciar un fraude, y otros
llamamos a la abstención bajo la convicción de que efectivamente había ocurrido
tal fraude y las condiciones eran iguales, por lo que era ilógico volver a
votar así.
El resultado de esto
es historia conocida: la oposición retuvo sólo 2 gobernaciones y hubo una
debacle, con el agravante de que la ola abstencionista se prolongó hasta el
2005 y el retiro masivo de las candidaturas opositoras permitió que el Gobierno
reinara a solas en la AN durante todo un período legislativo. No obstante,
afortunadamente, la candidatura consensuada de Manuel Rosales en 2006 hizo
perder terreno al dilema entre participación y abstención y se retomó el camino
electoral con fuerza, sobre la base cierta de que las condiciones electorales
eran mucho mejores y auditables, por un lado, y que los partidos retomaron la
conducción de la política, por el otro.
Reasumida esa senda,
y habiendo cometido el Gobierno dos graves errores en 2007 (cierre de RCTV e
intento de reforma constitucional con perfil comunista), la alternativa
democrática comienza a cosechar éxitos electorales, ganando 2 de los últimos 4
procesos nacionales y conquistando importantes espacios regionales en 2008, lo
cual avivó la esperanza del pueblo y marcó el camino que Capriles honrosamente
lideró y ensanchó en las recientes elecciones presidenciales, obteniendo un
caudal de votos sin precedentes de nuestro lado y registrando un crecimiento
porcentual mucho mayor al que mostró el Gobierno.
Consumado este
capítulo hay que entender que nuestro avance constituye una gran victoria
política en medio de la derrota electoral, y en ningún caso significa el
fracaso definitivo de nuestra lucha. Nadie dice que lo que viene sea fácil,
pero es un hecho que si nos mantenemos unidos y seguimos participando (por
supuesto asumiendo errores y corrigiéndolos), tenemos posibilidades de éxito en
las próximas mediciones, siendo la más cerca la elección regional de diciembre.
Además, la MUD y todo el liderazgo político se mantiene unido y dispuesto, por
lo que no se repetirán la fractura y los errores de 2004 y 2005, y muchos menos
se intentará la vía de los atajos de 2002 y 2003.
Por último, bien vale
la pena pensar qué habrían hecho, por ejemplo, Bolívar o Betancourt en sus
largas luchas por la independencia y la democracia en Venezuela, ante un revés
como el ocurrido. ¿Se amilanó acaso el Libertador ante la caída de Puerto
Cabello en 1812, la perdida de la segunda República en 1814 o el fracaso de la
Expedición de los Cayos en 1816, o siguió luchando hasta las victorias de
Boyacá, Carabobo y Ayacucho que sellaron la Emancipación de América? ¿Se quedó
paralizado Betancourt ante la cárcel o el exilio en 1928, el decreto de
expulsión en 1937, o el golpe contra Gallegos y AD en 1948, o por el contrario
venció cada obstáculo hasta establecer y presidir el modelo de libertades en
1958? La respuesta en ambos casos es conocida, y por eso aquí, siguiendo esos
dignos ejemplos, no cabe sino reorganizarse mejor, seguir adelante con bríos,
volver a votar y triunfar. Ellos lo harían.
@CiprianoHeredia
cipriano.heredia@gmail.com
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