Barack Obama no ha cerrado la prisión de
Guantánamo. Eso es un hecho. Culmina su período pero la prisión sigue allí. Sin
embargo poco se escucha al respecto. La prensa “progresista” guarda silencio.
¿Por qué ese doble patrón, ese criterio gelatinoso para juzgar las cosas? Es
evidente que la prisión no fue un capricho de Bush y los Republicanos, que
cumplió y sigue cumpliendo un papel crucial en la lucha contra el terrorismo.
Llegó para Barack Obama la hora de la
humildad y para sus seguidores la de la autocrítica. No les resulta fácil. El
veneno mesiánico hace un daño profundo a la democracia y a los políticos que
como Obama sucumben ante la vanidad.
Estos pasados cuatro años, con el respaldo
complaciente de una prensa internacional parcializada y sumisa, Obama pasó de
promesas absurdas y demagógicas que incluyeron el retroceso de los océanos y el
florecimiento de los desiertos, a enfrentarse a la posibilidad de no ser
re-electo, de repetir a Carter, de entrar en la historia como emblema de una
franca desilusión política. Como Ícaro en la mitología griega, quiso volar tan
alto que el sol le derritió las alas.
Su discurso de hace pocos días, solicitando a
los estadounidenses que le concedan cuatro años más en la Casa Blanca, sonó
vacío y sin convicción. Era inevitable que Obama generase frustración en parte
importante del electorado, en vista de la magnitud del espejismo con que
encegueció a millones en 2008.
Hacia adelante Obama ofrece las mismas fórmulas que han conducido a Europa a la bancarrota y han sumado cinco trillones de dólares a la deuda de EE UU desde su llegada al poder: más gasto público, más subsidios, más populismo.
Pero la magia se ha disipado y la emoción no
es la misma. De allí que la actual campaña releccionista se caracteriza por un
sesgo puramente negativo. Ya no es: “voten por mí pues soy bueno”, sino: “no
voten por Romney pues es malo”. De los tiempos de esperanza y cambio Obama y el
partido Demócrata han pasado a la política del miedo y la destrucción personal
del adversario.
Si Obama hubiese recibido menos adulancia,
menos condescendencia, menos parcialización de parte de la prensa “progresista”
en su país y alrededor del mundo, quizás hubiese sido capaz de rectificar.
Clinton rectificó oportunamente y ello le valió un segundo período. Obama no ha
hecho caso a los síntomas de descontento y fracaso de sus políticas; decidió
radicalizarse y sucumbió a sus impulsos y de los sectores de izquierda en su
partido. Es factible que hasta se haya tomado en serio lo del Premio Nóbel,
otorgado por los despistados noruegos cuando apenas iniciaba su mandato y sin
haber hecho nada para merecerlo.
Los seguidores de Obama focalizan en la
situación económica las desventuras de su héroe. Hay bastante de eso pero no lo
es todo. El más genuino desencanto hacia Obama se mide en un ámbito distinto,
referido a su indisposición para unir al país, para buscar consensos y acortar
distancias. Su impagable e impopular reforma al sistema de salud no logró un
solo voto Republicano. Es frívolo acusar a los Republicanos de cumplir con su
deber al hacer oposición. Correspondía a Obama como Presidente proponer el
consenso y procurar la unidad. En lugar de ello, el partido Demócrata acentúa
las divisiones e identidades excluyentes. En vez del crisol social (“melting
pot”) americano, Obama y su partido impulsan el sectarismo grupal, el
resentimiento y la lucha de clases.
Las democracias actuales respiran demagogia y
por tanto Obama sigue en juego. Pero es y continuará siendo un Mesías sin
milagros.
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Excelente artículo, gracias.
ResponderEliminarCreo que Obama es más chavista que Romney, mucho más. Si Romney nos ayudará está por verse, pero Obama seguirá ayudando al bicho, eso es seguro.