¿OLIMPÍADAS EN VENEZUELA?
Aunque la
pregunta luzca irónica, no hay contrariedad en su planteamiento. Más aún,
existe una respuesta obvia que, sin duda, habrá de desatar más desagrado hacia
un gobierno que, de manera desconsiderada, ha realizado lo mínimo en materia de
gestión después de catorce años en el poder. Desgraciadamente así ha sucedido,
a pesar de los copiosos ingresos recibidos por una administración pública cuya
incompetencia devino en la más feroz corrupción que haya registrado la historia
política venezolana.
Sin embargo
ante la interrogante de entrada, distintas explicaciones sirven para poner de
manifiesto las abiertas contradicciones de un oficialismo sañudo que mientras
se jacta de financiar la participación de un grupo importante de abnegados
deportistas en los Juegos Olímpicos Londres 2012, por otro lado intenta valerse
de los más ocultos chanchullos para imponer sus criterios sin importarle la
norma establecida constitucional y legalmente.
La actual
gestión gubernamental, truculenta y autoritaria, no ha podido saldar las deudas
a las cuales hizo referencia en 1998 como razón para avalar la dimensión de los
compromisos adquiridos. Propuestas como la de depurar al país de males que
vinieron desfigurando la democracia, trastornando la administración nacional o
deformando objetivos de desarrollo económico y social, nunca fueron
concretados. Por el contrario, la vida pública del Estado venezolano se
enrareció al extremo que después de dos períodos presidenciales todo se
envolató. El país se convirtió en una espantosa tremolina donde impera “la ley
del más rojo”.
Entonces,
¿tiene sentido siquiera pensar en que Venezuela, con la maquinación que
promueve y distingue la acción gubernamental que ha hecho de los triunfos
deportivos absurda propaganda política, podría ser sede de unos Juegos
Olímpicos? Habrá que recordar las sucesivas argucias preparadas por el Poder
Legislativo oficialista para validar sus pretensiones con el propósito de arrebatarle
a todo actor político contrario el mayor espacio que mejor convenga a sus
intereses. Y si estas realidades se comparan con la probidad con la cual la
organización de unos Juegos Olímpicos pone en ejecución las distintas
competencias acompañadas de relaciones signadas por el respeto y la tolerancia,
habida cuenta de lo que entraña su razón de ser en el contexto de un mundo
plural, no es difícil inferir la imposibilidad real de que Venezuela, tal como
está dibujada en el devenir político-cultural, pueda ofrecerse para ser centro
de unos Juegos cuya realización requiere moral. Precisamente lo que carece esta
Venezuela en manos de una opulencia política desquiciada por el afán de poder y
de enriquecerse sin esfuerzo alguno.
Cómo imaginar
que Venezuela pueda llevar a cabo la realización de unos Juegos Olímpicos,
cuando en medio de un proceso electoral para escoger un nuevo presidente de la
República, el propio CNE viola el correspondiente reglamento. O si no, reajusta
la ley electoral a plena conveniencia del oficialismo. O porque el alto
gobierno complica todo mediante el arrebato de propiedades con cualquier excusa
que lo libere de culpa para así continuar arrogándose facultades para proceder
sin empacho, despótica e inconstitucionalmente contra quien mejor le parezca
por el mero hecho de contrariarlo. Cómo imaginar que Venezuela pueda acometer
unos Juegos Olímpicos, cuando sus funcionarios de alto rango actúan con la
prepotencia y torpeza que suele caracterizar a una horda de bravucones en una
exhibición de fatuidades. Así que en medio de tan contrapuestas realidades,
¿sería lógico pensar en unas olimpíadas en Venezuela?
VENTANA DE PAPEL
¿DEPORTE SOCIALISTA?
Pensar en la
práctica deportiva a la usanza revolucionaria, es desmerecer del esfuerzo que
realizan muchos por demostrar condiciones físicas y espirituales que el buen
deporte persigue y logra. Pero ¿cómo entender al deporte socialista? Pues tan
timado como el mismo gobierno central ha sabido hacerlo en perjuicio del
desarrollo del país. Es decir, si alguna competencia estuviese dándose y,
casualmente, el equipo contrario comenzara a aventajar al equipo del socialismo
criollo, se ordenaría, primeramente, suspender el encuentro. Seguidamente, el
régimen instaría las necesarias reformas de las normas que rigen la disciplina
en juego con el ánimo de revertir los resultados y de esa manera ganar, incluso
de antemano, la justa deportiva.
Sin embargo en
el marco de la pretendida revolución, los eventos serían objeto de las más
inverosímiles discusiones en el seno del PSUV pues así adecuarían hasta la
logística a fin de favorecer al equipo revolucionario por encima del otro. La
desigualdad, la injusticia y el abuso serían los criterios sobre los cuales se
elaborarían y tomarían las decisiones que signaría tan particular práctica
deportiva. Los competidores serían exaltados no por sus capacidades y
condiciones, sino por la medida de la sumisión o cuán arrodillados lleguen a
estar. Puro deporte socialista.
¿LA GORRA DEL PECADO?
Este Consejo
Nacional Electoral se pasó de la raya. Ahora le dio por cuestionar el uso de la
gorra del candidato Enrique Carriles con la ridícula excusa de que infringe la
ley electoral por aquello del uso de los colores de la bandera. Pero cuando el
candidato-presidente utiliza la chaqueta tricolor, sólo recibe aplausos. Sólo
faltaría que la tosquedad de quienes tomaron tan estrafalaria decisión, la
asuman contra aquella multitudinaria población que, en apoyo al candidato
opositor, seguirá usándola. La situación se le engorronaría a las autoridades
policiales. Más de la cuenta al sobrepasar su capacidad para solventar
problemas que todavía no alcaza a resolver como el de la inseguridad que tiene
al país en ascuas.
Por qué
entonces no se sancionan los abiertos y repetidos abusos del gobierno cuando,
ufanándose del poder, exceden lo permitido por ley cayendo así en un plano de
irreverencias que no es advertido a los fines de penar las arbitrariedades
cometidas a través de su sistema nacional de medios públicos. La justicia
tuerta que pone en práctica la autoridad gobiernera del CNE, busca con tan
injusta medida golpear la imagen de Carriles. Aunque sin comprender que todo
cuanto emprenda el gobierno central, a través del aludido Poder Electoral,
contra el candidato de la oposición democrática actúa como un bumerang. O sea,
se devuelve pero no para reutilizarlo como arma, sino para aplastarlos (con los
votos el próximo 7-O) en su propia cueva. Tanta alharaca por una gorra, pero
ninguna por los desafueros gubernamentales. Tanto por una gorra o acaso es ¿la
gorra del pecado?.
REVOLCÁNDOSE EN SU TUMBA
Cuanto han
usado a Bolívar en beneficio personal, con fines proselitistas o intereses
vulgarmente politiqueros. Desde el siglo XIX, el nombre de El Libertador ha
servido para manipular incautos. Pero también, para inflar una historia sobre
una narrativa exagerada que viola verdades elocuentes y demostradas a través de
los tiempos. En particular, por el trabajo de quienes retrataron en lienzo y en
momentos de vida, a Bolívar de cuerpo entero. Sin embargo, el candidato del
oficialismo, basándose en su arrogancia y egocentrismo, quiere ahora parecerse
al Padre de la Patria. Tanto, que de ahí viene la risible frase: “candidato de
la patria”. Aunque más fachosa luce lo de “corazón de mi patria”.
Pero en el
fondo de tan cuestionada situación, lo que ha intentado con el nuevo rostro de
Bolívar es que sus facciones tiendan a semejar las suyas. Es decir, las de Chávez.
Aun cuando se ha dicho a nivel de algunas opiniones, que ahora quiere
expropiarse el rostro de El Libertador. O porque el nuevo rostro se confeccionó
a imagen y semejanza de Chávez lo que deja ver detrás de todo ello, que mucho
de lo pretendido sólo llaga a mera chabacanería. O como diría alguien, que lo
que falta es que al gobierno le dé por saber “qué tipo de palillos usó Bolívar
después de cada comida para limpiarse los dientes”. Pues a todas estas, no se
ha podido demostrar, tal como ha sido empeño de Chávez, si Bolívar fue
envenenado por la oligarquía colombiana.
El problema se
resume en una palabra: cambiar la historia para adecuarla al manejo de una
revolución que de revolucionaria no tiene nada. Todo esto refleja el grave
problema que origina cuando la historia y la política confunden sus horizontes.
En este momento, seguramente Bolívar estará revolcándose en su tumba.
amonagas@cantv.net
@ajmonagas
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