UNIDAD DIVERSA
La candidatura de Henrique Capriles gana fuerza. Su tendencia
ascendente es evidente en la calle y está a la ofensiva; en forma inesperada ha
comenzado a marcarle la agenda a Chávez. No hallan cómo combatirlo.
El pináculo
del ridículo más reciente ha sido la argumentación presidencial que disputa un
supuesto parentesco del candidato opositor con Bolívar. El asunto es bufo como
tema, pero que a Chávez lo incomode es más bufo todavía. En el campo
oficialista se ven desconcierto político y matices de desesperación. Nadie que
permanezca cuerdo puede asegurar que ya Capriles tiene los votos consolidados,
pero el electorado en una cierta porción decisiva le hace guiños al líder
opositor mientras el Presidente se ha tornado aburrido, con una campaña carente
de imaginación. Tan mal está Chávez que ahora ofrece hacer las paces con sus
enemigos del empresariado y la clase media, claro, sólo por dos meses. Chávez
no ha perdido las elecciones pero puede perderlas con votos contados. Hay
regiones del país en que, a precios de hoy, ya las perdió.
Ahora los demócratas se enfrentan a un período decisivo en el
cual toda la acumulación de fuerzas y energías deberá ponerse a prueba para
remontar el trecho decisivo. En este período se discuten dos visiones dentro de
la oposición: una, dominante, que representan Capriles y su grupo; y otra, de
quienes comparten la necesidad y las ganas de la victoria del candidato
opositor, pero tienen observaciones sobre el rumbo en esta etapa de la campaña.
Ambas procuran la victoria de Capriles; comparten entusiasmos y ganas, pero
tienen diferencias.
NO BASTA LA INFANTERÍA.
En la guerra, para ganar y consolidar el terreno la
infantería es indispensable, pero la artillería, los ingenieros, los blindados,
la logística, la inteligencia, son todos elementos necesarios. La diversidad de
armas concurre a la obtención del objetivo. Asimismo ocurre en la lucha
política, especialmente en la democrática, por definición, diversa; las
diferentes funciones -y visiones- cooperan con el objetivo compartido. Deberá
recordarse que las movilizaciones desde 1999 hasta 2005 con las multitudes en
la calle, criticadas por los jefes de hoy, crearon las bases para los avances
posteriores.
El empleo de diversas "armas" ocurre ahora también:
unas cosas las dice el candidato, otras Leopoldo López inmediatamente después,
o Armando Briquet, algunas su comando, más allá la MUD, también los dirigentes
de los partidos, representantes de las ONG, los empresarios con vara alta, y
además unas cuantas voces de quienes participan en los medios de comunicación.
Esa diversidad de funciones puede también expresar diversidad de visiones que
sin cuestionar el objetivo compartido pueden diferir sobre la mejor forma de
alcanzarlo.
Aceptar esa pluralidad es democracia. Sin embargo, hay un
insensato nivel de intolerancia en núcleos de la oposición que no quieren
debate, ni ideas diferentes a las del grupo inexpugnable que diseña junto al
candidato, su política. La pasión por el pensamiento unificado, único y
uniforme, es perversa porque impide revisiones apropiadas. Hay una experiencia
que estos cultores del unanimismo chavista dentro de la oposición deberían
considerar: después de las primarias el candidato Capriles se resistía (con
argumentos por cierto, porque así ganó las primarias) a atacar a Chávez; se
refería a los problemas pero no a su causante o responsable; progresivamente se
levantó una posición crítica vigorosa que alcanzó al candidato y a su comando,
y se produjo un extraordinario y productivo viraje: Capriles comenzó a atacar
al Presidente o, como lo llama, "al otro candidato". Que lo hayan
tenido previsto porque no contábamos con su astucia o que hayan escuchado la
demanda, es irrelevante; el viraje ocurrió y colocó a Chávez a la defensiva, al
menos temporal.
LO QUE AHORA SE DISCUTE.
La posición mayoritaria dentro del comando de Capriles estima
que no hay que alterar el curso actual de la campaña en discusiones o
enfrentamientos laterales, que distraerían del objetivo. Consideran que el
secreto del voto está garantizado y que una cobertura de 100% de las mesas con
representación opositora no dará lugar a trampas y pataleos oficialistas. El
supuesto que está detrás de esta posición no es ingenuo; esta visión sabe del
ventajismo del gobierno, de los intentos legales e ilegales del régimen por
ganar, pero considera que si hay los votos, se cuentan y se tienen en la mano,
el régimen no podrá alterar los resultados, los militares tendrán que reconocer
-y hasta garantizar- el resultado; no ignora este enfoque que podrían venir acciones
violentas pero -estiman- que en el contexto de una victoria democrática no
tendrían destino.
La otra posición considera que el secreto del voto puede
existir pero que una porción importante de venezolanos no lo cree precisamente
porque el Gobierno, con la mano boba por allá abajo, promueve la duda en la
materia. En este sentido, aceptar la captahuellas adosada a la máquina de
votación parece un poderoso disuasivo frente a la libertad de conciencia. El
tema de la cobertura de las mesas es otro asunto importante porque se han
creado miles de mesas, muchas de ellas en lugares controlados por el chavismo.
Pero, lo más importante es que hay un proceso de ventajismo
conjunto del Gobierno y el CNE aderezado con la participación de la Milicia
Nacional en el Plan República -controlada políticamente por el PSUV-, además de
los temas del manejo del Registro Electoral, de la disposición física y el
control de las máquinas de votación, que crean las condiciones para un fraude
electoral, entendido éste en un doble sentido: el que deriva del ventajismo
abusivo que intimida al votante, y el que deriva de las acciones que pueda
desplegar el gobierno, el PSUV, el CNE, la Milicia y la FAN el día de las
elecciones.
Esta posición defiende la necesidad de denunciar vigorosamente
esta situación, sea para lograr que algunos de estos factores fraudulentos
dejen de estar presentes, sea para evidenciar su existencia aunque no pueda
lograrse que dejen de operar.
La posición dominante dentro de la oposición sostiene que
decir estas cosas puede fortalecer el propósito intimidatorio del régimen y
llevar agua al molino indeseado de la abstención.
Por el contrario, la otra posición defiende la tesis de que
sólo con una visión real del desafío y una denuncia vigorosa de las condiciones
electorales puede lograrse el objetivo de ganar, de que la victoria sea
reconocida y que se mantenga, aun si es disputada.
Al candidato se le acompañará cualquiera que sea la
estrategia que domine al final. La situación pinta bien, la desesperación oficial
es evidente. El que Sandra, la pizpireta, haya optado por la medalla de oro del
ridículo, ganada en muy buena lid, al prohibirle el uso de la gorra tricolor a
Capriles, habla de otro miedo, el que siente el poder.
www.tiempodepalabra.com
Twitter @carlosblancog
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