Bueno
sería recordar los calificativos que le había aplicado Carlos Marx, el fundador
del materialismo dialéctico, al libertador Simón Bolívar. Decía el redactor del
manifiesto comunista de 1848:
“Bolívar es un palurdo, un hipócrita, un chambón mujeriego, un inconstante, un botarate, un aristócrata con ínfulas republicanas, un ambicioso mendaz cuyos contados éxitos militares se debe solo a los asesores irlandeses que ha reclutado como mercenarios”.
Lo
que más abominaba Marx era el culto a la personalidad de la que se había
imbuido el caudillo caribeño y la supuesta conducta “burguesa republicana” que
adornaba la imagen del mentor de la revolución bolivariana.
¿Qué
pensaría Carlos Marx de Hugo Chávez si se levantara hoy de su tumba, ante el
hecho abominable de la venta millonaria de petróleo de parte de Venezuela a la
primera potencia del mundo occidental? ¿Conoce Chávez cuánto de ese oro negro
precioso va a parar a la maquinaria bélica del país más rico del mundo que ha
invadido Afganistán e Irak? Ese fantástico y denigrante negocio bilateral
enturbia la credibilidad de Hugo Chávez cuando habla de liberar a toda la
América Latina de la hegemonía yanqui.
Por
otra parte, Venezuela va a entrar al Mercosur el 31 de Julio por la puerta
estrecha, exhibiendo las condecoraciones de ser uno de los mentores ideológicos
del Unasur bolivariano, con una democracia participativa y popular que mucho
nos hace recordar al fascismo de Benito Mussolini, que en el lapso de dos
decenios embarcó a Italia en una brutal carrera armamentista muy similar a la
que está llevando a cabo hoy el presidente venezolano.
No
satisfecho con ello, Chávez se ha erigido en juez, censor, cuestor y
administrador del destino político de otros pueblos de la América Latina que
luchan por la autodeterminación, la soberanía y la no intervención en sus
asuntos internos, al tiempo que venera la imagen del malogrado genocida Gadafi,
del cruel dictador Assad, y del presidente de Irán que ha dicho, en una de sus
manifestaciones más degradadas que la historia universal ha podido consignar,
que el Estado y el pueblo hebreo deben desaparecer del planeta, al mejor estilo
del pensamiento hitleriano que masacró a 6 millones de judíos.
Hugo
Chávez también avala y alaba el sistema comunista retrógrado de Corea del Norte
y de todas las dictaduras que hoy se desenvuelven en la faz de la tierra, como
la de la China continental, con el trágico legado de la plaza de Tianamem y sus
horripilantes masacres callejeras.
Aquel
que ha cerrado medios de comunicación y que ha cercenado las libertades
públicas en su propio país quiere dictar cátedras de democracia. Con un
discurso histriónico, ostentoso, superficial, precipitado y mediático quiere
convencer al mundo entero de su éxito como líder indiscutible de un
bolivarianismo barato. Con proclamas mediocres y falaces ha querido tapar la
inflación galopante y los gravísimos problemas que padece su propio país en
materia de abastecimiento de los productos más indispensables para la vida.
Hace
unos pocos días, Hugo Chávez dijo que el soldado que no es bolivariano no puede
ser llamado venezolano y un alto mando de su cúpula militar dijo que si la
oposición gana la compulsa electoral, las fuerzas armadas no permitirán su
llegada al poder. Nos recuerda la historia que Hitler también proclamaba a los
cuatro vientos que un ciudadano que no fuera nazista no se podía proclamar
alemán.
O
como repetían Lenin y Stalin que aquel que no era marxista no podía tener
cabida existencial dentro de la Unión Soviética.
Hugo
Chávez ha representado un papel tragicómico en la escenografía dantesca de la
vida venezolana, pavoneándose de sus conquistas ideológicas y perdiendo de
vista a los miles de marginados de su propia patria que deambulan por las
calles de Caracas cometiendo toda clase de tropelías y violencias para lograr
la supervivencia, siendo considerada Caracas una de las ciudades más inseguras
del mundo.
Chávez
se consideró un profeta invulnerable e inmortal hasta que fue sacudido por una
dolorosa enfermedad. Habló de Cristo diciendo que había sido el primer
comunista de la historia universal, poniéndolo simplemente a la altura de un
revolucionario social, para terminar pidiendo clemencia y piedad celestial para
poder curar su dolencia.
Ojalá
que en el tramo difícil de su existencia pueda reflexionar acerca de su
permanente llamado a la violencia, de su odio ancestral y su rencor hacia todos
los que no comulgan con su ideología y con su “verdad”.
El
pueblo venezolano creyó ver en Hugo Chávez el más grande hombre de la historia
venezolana, quizá mucho más que el propio Bolívar. La vieja treta del líder
bolivariano, de las permanentes simulaciones y las odiosas mentiras está
llegando a su fin. Aquellas técnicas novedosas de comunicación social
monopolizadas al servicio del “gran caudillo” están siendo penetradas por otra
visión de un nuevo país sin exclusiones sociales, sin venganzas y sin
resentimientos soterrados.
Los
tiempos van cambiando, los mitos se resquebrajan, los ídolos caen, y a todos
los mortales tarde o temprano les llega la prueba final.
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