Si los
capataces de la revolución han restringido todos los mecanismos de control
público sobre su gestión, resultaría ingenuo pensar que sus radares hayan
excluido a las empresas encargadas de pulsar los ánimos de la gente
Claro que hay
miedo. Negarlo sería desconocer al país que hoy somos... La máquina del terror
-activada para doblegar a la sociedad, mientras se solfean inflamados
estribillos patriótico-independentistas- ha conseguido triturar la irreverencia
que solía distinguir la relación de los venezolanos con el poder. El signo que
ahora caracteriza ese nexo es el apocamiento de una robusta franja de
ciudadanos, donde caben apretados sectores de todos los estratos
socioeconómicos y de todos los oficios conocidos.
El petroestado,
devenido en poderoso partido político, es una boa constrictor que estrangula
sin distinciones, incluso a quienes parecen y se creen a salvo de sus
emboscadas. Nadie tiene privilegios: ni los que mejor entonan sus alabanzas al
mandamás, ni mucho menos aquellos cuya actividad envuelve la exposición de las
fallas y deficiencias del "proceso". Como se sabe, la fórmula alcanza
al periodismo, al igual que otras tantas ocupaciones, y no exime en modo alguno
a las empresas encuestadoras.
El hecho de que los afectados se silencien no
significa la ausencia de limitaciones en el ejercicio de la investigación de la
opinión pública. Fingir que las cosas les caminan sobre un lecho de rosas -aun
en medio del infortunio general-, no libera a los encuestadores de los efectos
prácticos del tipo de violencia que supone la aplicación del chantaje y la
intimidación. Si los capataces de la revolución han restringido todos los
mecanismos de control público sobre su gestión, resultaría ingenuo pensar que
sus radares hayan excluido a las empresas encargadas de pulsar los ánimos de la
gente. Nada de extraño tiene que, aparentándose privilegiados en estos tiempos
de incordios, ellas sean en cambio la expresión de una servidumbre asfixiada
con guantes de seda para impedir las delaciones más variadas, incluidas las muy
medulares tendencias electorales.
Es imposible
descartar que también en este caso tenga cabida la autocensura, cuando no el
"cuide" de un negocio manifiestamente próspero... No hay lógica que
sustente la idea de que las encuestadoras son hoy un invulnerable reducto de
libertad y autonomía: tanto menos en la antesala de la crucial medición de
octubre, a la cual asistimos caminando sobre un campo minado.
Las brechas
que cada una de estas empresas muestra entre los candidatos huelen a coartada y
a comodín. Huelen también al temor encubierto de sus jefes, que creen estar a
buen resguardo eludiendo un imperativo del momento: sacudirse el miedo e
investigar como Dios manda al muy ensanchado sector de los "NS/NR".
El país necesita prepararse para aceptar lo que sentencien las urnas, porque un
resultado inesperado puede ocasionar una tragedia. No es buen plan hacerse
corresponsables de ella.
Argelia.rios@gmail.com
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