El mundo parece estar
protagonizando una comedia. Lo grave de ello es que algunos creen que se trata
de lo correcto y han decidido tomarse con seriedad el guion de esta farsa.
Entre tantas
afirmaciones falaces de las que acostumbran a proponernos a diario, el
populismo, hace décadas consiguió engendrar una frase, de la que los líderes
demagógicos del presente se han apropiado. Otros sectores se sumaron a esa
prédica al no poder imponer su comunismo por las vías ortodoxas, es decir las
más violentas, esas que recomendaban sus mentores. En ese esquema, estos
últimos optaron por ese camino más amigable con las democracias actuales.
Aquella máxima que
rezaba “donde existe una necesidad, nace un derecho” dio paso a una serie de
teorías por las cuales, un ciudadano, que tuviera una necesidad, cualquiera
fuera ella, debía ser satisfecho en su demanda.
Así las cosas se
declararon derechos de todos, el de alimentarse, la salud, la educación, el
trabajo y la vivienda, entre otros. En vez de establecerse que tenemos derecho
a esforzarnos para tener acceso a cada uno de esos bienes, se impulsó,
demagógicamente, enunciar esta especie de jubileo general, por el que todos los
ciudadanos tenemos derecho a ello, por el solo hecho de residir en una nación.
La palabra derecho, en
este perverso juego que nos plantean estos ingenieros en el uso del dinero
ajeno y poseedores de una mente privilegiada capaz de establecer a quienes
quitarle recursos para dárselos a otros, fue utilizada despiadadamente para
instalar una nueva idea, tan inmoral como operativamente inaplicable.
Bajo esta mirada, si
un ciudadano precisa trabajo, pues el estado, haciendo uso de sus recursos,
debería brindárselo. Lo mismo vale para la educación, la salud o la vivienda.
Todas esas, y otras más son OBLIGACIONES del estado, y de su gobierno de turno,
que debe hacer todo lo pertinente para satisfacer esas necesidades “mínimas” a
sus ciudadanos.
Con la oscuridad
conceptual tan habitual con la que se deleitan los reyes de la demagogia, no
sabemos muy bien que sería satisfacer esas necesidades. Es decir cuando se habla de alimentación, no
sabemos con qué cantidad y calidad de comestibles, cada ciudadano estaría
conforme respecto de sus necesidades en este rubro. Lo propio podríamos decir
de su educación, es decir hasta que nivel requiere, o si eso incluye
eventualmente su formación universitaria o las disciplinas complementarias como
idiomas, técnicas especiales, o porque no un título superior de posgrado.
Después de todo, la
palabra necesidad es ambigua, y subjetiva, y depende de quien la exprese, de su
mirada personal sobre lo que necesita. Alguien podría necesitar viajar al
extranjero para tomarse unas vacaciones, después de un esforzado año de
trabajo, o bien otros podría precisar de una casa con lugar para tres
vehículos.
Claro está que los
detentadores del poder, y sus ideólogos funcionales dirán que esa es una
exageración, porque después de todo ellos, sí, ellos y solo ellos, determinaran
que es una necesidad y que no lo es.
Es que ya nos tienen
acostumbrados a pensar por todos, y decidir por los demás, estableciendo que es
lo correcto y que no. Siempre es bueno recordar que se trata de mentes
brillantes, de verdaderos iluminados, de gente con un coeficiente intelectual
superior, lo que los hace elegibles para gobernarnos y conducir nuestras empobrecidas inteligencias
individuales que precisan de orientadores a quienes seguir como rebaño.
En este esquema, ellos
determinarán que es compatible con una necesidad y establecerán cuando un
ciudadano tiene derecho a eso que reclama y cuando, ellos, si, ellos y solo
ellos definirán que no.
Cuando lo determinen,
en ese caso, se ocuparán de financiar desde el Estado, lo que consideran es una
necesidad de vivienda, alimentaria, educativa o de salud.
Lo harán, claro está,
detrayendo recursos del sector privado via impuestos, emisión monetaria o
endeudamiento estatal, para pasarle la cuenta a todos los que trabajan por los
demás.
Haciendo una
hipótesis, ya no tan descabellada en estos tiempos, podríamos afirmar que si en
una sociedad solo generaran riqueza el 50 % de los ciudadanos, o cualquier otro
porcentaje menor o superior, eso significaría que esa porción de la sociedad tendrá
que solventar sus propias necesidades y, por via de la creencia generalizada
que se ha instalado entre nosotros de que una necesidad genera derechos,
también pagará la alimentación, educación, trabajo o salud o lo que sea de los
que no tienen esos recursos a su alcance.
Bueno, de eso se
trata. En ese tipo de sociedades vivimos, y a eso nos están arrastrando con sus
creencias no solo erróneas, sino perversamente inmorales.
Que quede claro que
cuando las cuentas vienen mal y los recursos públicos no alcanzan, los partidos
políticos que defienden a rajatabla estos principios son los mismos que se
ocupan de relativizar estos supuestos derechos que tanto difunden, pero de
ninguna manera les faltarán dineros públicos para la próxima campaña electoral
que les permita retener poder. Esa es su lógica. Así funcionan.
La sociedad debe saber
el precio que paga por repetir las perversas ideas de quienes difunden falacias
que solo les convienen en tanto les permite manejar la caja arbitrariamente,
bajo el paraguas de la sensibilidad social y la ayuda al prójimo, siempre con
dinero ajeno, de los que producen, de los que trabajan, a quienes además de
saquear, atacan ideológicamente por pertenecer a un supuesto circulo social
diferente.
Ese es el juego
intelectual que nos proponen. Nada nuevo bajo el sol. El problema no es lo que
proponen, sino la mansedumbre con la que muchos de los esquilmados terminan
apoyando esas consignas por vergüenza social, resignación ciudadana, o
inclusive adulación sin reflexión. Es tiempo de revisar esta idea desde su
origen. No sea cosa que la repitamos sin pensarla y sea una de las tantas
premisas que nos llevan a acompañar políticas equivocadas. Definitivamente, la
necesidad NO genera derechos.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
skype: amedinamendez
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