Es
una tragedia toparse en la vida con un mentiroso. Y no hablo de aquéllos que
dicen mentiritas blancas, sino de los mentirosos perversos. Esos que dicen y se
contradicen como si estuvieran tomándose un vaso de agua.
Tal
vez haya mentirosos que, por alguna patología, no tengan la intención de hacer
daño. Pero el resultado final es que dañan, no importa si no hubo intención.
Sin embargo, mucho peores son quienes mienten a sabiendas del daño que causan.
Ellos son responsables y deben responder por sus actos.
"Mentiroso,
mentiroso" una película de 1997 dirigida por Tom Shadyac y protagonizada
por Jim Carrey que cuenta la historia de un abogado que para escalar posiciones
se convierte en un mentiroso compulsivo, incluso con su familia. Su hijo desea como
regalo de cumpleaños que su padre pase 24 horas sin decir mentiras. Allí
comienza una trama que cada vez se enreda más. Y es que alguien que ha pasado
la vida diciendo mentiras no sabe cómo actuar cuando está obligado a decir la
verdad.
Un
país no puede ni vivir en paz ni prosperar si sus habitantes están en constante
estado de sospecha sobre si es verdad o mentira lo que dice el primer
mandatario. Lo pude constatar por los comentarios que recibí por mi artículo de
la semana pasada, "¿Y si no está enfermo?". El que muchas personas no
crean que el Presidente está enfermo nos habla de lo mal que estamos. Yo no sé
si Chávez está o no está enfermo, pero sí sé cuán enferma está nuestra
sociedad.
¿Cómo
podemos tener estabilidad si un porcentaje importante de la población considera
que el Presidente dice la verdad o dice mentiras sobre un mismo tema? Al menos
son tres millones de personas (quienes votaron en las primarias) que dudan
sobre si son verdad las cosas que dice Chávez, más allá de su enfermedad. Más
terrible todavía resulta que un número importante de miembros del PSUV duden
también sobre la veracidad de su palabra. Y es que el que mucho habla mucho
yerra. Chávez ha hablado demasiado, ha dicho demasiado y ha mentido demasiado.
La
mentira se ha institucionalizado como forma de gobierno. Nos hemos acostumbrado
a ella. Se ha arraigado. Se propaga como la verdolaga. ¿Nos damos cuenta del
peligro que representan el mentiroso y las mentiras para nuestra sociedad? ¡Hay
otro camino!
cjaimesbranger@gmail.com
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