La naturaleza del hombre es la
misma en todas partes y los hechos históricos suelen repetirse en el tiempo y
en distintas geografías. Pese a las diferencias y salvando las enormes
distancias, podemos decir que lo que sucede en la Argentina guarda un cierto
parecido con lo ocurrido al promediar la década de 1960 en China Comunista.
Allí se desató una verdadera crisis dentro del poder y Mao, que representaba la
ortodoxia marxista, lanzó un movimiento para conservarlo y fortalecer su
posición centralista. Para entonces, los avances del Siglo XX hacían crujir la
situación interna con grandes movimientos que destacaban la ansiedad de la
población por más libertad y bienestar.
Fue entonces que lanzó la
llamada “Revolución Cultural”, que provocó grandes encontronazos -algunos
despiadados- que alcanzaron a viejas figuras de la Revolución e incluso de la
“Gran Marcha” que instauró al régimen en el poder. Muchos huyeron, otros fueron
desplazados, hubo asesinatos y grandes hechos de violencia descontrolada y,
como parte de esas paradojas que acontecen en la humanidad, el impulso se lanzó
desde Shangai, ciudad que con el tiempo pasaría a convertirse en la avanzada
tecnológica y capitalista que colocó a China como una gran potencia del siglo
XXI. La mujer de Mao, Jiang Qing, fue la principal dirigente y ejecutora de la
lucha que se desató en todos los estamentos.
Entre nosotros, otra mujer,
Cristina W. Fernández de Kirchner, fue quien habló en un discurso en cadena del
objetivo principal de su gobierno centralista: “Se trata de una Revolución
Cultural” dijo con énfasis, y convocó a que esto fuera entendido por la
ciudadanía. Los más atentos recordaron entonces el contenido de la propuesta
ideológica aportada desde Londres por el pretendido filósofo Ernesto Laclau,
que encandiló a la habitante de la Quinta presidencial de Olivos con la idea de
reemplazar a la actual burguesía por una nueva que le respondiera.
Con la lupa puesta en los
hechos, los analistas más serios creyeron entender entonces cómo ha sido
posible el vertiginoso crecimiento de “La Cámpora”, que pasó de una simple
intención a corporizarse en un movimiento que, sin contenido doctrinario,
creció vertiginosamente en pocos meses y comenzó a ocupar, primero algunos
puestos legislativos, gracias a las presiones de los “cristinistas” por imponer
candidatos en las listas en detrimento de figuras tradicionales del peronismo
cuyos simpatizantes creen que ocupan el poder. Ahora, los jóvenes
“revolucionarios” llegan a manejar hasta la política petrolera.
Como no hay violencia para
ocupar cargos, ese ansiado poder no puede buscarse como en los años setenta.
Entonces sólo se instrumentan acciones especiales -algunas relativamente
sutiles- que simplemente se sustentan con dineros públicos, grandes sueldos,
premios especiales, destinos atractivos; se reforman los códigos, se alteran
las costumbres y los estilos, se controlan los medios de comunicación, se
compra o amenaza a periodistas, cuando el círculo aún no se ha cerrado y, como
parte substancial del proyecto -la verdadera Revolución Cultural en el mediano
plazo-, ocurre la elaboración de planes de estudio en todos los niveles, con un
contenido sorprendente que aún no ha sido asimilado por la sociedad. Mejor
dicho, que ésta aún no ha sopesado en toda su importancia, especialmente en uno
de sus acápites más substanciosos: la modificación de la historia. Decir, por
ejemplo, que los protagonistas de nuestra independencia fueron negros e indios,
que las obligaciones militares se venden y se compran, no es sólo un
divertimento demagógico o una simple demostración de incultura. Cristina lo
sostuvo y sostiene a tambor batiente y es demostración, esto sí, de una
concepción anormal de la realidad o, más simplemente, de un acto de locura.
En China, la Revolución
Cultural también tuvo estos perfiles. Acompañada de otros hechos más ajustados
a la realidad local, a su modo, los actores políticos controlaban a las Fuerzas
Armadas, los amigos dejaban de serlo de un día para otro, viejos compañeros de
lucha desaparecían de la escena, muertes misteriosas eran ocultadas en los
comentarios cotidianos o disimuladas en su verdadera esencia, los desórdenes
públicos, manifestaciones, descontroles poblacionales, la imposición de un
“Libro Rojo” para la formación cultural y el manejo político de quienes
producían alimentos, constituían objetos instrumentales de la verdadera
finalidad para un cambio cultural.
Visto con ojos de la democracia
occidental, el escenario creaba angustias y se convertía en demencial. Se
exaltaban figuras creadas para ponderar la lealtad absoluta y dependiente de un
proyecto que respondía a una figura única, con su pensamiento abarcativo y
descalificante de quien osara ser distinto. De desmentía el fracaso económico y
hasta se atacaban los aspectos más serios de la cultura abarcativa que se
deseaba reemplazar.
Entre nosotros, la lealtad a
Olivos y la Casa Rosada se mide en términos similares, que exaltan el concepto
de la sumisión. Se elige a los peores para ocupar cargos de importancia y se
busca desmerecer a quienes pueden convertirse en serios competidores
electorales. Tracemos entonces un cuadro comparativo. En lo económico ya está todo
dicho y se hace innecesario repetirlo (sólo para ubicarlo como factor
desencadenante); en lo partidario, la erosión de los partidos y la ausencia de
dirigentes líderes es una amenaza para la continuidad del sistema y enflaquece
los esfuerzos por invertir la marcha de los acontecimientos; la inseguridad
agrava los problemas de la vida cotidiana en una dimensión que profundiza, día
a día, la irrupción del narcotráfico; la niñez, la juventud y la opinión
pública en general reciben mensajes denigrantes de las costumbres, cunde la
falta de ejemplos constructivos y La Cámpora es únicamente una caja de dinero
que se mantiene con los gastos de empresas públicas conquistadas a esos
efectos. Es una estafa organizada como las casas de las Madres de la Plaza de Mayo.
Asesinos confesos son ponderados, galardonados en vida o muertos, como sucedió
con Urien y Devoto, por citar los casos más conocidos, incluyendo a los jefes
que dejaron manosear a la Institución que representan. La justicia está
invertida, como el tema homosexual transformado en una falsa normalidad; se
premia la cultura del no trabajo, la pobreza aumenta pero no se la reconoce, y
así, el tobogán del presente argentino se inclina más y más hacia abajo.
¿Ésa es la Revolución Cultural
que impulsa la Presidente de la República? Su desconocimiento le impide
entender que lo ocurrido en China fracasó, que sólo dio pie a una irrupción
distinta y que el curso de la historia registró un cambio tan profundo que
ahora son otros quienes están al mando y que la señora de Mao es nada más que
un recuerdo que se estudia casi como si fuese una curiosidad malsana.
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qué bien que alguien en el país ve con objetividad lo que sucede.
ResponderEliminarLos chinos tienen el comunismo pero la gente se ve privada de las cosas más elementales salud, educación y posibilidades de formación, la corrupción de come al país, y la libertad de pensamiento no existe.. seguí así Cristina que vas adelante!!!!!!
Pero acá dice que china es capitalista... en que quedamos? son comunistas o capitalistas?
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