Como parte fundamental e ineludible del
esfuerzo por hegemonizar culturalmente bajo las premisas del colectivismo a la
sociedad, se hizo necesario inyectar en ésta una falsa idea de su opuesto: el
individualismo. En efecto, anular la alternativa lógica de un pensamiento, es
el camino más efectivo para el posicionamiento hegemónico del mismo.
En líneas generales, dos han sido
principalmente las versiones ofrecidas sobre la naturaleza del individualismo.
La primera, lo trata como un desvío moral según el cual todo hombre debe vivir
para sí mismo, a pesar de que en ese intento deba sacrificar a los demás: es la
idea del caníbal. La segunda, lo trata como un error analítico según el cual
todo hombre es considerado como una suerte de átomo aislado actuando en el
vacío donde la interacción con los demás no debe tenerse en cuenta: es la idea
del náufrago aislado del mundo social.
Ambas caracterizaciones son intencionadamente
erradas por cuestiones que se hace necesario explicar, en virtud de la magnitud
del adoctrinamiento colectivizante que programa a las personas para pensar
automáticamente en el individualismo en los términos antedichos.
La primera definición que incluye una completa
desatención del individuo por sus semejantes al punto de poder sacrificarlos en
aras de sus propios fines, contiene en sus raíces −paradójicamente− la lógica
colectivista: la negación de que todo hombre sea un fin en sí mismo y que, por
consiguiente, existan hombres pasibles de ser reducidos a la condición de
“medio”.
La segunda definición por su parte, al explicar
que una visión individualista de la realidad divorcia al individuo de su medio
social, está nuevamente insinuando que se trata de la idea según la cual el
otro no existe. Pero sólo un ingenuo arriesgaría a descartar la influencia de
los individuos entre sí en el marco de sus interacciones.
Dicho lo que el individualismo no es (ni una
reivindicación del canibalismo ni una defensa del atomismo aislacionista), de
inmediato surge el inevitable interrogante: ¿Entonces de qué se trata el
individualismo? Pues se trata del reconocimiento de que cada individuo es un
ser único, inigualable e irrepetible en interacción con otros seres únicos,
inigualables e irrepetibles; que es el dueño de su existencia y que, por tanto,
su vida no le pertenece a su prójimo ni su prójimo le pertenece a él; que es
parte componente de una sociedad −esto es, de un conjunto de individuos en
permanente interacción−, y no un engranaje de un todo superior que en cualquier
momento puede reclamar su descarte; en concreto, que un individuo es un fin en
sí mismo y no un medio de los demás.
Tal es la naturaleza del individualismo. Tal es
la naturaleza de una idea que, lejos de disociar al individuo de su dimensión
social, la tiene tan en consideración que sólo admite que las interacciones
entre los hombres se den en forma de intercambios voluntarios y cooperativos
(la solidaridad, por caso, es una viva expresión de la individualidad) donde
nadie deba sacrificar ni ser sacrificado. Y a estos efectos, el individualismo
reclama no la anarquía, sino un sistema ordenado donde los derechos del
individuo sean el centro de gravedad del ordenamiento social.
Así como toda acción humana es precedida por
una idea, toda sociedad es conducida por una filosofía que aparece
relativamente implícita en su seno y de la cual emanan aquellas ideas que los
individuos consideran al momento de actuar. La tragedia de nuestro tiempo se
puede resumir en la intencionada desnaturalización del individualismo,
alternativa lógica del colectivismo, que posiciona a éste último como filosofía
hegemónica en la sociedad.
Las bases del colectivismo están sostenidas por
la idea de que la sociedad, lejos de ser un mero conjunto de individuos y sus
interacciones, se trata de una entidad superior al individuo con fines propios
distintos a los de éste. El corolario fundamental de esta idea es que el
individuo no tiene derecho a existir para su propio bien sino para cumplir con
lo que la sociedad “dispone” y le “exige”, y que por lo tanto ni su vida ni su
trabajo le pertenecen. La gran estafa de esta elucubración intelectual es
deificar una abstracción como la sociedad poniéndola al margen de cualquier
voluntad individual: cuando nos dicen que aquella tiene “fines”, en verdad se
están refiriendo a los fines que tiene un grupo de individuos que se adjudica
arbitrariamente la voz de este dios moderno.
Observe por un instante a su alrededor y
advertirá que las premisas colectivistas están dando forma a lo que nos sucede:
el individuo está siendo progresivamente despersonalizado dentro de la masa; la
soberanía que tiene sobre su existencia se está diluyendo para ser subordinado
a lo que se considera como el “bien” de la “sociedad” (eufemismo que cada vez
se asemeja más al bien de todos menos el suyo); su vida y su trabajo están
siendo hipotecados en favor de todo aquel que, arguyendo falsos derechos, reclame
aquello que no le pertenece; y las interacciones entre los individuos están
siendo cada vez menos voluntarias, y más coercitivas.
En la medida en que no se recupere y
reivindique la verdadera naturaleza del individualismo, la filosofía
colectivista empujará cada vez con mayor fuerza al hombre a jugar el papel de
animal de sacrificio. Y existe sólo una manera de corromper al hombre en tal
grado que, además de aceptar este juego de caníbales morales, lo haga
desprevenida y hasta gustosamente: destruyendo su individualidad. Verdad ésta,
que han comprendido a pie juntillas aquellos que vislumbran la conquista del
poder del Estado como método, y el saqueo como propósito.
(*) Autor del libro “Los mitos setentistas”.
@agustinlaje
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