El que hoy
tenemos es un despropósito, un Estado depravado como lo evidencia una vez más
Aponte Aponte, coronel y magistrado (así, con minúscula). Si el hombre es libre
-tal como lo es por derecho propio- lo único que justifica la existencia del
Estado y su fuerza coercitiva es garantizar los Derechos Humanos de todos los
ciudadanos.
El Estado no existe para servirse a sí mismo, sino para servir a
los hombres y garantizar la igualdad, para que nadie abuse en detrimento de sus
congéneres, para hacer justicia, no para someter, humillar, cercenar las
libertades y conculcar los derechos. El artículo 3 de la Constitución reza “El
Estado tiene como fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona”.
El Estado depravado que hoy tenemos en Venezuela no es el que la Constitución
consagra.
Lo mejor que han tenido las
deplorables declaraciones del coronel magistrado es que -aun si decir nada que
no supiéramos- nos golpea violentamente, nos da una bofetada que despierta (y
es muy importante que despertemos) al poner de bulto sobre el tapete, de un
solo golpe, las verdades de un régimen sometido a la voluntad de un solo
hombre, del cual todo depende: él legisla, él gobierna, él mueve el brazo de la
justicia. Nada ocurre bajo el cielo de
Venezuela si no ha recibido su visto bueno; de lo contrario, su furia se
disparará contra quien será llenado de epítetos que bien conocemos.
Montesquieu -de los primeros en
resaltar la imperiosa necesidad de la separación de poderes- escribe en el
siglo XVIII: “Cuando los poderes Legislativo y Ejecutivo se hallan reunidos en
una misma persona, entonces no hay libertad, porque es de temer que hagan leyes
tiránicas para ejecutarlas del mismo modo. Así sucede también cuando el poder
Judicial no está separado del poder Legislativo y del Ejecutivo. Estando unido
al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería
arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al
segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un
agresor. En el Estado en que un hombre solo administrase los tres poderes, todo
se perdería enteramente”. Exactamente lo que hoy ocurre en Venezuela, ¿o no?
El militar magistrado confiesa que hay
presos políticos y que las sentencias son dictadas desde Miraflores, a través
del despacho del Vicepresidente; desenmascara sentencias tomadas “desde arriba”
y menciona casos concretos, los paracachitos, el diputado Mazuco y la juez
Afiuni, entre otros; divulga que el nuestro es hoy un narco-Estado dominado por
el “Cartel de los Soles”, corriendo el velo que muestra narco-complicidad de
militares, jueces y altos funcionarios.
Que todos los
funcionarios tengan en cuenta que constitucionalmente “El ejercicio del Poder
Público acarrea responsabilidad individual por abuso o desviación de poder o
por violación de esta Constitución o de la Ley”, de modo que el que “la orden
vino de arriba” no exculpa al transgresor”.
Que los jueces
recuerden el 254, artículo constitucional que establece la independencia del
Poder Judicial, al que se le garantiza “autonomía funcional, financiera y
administrativa”; que no olviden los jueces y magistrados que “Con la finalidad
de garantizar la imparcialidad y la independencia en el ejercicio de sus
funciones… no podrán llevar a cabo activismo político partidista, ni realizar
actividades privadas lucrativas incompatibles con su función”, ni siquiera
“podrán asociarse entre sí”. Todo esto evidencia la aberración confesada por el
militar-magistrado.
El Estado depravado debe abrir puertas
al Estado promotor, al que la Constitución estipula “como fines esenciales la
defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad”. Pa’llá
vamos, hay un camino.
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E-Mail:
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