De los
crímenes oficiales que éstos confiesan habla entre dientes el pueblo llano
Y pensar que
el enfermo quien ocupa el Palacio de Miraflores se alza en armas, en 1992,
arguyendo ante sus compañeros y subalternos la corrupción que mina a las FFAA y
arropa, según él, al aparato gubernamental de entonces!
Pero desde
1999, cuando pacta un modus vivendi con el narcoterrorismo colombiano, de suyo
predica su voluntad de empantanar a la nación que lo elige gobernante y promete
refundar políticamente. Los efectos ominosos de tan perversa empresa, eso sí,
los disimula tras la andanada de improperios que dirige contra quienes tacha
como enemigos de la patria y su revolución: presos, exilados, expropiados,
destituidos, asesinados. Logra que la mirada escrutadora de la opinión voltee
hacia el ruido de sus petardos, sin escarbar a fondo. Y así corre la década y
un lustro más.
La división
que acomete con obsesa dedicación entre los venezolanos le es propicia. Mas la
mentira, el engaño, la felonía como política de Estado, en buena hora y como lo
muestra la experiencia de la historia occidental, tiene los pies de barro. No
hace falta el tino de un opositor, sino la fractura de la confianza entre los
socios de una mafia transformada en política de Estado. Basta el final
anunciado del gendarme todopoderoso -le ocurre a Hitler, a Mussolini, a Somoza,
a Pinochet, y al mismo Perón- para que sus huestes se caigan a dentelladas.
Como siempre y como también ocurre entre gente honorable -propio de las
miserias humanas- en la hora postrera de un todopoderoso y la distribución de
sus haberes entre los sucesores pretendientes, no caben miramientos o
lealtades.
Las
declaraciones dadas a la prensa, primero por el ex-Fiscal General de la
República y actual embajador en Roma, Julián Isaías Rodríguez Díaz, y luego por
el traicionado coronel y cabeza de la justicia penal venezolana, Eladio Aponte
Aponte, son desdorosas, causan asco como me lo espeta un hombre de pueblo, pero
desnudan la trama explicada y en evolución. Muestran en su crudeza el lado
mefistofélico del régimen militar y marxista que hace de Venezuela su presa
predilecta en pleno siglo XXI. Nada de lo que dicen es inédito. De los crímenes
oficiales que éstos confiesan habla entre dientes el pueblo llano, desde hace
rato. Pero ahora escandalizan pues revisten de certidumbre hechos que en el
fondo todos anhelamos fuesen meras especulaciones. E irrita el argumento cínico
de ambos, sin pudor, de la solidaridad o la obediencia debida al dictador
enfermo. De modo que, si acaso alguien muere en La Habana, antes se consuma la
muerte moral de la república.
El ex-Fiscal
dice saber desde un mes antes acerca del 11 de abril de 2002 y su trágico
desenlace. Él y el enfermo ausente comparten y departen al respecto,
acompañados de los militares "fieles" a la revolución. Optan por no
aminorar o hacer desaparecer a tiempo el riesgo conocido, con medidas jurídicas
o de alta policía oportunas. Prefieren que la vorágine tome cuerpo y concluya
en la Masacre de Miraflores. Nada valen 20 muertos y un centenar de heridos de
bala ante la urgencia de pavimentarle el piso al narco-Estado en formación. Se
explican, pues, por concordantes las declaraciones del propio Isaías y el juez
Aponte Aponte, el perdón de los pistoleros de Puente Llaguno, la injusta
condena de los comisarios, y también, probablemente, el asesinato del fiscal
Danilo Anderson, por acusador y perseguidor de los primeros.
¡Y el inefable
Aponte, ahora víctima como se dice de la misma regla de "injusticia"
con la que mide obediente a quienes estorban en el camino hacia esa V República
coludida con la criminalidad de Estado, es apenas una guinda! Pero cuesta
digerir el torrente de fetidez que brota de sus labios al confesarse ante la
DEA, despertándonos a los venezolanos de ese letargo que nos lleva incluso a
aceptar, como si nada, el asesinato de 19.000 compatriotas cada año; víctimas
-no cabe duda- de la gran cárcel de El Rodeo en que deriva todo el territorio
nacional, gobernado por "pranes" y cooperadores en el negocio más
corruptor de voluntades que conozca la Humanidad.
Si en algún
rincón de sus inconsciencias les queda algo de conciencia a estos personajes,
generales, coroneles, líderes y legisladores pro cubanos, jueces y fiscales del
horror señalados por Aponte y su amigo Walid Makled, cabeza del narcotráfico
revolucionario, mejor les vale ponerse de lado a tiempo; mientras las
generaciones del porvenir toman el encargo de reconstituir la república y
vacunarla contra la septicemia que padece. No caben opciones democráticas allí
donde las mayorías deben decidir, electoralmente, entre la ley y el crimen,
entre la virtud o el negocio gubernamental de los estupefacientes. Es una
aberración que no soporta la moral de la misma democracia.
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Excelente articulo.
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