“La tiranía contradice la esencial condición humana de la pluralidad, el actuar y el hablar juntos, lo cual constituye la condición de todas las formas de organización política…Ser político, vivir en polis, significaba que todo era decidido a través de las palabras y no por la fuerza y la violencia". Hannah Arendt
El espíritu griego
de la antigüedad clásica cultivó la idea
de democracia directa que a veces es invocado de forma interesada para nutrir
la plataforma crítica desde la que se intenta torpedear las formas políticas
liberales
Más
allá de las estructuras funcionales y procedimentales de la democracia formal
condensada en instituciones, poderes en delicada balanza de contrapesos,
elecciones libres, jueces independientes, actos de gobierno bajo escrutinio
público y Estado de derecho, el mundo viene presenciando la emergencia de un
conjunto de condiciones objetivas en el orden social, tecnológico y comunicativo
que hacen posible tensar el pensamiento para explorar formas profundas de
democracia que trastoquen de modo definitivo el dilema entre formas liberales y formas comunales o colectivistas
en la construcción de modelos de convivencia política.
El
espíritu griego de la antigüedad clásica
cultivó la idea de democracia directa que a veces es invocado de forma
interesada para nutrir la plataforma crítica desde la que se intenta torpedear
las formas políticas liberales al describirlas como simple “democracia
burguesa” o ligada a cierta lectura de la representación como “escamoteo” de
las mayorías en beneficio de ciertas élites que serían bajo esta óptica
realmente las representadas junto a sus intereses económicos y financieros. Así
se ha construido en el imaginario socialista dogmático la idea de política como
“gran teatro”, un tinglado montado por la burguesía donde desfilan personajes
en medio de discursos y prácticas egoístas en un juego de simulaciones
orientado a ocultar el verdadero contenido de la historia ¡verbigracia! la
lucha de clases.
En
relación a la democracia directa de Grecia clásica es necesario apuntar que su
solidez funcional se hallaba en el escaso número de ciudadanos, acaso unos
10.000 en Atenas, que asistían a las deliberaciones de la Asamblea Popular
celebradas en el ágora o plaza pública, donde por lo general el orador más elocuente se llevaba los apoyos y
los votos para los más encumbrados cargos públicos. Este dato histórico por si
mismo explica las dificultades de monta para establecer en tiempos más
recientes un régimen de democracia directa con poblaciones gigantescas de
millones de personas, pero la modernidad intentó corregir esa dificultad
apelando a la fórmula de la representación. De este modo, se levantaron sistemas
de elecciones con base en la voluntad popular mediante el sufragio donde opera
la “delegación del poder” en manos de legisladores y ejecutivos que representan
al pueblo.
Otra
cosa distinta es la idea de “democracias populares” o las expresiones
políticas del imaginario socialista y
sus encarnaciones reales o históricas asociadas a organizaciones colectivistas
o comunales de trabajadores. Estas estructuras corresponden a una suerte de
ingeniería socio-política que amén de presentarse ambiciosamente como crítica y
superación de la democracia liberal han devenido aberraciones bonapartistas,
contienen la huella de la deriva totalitaria con el formato
Comunas-Estado-Partido y, más bien, configuran una regresión histórica con
respecto a las formas políticas republicanas. Ello sin contar todo un historial
de prácticas sociales que en el último siglo han operado como un cerrojo para
el individuo y en el presente su tendencia es el agotamiento y la clausura.
Desde
esta perspectiva, no cabe la menor duda de que el sistema político que abreva
en las fuentes del liberalismo clásico, si bien no es perfecto, ha resultado en
la práctica el más eficaz para resguardar la democracia, los derechos
ciudadanos y una concepción del poder que facilita el gobierno en equilibrios.
Por tanto, es un antídoto contra el poder absoluto y al propio tiempo crea un
andamiaje para procesar las “contradicciones” inherentes a la dinámica del
sistema social. Pero además, su carácter abierto, plural y flexible permite un
espacio más o menos poroso para luchar por la igualdad de oportunidades en el
marco de la Constitución.
En
este sentido, uno de los más graves errores del ideario marxista y socialista
ha sido precisamente desconocer los avances y el contenido humanista del modelo
político liberal. La simplicidad acrítica de equipararlo con modelo burgués o
“Estado burgués” o “con gobierno de los ricos”,
le indujo ceguera para leer en limpio un cifrado que ubica al ciudadano
al frente de herramientas para lidiar con el poder, con vías para luchar por
espacios de igualdad, con instituciones para hacer que el poder justifique sus
acciones y sean objeto de escrutinio público como decían Kant y Bobbio. Desde
esta perspectiva conviene recuperar la aclaratoria de Fernando Mires a un
lector/interlocutor en relación al binomio democracia/justicia social: “Yo creo
que hay una confusión, y no sólo es suya. Justicia social y democracia son dos
cosas muy diferentes. La democracia es una forma de gobierno y de organización
política y esa forma no garantiza de por sí la desaparición de las
desigualdades sociales. Lo que sí otorga la democracia son vías para que la
lucha por una mayor igualdad sea posible. Esas vías no existen en una
dictadura. Y por supuesto, son muy importantes. En democracia usted tiene la
posibilidad de elegir su partido para luchar por la igualdad social, y si no
hay ninguno, puede fundar uno. Hay en este punto, creo yo, un gran
malentendido: El capitalismo es una forma de organización económica. La
democracia, en cambio, es una forma de organización política” (1).
Sin
embargo, nuevos agenciamientos colectivos de enunciación, la configuración de
una sociedad del conocimiento, las nuevas tecnologías comunicacionales, los
emergentes “juegos de lenguaje”, las
redes telemáticas desplegadas como “redes sociales” representan un nuevo
equipamiento tecnológico e intersubjetivo que permite tensar el pensamiento en
las propias fronteras para meter el escalpelo en el modelo liberal, no para
suprimirlo, sino para superarlo, para efectuar una suerte deAufhebung , término
del alemán tomado de la filosofía de Federico Hegel que tiene la riqueza
expresiva para significar “superar y conservar” al mismo tiempo. De modo, que la
forma política liberal tiene que ser superada, pero conservando toda su médula
racional y humanista que es mucha y tensada al máximo hasta para que haga
puente con los nuevos agenciamientos “informacionales” y la socialidad de redes
que se ha configurado como uno de los signos esenciales de la posmodernidad.
Es
en este punto donde se hace posible pensar un modelo político de democracia
profunda que recupere el espíritu de la polis griega en su carácter
dialógico/deliberativo, que conserve la arquitectónica liberal del estado de
derecho y la balanza de poderes autónomos junto a los espacios porosos y
abiertos con herramientas para la lucha por la igualdad, pero que al propio
tiempo constituya un rebasamiento de su forma clásica hacia una configuración posmodernizada
que supone insertar en el sistema político un diálogo entre Estado y Sociedad
civil, que implique la participación de los actores no meramente representativa
ni tampoco funcionalizada por la ficción de un Poder comunal, sino el envite
discursivo directo del ciudadano a través de las nuevas tecnologías de la
comunicación que hacen posible la configuración de “redes sociales” o la
“sociedad red” (Manuel Castells) como condición objetiva para el retorno de la
“democracia dialógica” en el espíritu de la antigua polis de Atenas, pero con
otras estructuras que dispuestas en intertexto conserven la semilla racional
del liberalismo clásico y adopten la socialidad red como aporte singular de la
posmodernidad.
Siguiendo
el rastro de Hannah Arendt en una obra de sensible agudeza, es posible apreciar
su inspiración en la edad de oro griega para hallar una “comunidad de habla”
como fundamento de lo político sustentado en la pluralidad, el diálogo y el
consenso. La pluralidad es la verdadera
fuente del poder legítimo en cuanto se origina en el diálogo y en los acuerdos
para actuar juntos. “La tiranía contradice la esencial condición humana de la
pluralidad, el actuar y el hablar juntos, lo cual constituye la condición de
todas las formas de organización política…Ser político, vivir en polis,
significaba que todo era decidido a través de las palabras y no por la fuerza y
la violencia (2).
Arendt
visualiza en la crítica del juicio o “facultad de juzgar” de Kant una clavija
maestra para fundamentar la política rebasando el solipsismo del sujeto ético
con su conciencia en aras de avanzar hacia la categoría de “juicio compartido”
como base objetiva para juzgar la problemática humana y la creación de
sociedades viables desde el lugar de una “comunidad de habla”.
En
efecto, Kant en su abordaje de los juicios estéticos había logrado mostrar el
papel jugado por el juicio reflexivo ante una vivencia personal de “gusto” o de
“belleza” que se convierte en relevante para el sentido común de la gente que
ha compartido la experiencia en cuestión. El juicio reflexivo supone entonces
elevar las pretensiones de validez general por parte del sujeto hacia otros,
rebasando la subjetividad inicial de su punto de vista en busca de consenso en
una comunidad o público. Por tanto, es esencialmente deliberativo. “…He aquí lo
que sólo puede servir de medida subjetiva a esta finalidad estética, pero
incondicional de las bellas artes, que debe tener la pretensión legítima de
agradar a todos. Así como no se puede asignar a esta finalidad ningún principio
objetivo, no hay más que una sola cosa posible, y es que tiene por fundamento a
priori, un principio subjetivo, y sin embargo universal” (3).
Es
la noción de “juicio compartido” ligado a “capacidad de juzgar” la clave que le
permite a Arendt extrapolar las implicaciones éticas y políticas por la
posibilidad de comunicar los juicios que pone en el tamiz su valor
intersubjetivo y, por tanto, sirve para fundamentar la acción humana en
términos deliberativos teniendo a la base una comunidad de habla.
En
el punto de la razón comunicativa se encuentra la propuesta teórica de Jurgen
Habermas de una ética del discurso, capaz de apalancar la búsqueda cooperativa de la verdad, en
virtud de ser una experiencia abierta a “la capacidad de aunar sin coacciones y
de generar consenso que tiene un habla argumentativa en que diversos
participantes superan la subjetividad inicial de sus diferentes puntos de vista
y merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivadas se aseguran…de
la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que
desarrollan sus vidas”(4). De esta manera se perfila una situación
“contrafáctica” de diálogo ideal para salirle al paso a las perlocuciones
(Austin) y explicitar los presupuestos formales de una comunicación no habitada
por relaciones de poder. Dice Habermas: “Los participantes en la argumentación
tienen que presuponer que la estructura de su comunicación…excluye toda otra
coacción, ya provenga de fuera de ese proceso de argumentación, ya nazca de ese
proceso mismo, que no sea la del mejor argumento. (5).
A
estas alturas del debate, es posible disponer de un arsenal teórico muy variado
que va desde la idea de diálogo de Atenas, el aporte del iusnaturalismo en
materia de derechos del hombre, la arquitectónica del liberalismo clásico, el uso público de la
razón y el “juicio reflexivo” de Kant, la “comunidad de habla” de Hannah Arendt
y, finalmente, la densidad de Habermas en términos de la “razón comunicativa” y
ética del discurso para pensar en la posibilidad de una democracia profunda que
permita recuperar y tensar al máximo su carácter deliberativo, apostar por un
retorno del ágora, la posibilidad de lo político jugado en la argumentación.
Existe toda una tradición teórica y filosófica que traza una hermenéutica y
unos fundamentos, pero además existen las condiciones tecnológicas para tomar
distancia neta de aquellos que gustan de las etiquetas y cantan una “utopía
comunicacional”. Los avances posmodernos de la informática y la telemática que
han configurado la sociedad red constituyen un equipamiento tecnológico e
intersubjetivo que sería la base del ágora telemática, la instauración de una
democracia profunda, profundamente deliberativa, profundamente libertaria, en
la que los ciudadanos participen argumentando en la formulación de políticas
públicas y, en el colmo del optimismo, en la formación de normas morales y de
derecho. Los ciudadanos en red es la estructura básica de una “comunidad de
habla” para la democracia profunda del siglo XXI.
Notas
1. Mires, Fernando (2012) “El gran
malentendido”, artículo en polisfmires blogspot.
2. Arendt, Hannah, La condición humana,
Buenos Aires, Paidós, 2009, P 47
3. Kant, Immanuel, Crítica del juicio,
p.168 (Internet).
4. Habermas, Jurgen, Teoría de la acción
comunicativa Tomo I, Taurus, Madrid, 1990, P.27
5. Habermas, Jurgen, Ob. cit p.47
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Excelente artículo, muy bien sustentado y las fuentes verificables...
ResponderEliminarExcelente artículo, muy bien sustentado y las fuentes verificables...
ResponderEliminarPaisano,excelente sintesis de afirmaciones principistas y de obligatoria consideracion política a los ciudadanos que se consideren como tales. A pesar de ser escrito en el 2012,no lo habia leido y se aproxima en contenido a un ensayo, que en esa misma dirección, publiqué en Enero del 2011,http://blogdelcnelbellorin.blogspot.com/2011/02/el-mito-de-las-mayorias.html. Muy bueno su escrito ..
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