En los primeros años de eso que algunos pomposamente llaman “el proceso”,
cuando se comentaba lo escatológico del lenguaje de Chávez solía decirse, para justificarlo, “es que él
es así”. Lo decían, más que todo, las mujeres chavistas, como en una noble
expresión de instinto maternal.
“Ser así”, al parecer, es lo que
le permite, por ejemplo, llamar “plasta” a una sentencia del Tribunal Supremo
de Justicia que iba contra sus personales deseos; decir, en presencia del
cuerpo diplomático, encabezado por el Nuncio Apostólico, que la iglesia
católica venezolana es un cáncer que hay que extirpar cuanto
antes; afirmar que un candidato a la presidencia tiene rabo de cochino, trompa
de cochino y gruñe como un cochino, y por tanto es un cochino; declarar que el
presidente de Estados Unidos es el diablo, y que por donde pasa queda el olor a
azufre; denunciar como ladrón y carterista a otro presidente de un país amigo,
y, en fin, otras tantas barbaridades más.
O, más allá del lenguaje, asumir actitudes ridículas e infantiles, como hacer todo tipo de desplantes en actos
oficiales, como si se tratase de actividades domésticas o familiares, donde se
puede tener alardes de inmadurez y
cometer todo tipo de desafueros y payasadas sin mayores consecuencias.
Parecían ignorar aquellas damas que alguien puede “ser así” en su casa,
entre sus familiares y gente más cercana, pero no puede serlo un jefe de estado y de gobierno, menos
aún en actos oficiales y a través de los medios de comunicación, esos que en
cuestión de segundos dan la vuelta y divulgan las noticias al mundo entero. Y
que existe lo que se llama la majestad
del poder, a la cual los gobernantes, aun los más verdaderamente revolucionarios, tienen que adaptar
su comportamiento, incluso su lenguaje.
Y le tienta a uno preguntarse qué habría pasado en nuestro país en los
últimos trece años si Chávez no “hubiese sido así”, y si se hubiese dedicado de verdad a gobernar, en lugar de
hacer impertinencias y payasadas. Y además, si la caterva de ministros,
diputados y demás funcionarios a su servicio fuesen auténticamente
revolucionarios, y tuviesen el coraje de “echarle un parao” a su jefe cuando
incurre, como pasa a cada rato, en sus
desplantes, impropios de un gobernante, por modesto que sea el país donde gobierne. Para eso, precisamente,
son los ministros, para orientarlo y marcarle el buen camino, y no para servir
de complacientes amanuenses y mandaderos del presidente.
Al hacer este tipo de reflexiones nos damos cuenta de la mala suerte que ha tenido el país, al comprender
la amarga historia de las oportunidades perdidas. De ser el gobierno que mayor
suma de poder ha tenido en nuestra historia, el de Chávez ha pasado a ser el peor de todos los tiempos.
sabanaguan@yahoo.com
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