Frente al horror, a la
tragedia, siempre lo más fácil es no hacerse cargo, desentenderse, mirar al
costado, intentar pasar por distraído.
Al recurso políticamente
correcto, de sensibilizarse con las víctimas, lamentar lo ocurrido y buscar
responsables, se le contrapone la necesidad de revisar profundamente las
causas.
Existen fatalidades, hechos
inevitables, situaciones inmanejables, pero también están las otras, las que se
conjugan muchos factores, donde se entremezclan responsabilidades formales,
negligencias individuales, desidia corporativa y sobre todo una gran hipocresía
social.
Se perdieron demasiadas
vidas humanas en un hecho luctuoso en Argentina. Se trata de uno de esos, que
lamentablemente se dan con demasiada frecuencia en este mundo, y que frente al
hecho consumado, siempre genera, la necesidad de identificar culpables.
Mientras tanto, en medio de
tanto espanto y desconsuelo, muchos prefieren jugar a la política. Unos
midiendo como impactará en su imagen y en las encuestas y otros, en una actitud
despreciable, tratando de sacarle provecho a la catástrofe llevando agua para
su molino.
Pero queda claro que cuando
de causas se trata, podemos buscar las más evidentes, o podemos ser más serios,
hurgando en las causas profundas de tanta adversidad.
Los eufemismos, aparecen a
montones en estas horas. Se habla de sistemas públicos de transporte, de
concesiones, de operadores privados y prebendas. Palabras que pretenden
esconder conceptos concretos, soslayando las raíces ideológicas del problema.
Tenemos que intentar ser más
honestos. Sobre todo si queremos seguir recitando que lo que importa en esta
instancia son las vidas humanas. Al menos por respeto a esos individuos que
murieron confiando sus vidas a un sistema que terminó con ellas de modo
despiadado.
Se trata claramente de un
sistema ESTATAL, en manos del Estado. No le demos vuelta a esta cuestión tan
clara. Es esa figura utópica, esa panacea del socialismo mundial la que diseña
recorridos, decide entregar a concesionarios en procesos sospechados y repletos
de suspicacias, con afinidades entre el mundo de las prebendas, la política, el
poder de turno, la “caja” partidaria y los recaudadores de turno. Ese es el
sistema. Y no otro.
Es el Estado el que decide
las condiciones del pliego licitatorio, su forma, oportunidad, duración,
modalidad, canon, estructura de subsidios, tarifas, y todo cuanto concierne al
perverso sistema que han montado.
Y el broche de oro de todo
este engendro, es invariablemente un método de seguimiento, monitoreo y
comprobación, donde el dueño, el Estado, el que entrega la concesión se
constituye en controlador. La ideología reinante nos quiere convencer de que no
puede operar con eficiencia, pero que sí podrá controlar con calidad. No
resulta razonable que si no supo otorgar una concesión, ni fijar sus reglas,
tampoco podrá ser capaz de controlar lo que no sabe diseñar con inteligencia y
mucho menos conducir hábilmente.
El populismo demagógico
contemporáneo pretende inocularnos la idea de que todo se resuelve con buenos
mecanismos de control. Esa insólita
visión, es la que sirve de justificación para la construcción de
inmensos aparatos burocráticos, convenientes agencias estatales, organismos financiados con los impuestos de
todos, donde casualmente van a parar amigos del poder seleccionados con
discrecionalidad y gente proveniente de la militancia partidaria con
significativas remuneraciones y privilegios.
Y hay que decirlo, a estos
sistemas vigentes los defienden casi todos, oficialistas y opositores. Solo se
diferencian entre sí por imperceptibles matices, pero sostienen el mismo
formato de ideas, regímenes de alta intervención estatal, con importantes
niveles de regulación y un sinfín de oficinas públicas repletas de empleados
pagados por todos.
Es tiempo de asumir lo que
sucede con honestidad. Estas tragedias, no son producto de la mala suerte, el
destino, o algún imponderable. No se mueren decenas de personas por mera
impericia de un individuo, falta de inversión o cierta liviandad en los
controles. El sistema es perverso, y no sus interlocutores. No busquemos
responsables por fuera, porque este sistema perdura entre nosotros, porque
muchos defienden ideas incorrectas.
La fantasía de un estado
eficiente, ágil, dinámico, honrado, es eso, una entelequia, un espejismo, una
quimera, una verdadera ficción. Las raíces del problema están allí, en el
monopolio, en la propiedad estatal. La nacionalización que suena como solución
es la profundización del problema. El sistema ya es estatal. Nada nuevo puedo
suceder con más de lo mismo.
Los sistemas funcionan a
base de incentivos, emiten señales, generan conductas. Este cruel régimen que
hemos construido con las ideas que apoyamos, y que nuestros discursos
ciudadanos recitan a diario, estimulan la corrupción, favorecen la aparición de
negocios espurios, encarecen y precarizan el servicio, eliminan la competencia,
deforman la realidad y alientan conductas sociales inadecuadas.
Los muertos que hoy
lloramos, son la consecuencia del sistema de ideas que sostenemos como
sociedad. Y no es tiempo de hacerse los distraídos. Hay que asumir, al menos
con cierta hidalguía, que nuestras creencias no solo nos empobrecen
económicamente, nos impiden ser mejores y se convierten en nuestro propio
límite. Esta forma de ver el mundo, también nos lleva por caminos que no tienen
retorno, plagados de corrupción, discrecionalidades, inequidades, concentración
arbitraria de poder, y en este caso muertes que surgen como un emergente y
duelen demasiado.
El presente no es parte del
paisaje, sino el fruto de una secuencia de decisiones y hechos. Asumamos la
parte de responsabilidad que nos toca como sociedad. Culpar al operario, a la
empresa, al que concesionó o al que controla, es tomarnos por imbéciles y
subestimar la inteligencia muchos. La sociedad se puede equivocar, siempre,
pero en algún momento despertará y se dará cuenta de que la han estado
embaucando con evidente malicia.
Esta historia podría tener
un punto de inflexión, un antes y un después. Pero eso aun no sucede. El primer
síntoma de que seguimos sin comprender lo que pasa, y que repetiremos estas
desdichas, es que pensamos en buscar culpables, repudiar a los políticos,
hacerle pequeños ajustes al presente y hasta pensemos en
profundizar esta línea de acción con más presencia estatal en algo que
ya es estatal. No es un buen indicio. Es una forma elegante de desentenderse de
la calamidad.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
skype: amedinamendez
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