Se ha
escrito mucho sobre los vericuetos y las artimañas del poder. Tal vez la obra
más completa en este sentido sea la de Bertrand de Jouvenel, titulada,
precisamente, El poder , y eldictum más famoso y difundido es el de lord Acton
en cuanto al correlato entre la corrupción y el poder.
Pero me parece que quien
diseca con más profundidad las entrañas de los manipuladores del aparato
político es Erich Fromm, paradójicamente una persona que no comparte ciertos
fundamentos de la sociedad abierta, pero que con una pluma magistral y con un
análisis soberbio en no pocos aspectos apunta en El miedo a la libertad :
"Millones de hombres se dejan impresionar por la victoria de un poder superior y lo toman como una señal de fuerza. [?] Pero en sentido psicológico, el deseo de poder no se arraiga en la fuerza, sino en la debilidad". Y esto porque, como había escrito antes en la misma obra, "el individuo aterrorizado busca algo o alguien a quien encadenar su yo; ya no puede soportar más su propia personalidad" a causa de su tremendo vacío existencial.
Guglielmo
Ferrero en Il Potere se alarma de los avances del Leviatán. Herbert Spencer en
Man Versus the State , Tocqueville en La democracia en América y Benjamin
Constant en su colección editada bajo el título de Curso de Política
Constitucional advierten reiteradamente acerca de los peligros de las mayorías
ilimitadas patrocinadas por Rousseau en El contrato social y sus numerosos
discípulos, y mucho antes que eso, en el Tratado de la República , Cicerón
sostuvo:
"El imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombres solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre del pueblo".
A pesar de
que muchos creen que Maquiavelo era perverso, en El Príncipe se limitó a
describir los pasillos del poder. Son innumerables los autores antiguos y
modernos que han mostrado una y otra vez los descalabros del abuso del poder y,
sin embargo, la infección sigue su curso como si las experiencias del pasado no
hubieran causado suficientes estragos.
Hoy en día, lo que comenzó en algunos países africanos y latinoamericanos se ha extendido a Estados Unidos y a ciertas naciones europeas: la teatralización del poder, que, como dice Georges Balandier en El poder en escenas , ha inaugurado "la teatrocracia" de nuestra época, el "Estado-espectáculo", la "movilización festiva", todo para "adornar la mediocridad" y "la desmesura", un "decorado destinado a provocar veneración y temor". Concluye este autor que "el mandatario oficia; el pueblo, coro inmutable, responde con una ¡viva! a cada una de sus fórmulas", todo montado y fabricado para subordinar "al individuo por completo a lo colectivo".
Esto indefectiblemente termina en una tragedia para todos los hombres de buena voluntad y para los distraídos que se dejaron atropellar, primero en minucias y luego, cuando ya es tarde, en lo sustancial. Primero "pan y circo", luego circo solamente y, en la última etapa, se derrumban también los payasos y todo el escenario se transforma en campo arrasado.
En parte,
esta desgraciada vivencia se debe a que muchos se dejan encandilar por el
síndrome del producto bruto, sin ver que si no puede utilizarse como le venga
en gana al titular, se transforma en un producto para brutos, debido a que no
pueden decidir el destino de lo suyo, que ya no les pertenece puesto que les
fue arrebatada la libertad en todos los campos.
Si uno tiene
la paciencia (y el estómago) y se puede abstraer del espectáculo farandulesco y
mira y escucha a ciertos gobernantes, no puede menos que quedar atónito. En
lugar de recato y sobriedad para centrar sus funciones en garantizar justicia y
seguridad, estos energúmenos se lanzan a parlotear sobre el modo y la forma en
que deberían desarrollarse todas y cada una de las actividades.
Manejan el país como si se tratara de su chacra personal (sin perjuicio de ser muy celosos en la administración de sus patrimonios individuales). En lugar de dejar paso a las energías creativas, estos gobernantes megalómanos concentran ignorancia en medio de aplausos de los "más estúpidos y abyectos de los serviles", como diría Erasmo de Rotterdam.
Lo más
patético es que en sus incontinencias verbales intercalan lo que estiman
gracioso, que siempre es festejado por los corifeos de turno por más que se
trate de gansadas y tilinguerías asombrosamente ridículas, siempre mezcladas
con anécdotas personales fruto del narcisismo exacerbado de quien lanza
palabras sin la menor consideración por el decoro y la prudencia elemental.
Y todo este
despilfarro de palabras procede de individuos cuya característica central es
ser ordinarios hasta el tuétano tanto en el hacer, en el vestir como en el
decir (por más que en países latinoamericanos algunos gobernantes traten de
encajar palabras en inglés siempre mal pronunciadas y peor ubicadas).
En Estados
Unidos, el cowboy G. W. Bush dejó una deuda astronómica luego de pedir cinco
veces autorización al Congreso para elevarla, convirtió el superávit que le
dejó su antecesor en un colosal déficit fiscal, estimuló la burbuja
inmobiliaria a través de empresas paraestatales y con legislación que empujaba
a préstamos hipotecarios sin las suficientes garantías y terminó otorgando
masivos "salvatajes" con recursos de los trabajadores sin poder de
lobby para entregarlos a muchos de los privilegiados financistas de Wall
Street, en el contexto de guerras como la patraña de Irak.
Ahora Obama incrementa notablemente el Leviatán financiado con llamativas monetizaciones de la nuevamente incrementada deuda (recordemos que cuando Jefferson revisó la Constitución estadounidense en su embajada en París, manifestó que si hubiera podido agregar un artículo sería para prohibir la deuda pública, por ser incompatible con la democracia, ya que compromete el patrimonio de futuras generaciones que no participaron en el proceso electoral para elegir al gobierno que contrajo la deuda).
Por su
parte, muchos países europeos se encuentran en crisis debido a promesas
anteriores de imposible cumplimiento, también financiadas con cuantiosas deudas
gubernamentales en el contexto de legislaciones laborales que expulsan a los
que más necesitan trabajar. Estas políticas socialistas no se corrigen con
medidas de sus primos hermanos: gobiernos de derecha siempre de escasa
imaginación, que apuntan a equilibrar las cuentas públicas elevando aún más la
succión de recursos a los esquilmados contribuyentes, en el contexto fascista
del manotazo al flujo de fondos en lugar de estatizar.
En todo
caso, estos personajes de opereta, (sin vestigio de poesía) sean de izquierda o
de derecha pero siempre enemigos del liberalismo, se enojan hasta el paroxismo
cuando alguien osa contradecirlos. Ciertos caudillos en América latina y en
Africa estiman que la libertad de prensa consiste en una manada de alcahuetes
que apoyan todo cuanto se diga desde el atril. Tienen una idea tan desfigurada
de la división horizontal de poderes que la asimilan a la subordinación al jefe
del Ejecutivo. Se burlan de la democracia convirtiéndola en pura cleptocracia.
Por eso es
que hemos sugerido -y a ahora insistimos- que resulta fértil prestar debida
atención a Montesquieu, que en el segundo capítulo del Segundo Libro de El
espíritu de las leyes afirma:
"El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia"; lo cual, dado que cualquiera podría gobernar, haría que la gente centrara su atención en defenderse de lo que podría hacer el gobernante con sus vidas y haciendas; ergo, el tema prioritario se convertiría en limitar el poder, que es precisamente lo que se requiere para mitigar sus desbarranques.
También
hemos sugerido repasar los jugosos debates en la asamblea constituyente
estadounidense, en donde se propuso el establecimiento de un triunvirato en el
Poder Ejecutivo, "al efecto de moderar los peligros de los caudillos"
enquistados en el poder.
A su vez, es
de interés debatir la posibilidad de que allí donde hay arreglos contractuales,
las partes establezcan las respectivas instancias para la resolución de
posibles conflictos. Si no se proponen otras miradas para preservar las
autonomías individuales, los resultados responderán a los incentivos de
alianzas y coaliciones de mayorías dirigidas a explotar las minorías en el
Congreso, que bien podría adaptarse a las extensas consideraciones que presenta
Friedrich Hayek en Law, Legislation and Libertyal efecto de retomar el espíritu
original de la democracia.
*No es posible esperar resultados distintos aplicando las mismas recetas. Hay que trabajar las neuronas si se pretende cambiar el rumbo? y no esperar milagros.
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