Definitivamente el ser humano tiende más a ser
indiferente ante las buenas acciones de sus congéneres que a reconocerlas y
valorarlas. El estímulo y el agradecimiento unido a la seriedad en el
cumplimiento de la palabra y la dignidad en el compromiso adquirido, determinan
el grado de nobleza, justicia, honestidad y ecuanimidad de las personas y las
amistades, la grandeza y generosidad de espíritu, la seriedad y la hidalguía humanas.
Hoy en día la gratitud y el agradecimiento son
virtudes casi salidas del mundo de las utopías, para una sociedad donde no se
valoran las personas por sus capacidades y calidades morales, intelectuales y
ciudadanas, sino por lo que estas puedan dar o representar en un momento
determinado para los intereses de quienes detentan efímeramente el poder
social, económico y político.
Los sentimientos de agradecimiento surgen cuando nos
sentimos en deuda con otras personas, bien sean naturales, como nuestros padres,
nuestros maestros, nuestros amigos, hermanos, parientes, compañeros de labores
y luchas o jurídicas, como nuestro colegio, nuestra universidad, las empresas o
entidades donde se labora, los grupos a los que pertenecemos, en fin, frente a
todas esas personas que de una u otra forma nos han hecho bien, nos han
prestado servicios, nos han acompañado en nuestras aspiraciones, se han
sacrificado por nosotros o nuestras familias o nos han entregado su amistad con
desinteresada lealtad.
Reconocer el bien recibido y corresponder con
sinceridad, alegría y afecto a quienes nos lo proporcionan, es propio solo de
seres de firmes convicciones, incuestionable dignidad y altos valores
espirituales. A todos los niveles, lo bueno que poseemos se lo debemos por
regla general a otras personas que nos han dado formación, educación, afecto,
oportunidades, consejos, apoyos, amor, amistad, afecto, cariño, aceptación y
comprensión.
Ser gratos implica aceptar que los demás son
necesarios e importantes, valorar sus calidades humanas, reconocer sus obras y
su trabajo, estimular con hechos y acciones de reciprocidad el bien recibido,
retribuir a los otros el favor que nos han proporcionado, compensar
sinceramente a nuestros benefactores.
La mediocridad espiritual e intelectual, la soberbia y
el egoísmo, la envidia y el resentimiento, el orgullo y la vanidad, la
deslealtad y la traición, conllevan el desconocimiento de los méritos ajenos,
del bien que nos hacen los demás y de los favores que hemos recibido, cerrando
las puertas a la gratitud y a las expresiones reales de agradecimiento, propias
de la nobleza de espíritu y la grandeza de corazón, que tanta falta hacen a
nuestra sociedad.
La historia está marcada de ingratitudes humanas,
equilibrada con la generosidad de la mano Divina y la ley de la compensación, a
las que nada escapa en el devenir de nuestro accionar como hombres. Bien
afirmaba Cicerón: “No hay deber más necesario que el de dar las gracias”.
Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
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