Los pueblos
se pueden reponer de un terremoto. Es cosa de tener valor ante la tragedia y
levantarse más pujante aún, ante el desafío que les ha presentado la
naturaleza.
El 27 de
este mes se cumplirán dos años del terremoto 8,8 que desoló el sur de Chile.
Hoy he
recorrido las provincias afectadas y me maravilla como se han levantado del
caos, mejores que cuando las azotó el sismo; y muchas del maremoto, en las
zonas costeras.
El servicio
de transporte es puntual y conecta, en bajísimas tarifas, las redes de las
carreteras chilenas.
Hoy he
paseado por diferentes barrios, sin temor a ser asaltada.
He visitado
lugares llenos de diligentes ciudadanos procurándose los elementos necesarios
para su hogar.
He visto que
no falta nada y la tierra les ofrece toda clase de frutos y productos.
No tienen
que mendigar en abastos, ferias ni carnicerías por nada. La tierra pródiga les
da arroz, trigo, aceite y carne en demasía.
El país
exporta sus mejores frutas y productos al exterior.
Se han
creado 630 mil empleos en los últimos 48 meses y la tasa de creación de
empresas se duplicó con respecto al 2011, en que el país se levantaba de uno de
los peores terremotos de su historia.
Frente a
este bullir de diligentes hormigas, pido muy dentro de mi que los chilenos
posean también el suficiente discernimiento para no caer bajo las ruinas que
conlleva el comunismo. Los chilenos -repito- son una pieza demasiado apetecible
para la voracidad roja, pero de ese mordisco no se recuperarían tan fácilmente
como lo están haciendo ahora luego del terremoto, porque el comunismo muerde,
pero no suelta su presa.
Tenemos los
casos de Cuba y Venezuela, atrapados por el Monstruo, luchando por años por
desprenderse de esa terrible dentellada.
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