Quien vive temeroso, nunca será
libre. Horacio
El comandante tiene miedo.
Se le nota. Él sabe que el cuerpo cobra, tarde o temprano, los excesos físicos,
y que el destino también cobra, tarde o temprano, los otros excesos. Fresco
tiene el recuerdo de sus amigotes que creyeron que el poder es eterno y el
destino les cobró sus excesos de una manera muy cruel. Ni siquiera la espada de
Bolívar los salvó y hay incluso quien piensa que esa espada ayudó al destino.
Tanto miedo tiene, que cada vez se esconde más. Sólo se deja entrevistar por
quien, sumiso y preso de sus propios miedos, le hace las preguntas que él le
ordena. No deja que la gente, su “pueblo”, se le acerque, porque sabe lo que lo
van a dejar en evidencia. Le tiene miedo a una dama que lo puso en su lugar,
sin que pudiera reaccionar más allá de una balbuceante y gastada referencia a
la poderosa águila y la insignificante mosca, sin imaginar el poder que puede
tener una mosca. El problema no es su miedo, sino lo que hace con ese miedo.
Sus secuaces tienen miedo.
Se les nota. Ellos saben que cuando él caiga, ellos también, irremediablemente,
caerán. Tienen miedo cuando amenazan; esa es su defensa. Cada vez que se ríen
de sus ocurrencias, no pueden evitar el rictus que los delata. Ellos saben que
aquellos a quienes hoy humillan están en la bajadita, esperándolos, y eso los
aterra. Tienen miedo de perder sus privilegios, ganados a punta de adulancia
servil y de corrupción. El problema no es su miedo, sino lo que hacen con ese
miedo.
Es evidente lo que hacen con
ese miedo. Tratan de infundir miedo al enemigo; es decir, a los que no pensamos
igual. Al final, especulan ellos, vencerá quien tenga menos miedo, y como no
pueden controlar el suyo, hacen todo lo posible por aumentar el ajeno. Por eso
es que algunos generales amenazan con sólo reconocer a quien los protege, por
ahora. Por eso, ido Tascón, crean sus propias listas de personas humildes
esperanzadas en obtener algo de la piñata, con la amenaza cierta de que no sólo
basta con estar en la lista sino jurar lealtad para permanecer en ella. Lo que
no saben muchos es que lo único importante para el régimen es la lista, para
así convertir las esperanzas en grilletes.
Una de las tareas más
importantes de quienes aspiran sacar por la vía democrática a alguien que no es
demócrata, consiste en ayudar a que la persona común, los de a pie, venzan el
miedo. Para ello, tienen que vencer sus propios miedos. No es posible que
algunos no se atrevan a tocar, ni con el pétalo de una rosa, a quien los ha golpeado
sin misericordia. El daño que se ha hecho no debe callarse. La mentira y la
trampa no deben esconderse. No debemos permitir que la barbaridad de las
elecciones parlamentarias se repita. En aquella oportunidad, cambiaron
intencionalmente las circunscripciones electorales para sacar más diputados con
menos votos, y lo lograron porque nadie se los impidió. Hoy nos están obligando
a identificarnos con nuestra huella justo antes de votar, siendo esta la manera
más eficaz de infundir miedo, y nadie se los está impidiendo.
Yo tengo miedo. Tengo miedo
de que el miedo venza a muchos compatriotas que quieren un cambio y no se
atreven porque pueden perder algo, sin darse cuenta de que van a perder el
futuro. Tengo miedo de que seamos más y ellos logren más votos, logrando así perpetuar a un hombre
en el poder, en contra del deseo expreso del Padre de la Patria, el verdadero.
Tengo miedo de que el proyecto castrista se imponga en nuestro país en contra
de la voluntad de una mayoría paralizada por el miedo. Tengo miedo de que nadie
lo impida porque tiene miedo.
Decía Herman Hesse: “Cuando
se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre
nosotros.” La única forma de que sigan expropiando, robando, al país es que les
concedamos ese poder.
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