Para la
reflexión sobre el poder, el luto colectivo y la finitud.
En novelas
como El Gran Burundún Burundá Ha Muerto de Zalamea, o en los estudios
etnográficos de Marc Augé se medita sobre la muerte de los líderes y el
depliegue de los cortejos fúnebres, en
algunas obras históricas se reflexiona sobre la muerte del héroe de la
patria, personificación divina del poder como en los casos de Lenín, Stalin, o
Trujillo, o más atrás en el tiempo, de
Bolívar y el culto heroico alrededor de su figura que como bién lo explicó
Carrera Damas, se proyecta del pasado a la actualidad, del espacio sagrado al
espacio cívico constantemente reapropiado y distorsionado según el signo
ideológico que lo modela. El héroe pervive y se transforma en el imaginario
social en el gran padre.
A propósito
de lo que la muerte de un líder significa, y de los sentidos insospechados que
toma en los marcos sociales, el deceso reciente de Kim Jong-Il permite abrir
una ventana al mundo del luto, del duelo, del doble cuerpo del rey del que
habló Kantorowicz revestido cual DIOS/hombre de la naturaleza geminada. Permite
detenernos en los umbrales de la racionalidad y de la perplejidad que causa el
comportamiento colectivo cuando el líder divinizado, revestido de poderes
demiúrgicos muere.
En medio del
mar de llanto colectivo que hemos visto en vivo y directo, se esconde la duda
-sobre todo en los sistemas de gobierno totalitarios-, de si estas lagrimas son
reales o fingidas, si obedecen a una conducta preprogramada, o forman parte de
la puesta en escena de un paisaje de la muerte, o de la exhibición pública de
un dolor que expresa la supervivencia política y la competencia de la lealtad
de quién llora más.
Pero
también, de la finitud a la que estamos sometidos y que termina por hacer del
poder una fantasía de la banalidad de eternidad. Tal vez por eso amigos,
Scipión junto a Polibio lloró ante Cartago destruida por sus tropas, veía tal
vez en sus ruinas humeantes la paradoja de la victoria, y lo efímero del
fin de una guerra, en la exhibición del poderío se escondía la certidumbre del
final de una civilización y de sus hombres, de la muerte que en el camiono que
va y viene nos envía a la Comala siempre tan temida.
Luis Manuel Cuevas Quintero
luimanc@yahoo.com
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