La crisis todo lo puede, hasta lo impensable. Con un temor quizá similar al de la peste negra en el primer milenio, Europa acepta el liderazgo de Alemania por el simple temor a la crisis económica. Es que el temor no es nada simple, Europa ha perdido su vieja costumbre de sacrificio. La ha cambiado por una inclinación al divertimento fácil a una suerte de onanismo mental que la ha apartado de todo lo que la hizo grande.
Se ha dejado caer en una abulia profunda, como una vieja opiómana, imaginando que su fin puede estar en el islamismo que dejó entrar por la puerta de servicio para que le saque brillo a su propio culo – como canta Joaquín Sabina – o bajo el aplastante peso del desarrollo económico de China. Pero sin aceptar una crisis que medie en esas dos formas de aniquilación, y esto último es lo que se está dando.
Quizá por eso los distintos países europeos – víctimas de la globalización y del hedonismo posmoderno – prefieren entregarse a quien hace setenta y dos años consideraron su enemigo y luego, durante muchos decenios, le cobraron indemnizaciones de guerra, antes que buscar soluciones en otras partes.
Radoslaw “Radek” Sikorski, canciller polaco, sorprendió a muchos cuando hizo un llamado a Europa para aceptar una mayor influencia alemana. No olvidemos que su país perdió millones de vidas en la invasión y ocupación nazi, y que fue el primero en caer en la segunda guerra mundial bajo la égida del Tercer Reich.
“Probablemente soy el primer canciller polaco que lo dice, pero aquí va: Yo temo menos el poder alemán que lo que estoy comenzando a temer la inacción alemana”, dijo Sikorski en Berlín ante una audiencia mayoritariamente alemana, pero para que no quedaran dudas, agregó: “Ustedes saben muy bien que nadie más puede hacerlo”.
En Europa todos apuntan a Alemania — la mayor economía del continente — en busca de señales para salir de la crisis. No sólo los líderes de cada país europeo están nerviosos a causa de una deuda inaplazable que amenaza con hacerlos caer como piezas de dominó, sino aún la gente común, que en plena calle opina que es Alemania quien debe tomar el papel de liderazgo y que los políticos deberían aceptarlo sin más vueltas porque en estos momentos, económicamente, es la única que puede hacerlo.
La gente está lejos de la guerra y poco y nada quiere oír sobre ella. Ya pasó, el futuro es hoy y quieren disfrutarlo. Por eso no tienen problema en recurrir a quienes otros considerarían los descendientes de los asesinos de sus abuelos.
Angela Merkel presentó un plan diseñado por Berlín para contener la crisis europea, con reglas más estrictas para el control de los presupuestos nacionales y fijó la agenda de la próxima cumbre de la Unión Europea. En ella plantea una estrategia para asegurarse que los países respeten las reglas e incluir esos cambios en tratados de la UE.
La realidad es que los políticos pensantes de los distintos países europeos le tienen más miedo a la idea de que Alemania abandone el euro a su suerte que la que podían tener sus antecesores a la visión de la Balkenkreuz de las Wermacht.
Lennart Sacredeus, un legislador del Partido Demócrata Cristiano Sueco, se preguntaba o lo hacía con sus connacionales: “¿Qué quedaría del euro si Alemania dice adiós? Un castillo de naipes”.
Angela Merkel nada tiene de parecido con el Kaiser y mucho menos con Adolf Hitler, pero está más cerca de lograr – sin disparar un solo tiro – lo que aquellos no consiguieron ensangrentando Europa. Es de esperar que si sus recetas son exitosas no intenten luego impugnarlas con los argumentos de la posguerra.
http://www.castellanosonline.tv/portal/editorial/editorial/4540-una-europa-alemana.html
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