Carta abierta escrita por el
doctor Rafael Muci-Mendoza, médico
venezolano de la Escuela de Medicina de
la Universidad Central de Venezuela, al
Embajador cubano
Excelentísimo señor Embajador:
Debería usted bien conocer
que es de ética elemental el que un embajador no se inmiscuya en los
asuntos internos del país que le acoge
como huésped.
Sus insolentes declaraciones
sobre los médicos venezolanos, me
obligan moralmente a enmendarle. El “sistema de valores” que usted nos endilga,
según el cual ‘nuestra intención al estudiar Medicina es obtener un título y una acción en una clínica privada’, además de insultar nuestra
dignidad, con aviesa intención nos
expone al desprecio público y nos desacredita ante nuestros enfermos;
después de todo, somos sus médicos y con
sus miserias todo cuanto poseen.
Usted emplea el procaz lenguaje
del Presidente de acá, para dividirnos en ‘oligarcas’ y ‘proletarios’,
epítetos éstos dichos para
agraviarnos y que nunca antes nadie
utilizó. Siendo antitípico hablar en
primera persona, debo expresarle que, como muchos de mis colegas y
aunque a usted le duela, recibí, EN LIBERTAD, una excelente formación moral, ética y académica que coloca al paciente como principio y fin del acto médico,
paradigma que he tratado de inculcar a mis
numerosos alumnos.
Yo, como tantos, por cerca
de 40 años y por un magro sueldo, he trabajado con tesón la mitad
del tiempo en un hospital público, a costo subsidiado con nuestro ejercicio
privado. Este último lo hemos
ejercido como profesión liberal en clínicas privadas, EN LIBERTAD, con
honestidad, mística y orgullo.
Pero además debe usted saber
que en lo personal he visitado Cuba en
tres ocasiones. No lo hice por curiosidad o turismo, y le confieso que no conozco Varadero. He sido y he continuado siendo un invitado de sus médicos, y respecto a ellos, nunca hice uso de cuanto vi u oí en su país.
Su irritante intromisión
me indica que es tiempo de hacerlo.
En mayo de 1993, cuando su gobierno al fin dio a conocer al mundo la epidemia que, a pesar de sus adversas consecuencias, había
mantenido en secreto desde 1991 y
amenazaba con dejar en la umbra visual a
más de 40 mil sufrientes, formé parte de una
misión humanitaria que visitó la isla. En compañía de colegas cubanos y
de diversas procedencias, examiné personas afectadas, ayudé a definir el paciente-tipo y a esclarecer las
causas de lo que se dio en llamar Neuropatía óptica Cubana, y que en resumen -a despecho de que se haya invocado un factor
multifactorial- fue trasfondo de miseria
y hambre. En cinco ocasiones me reuní con su Comandante para discutir estrategias diagnósticas de la epidemia, hoy por cierto trocada en endemia. En una de estas reuniones, y aunque parezca una pretensión el decirlo,
una de mis colegas cubanas dijo públicamente que la neuro-oftalmología cubana
se dividía en dos períodos, antes y después de las visitas docentes del doctor
Muci.
A pedido de su Señor, hice mi
último viaje a Cuba . Les comuniqué todo
cuanto sabía; guiados de mi mano
aprendieron nuevas técnicas, mis diapositivas
fueron copiadas, y mis charlas video,
grabadas. No pedí nada a cambio.
Mucho me fue ofrecido, pero el olvido es
traicionero. Una simple esquela de agradecimiento me fue regateada. Regresé con
la satisfacción del deber cumplido y
un rictus de dolor al recordar la mirada famélica de mis colegas, trasunto de
hambre de LIBERTAD, hambre biológica,
pero también hambre intelectual al
carecer de los instrumentos básicos para
adquirir conocimientos: libros y revistas científicas.
Mientras tanto, Cuba
exportaba su revolución con los dineros
de un pueblo miserable. Pude apreciar allí dos clases de médicos.
Unos, ‘los olvidados’ –a lo peor, distanciados del partido comunista–, que ocupan los escaños
más bajos de la pirámide médica sin esperanzas de ascender. Ésos no asistieron a mis charlas. En mi universidad asisten a mis cursos, en LIBERTAD y por libre albedrío, quienes así lo deseen, sean médicos, estudiantes y aún
miembros de otras profesiones. La otra clase, que llamaré ‘la nomenclatura’ –los ubicados en el vértice–, tenían acceso a la escasa tecnología y eran celosos guardianes de los libros, depositarios del poder que da el conocimiento.
Ésos, privilegiados del sistema,
tienen acceso a los banquetes, y viajan
al exterior con dólares, olvidando a
aquellos pobres colegas que se quedaron
en casa. La sociedad cubana es una sociedad triste donde se habla calladito para
no ser escuchados por el Estado policial, donde se asciende siendo fiel y
denunciando; en fin, trepando por sobre las cabezas de otros. La medicina de avanzada que ostentan, está apoyada en una ingeniosa propaganda, pero en realidad es una triste
farfolla.
Los delineamientos de su ‘mar de felicidad’ han encontrado eco en un gobierno
antinacionalista, formado por una chusma
precaria de talentos.
Por ello, con la creatividad
castrada y a un coste de 1,3 millones de dólares diarios, prefieren buscar
‘asesorías’ y enviar enfermos a la isla.
Su nulidad y estulticia les impide tomar medidas de contingencia para ayudar a tanto necesitado que clama en nuestros hospitales por la resolución de sus problemas. Como usted declara, traer ‘ 1.500
profesionales’ de sus fábricas de
médicos, es otro inaudito ejemplo de
traición a la Patria, de desnudez neuronal, un intolerable insulto, una incomprensible medida si se toma
en cuenta, por una parte, el desempleo
local y, por la otra, el que apenas son
necesarios menos de 59 médicos para
llenar las medicaturas vacantes para las
que, estoy seguro, hay voluntarios.
Las erradas políticas de salud no
son culpa de los médicos. Son exclusiva competencia del Estado venezolano.
Hago mío el eco lastimero de
mis pacientes y reclamo para ellos el dinero que injustamente se le regala a ustedes. Esos pobres seres han
visto empeorar sus dolencias a lo largo de cuarenta años de apatía, pero, a no dudar, ahora se encuentran peor desde que ‘el proceso’ trata de rasarnos con ustedes, por lo bajo. Hay en la
isla de Cuba demasiados aspectos que mueven a vergüenza y dolor, demasiados
como para que usted cínicamente nos censure.
Se puede engañar a alguien
una vez, pero no a todos todo el tiempo.
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