¿Cómo será vivir en una
Argentina sin libertad? Me refiero a una restricción severa; hablo de que esa
limitación sea palpable todos los días, cada día de la vida; que el radio de
acción individual pase a estar vigilado, dependiendo de autorizaciones y de
venias del Estado.
El país conoce esas circunstancias
bajo el imperio de ácidas dictaduras. Pero nunca lo vivió bajo un gobierno
elegido democráticamente.
Es obvio que el país tiene ya
un sistema de libertades acotado. La sola lectura de la primera parte de la
Constitución, con su diáfano programa de derechos y de responsabilidades
individuales, proyectando un modelo de bravura y de logros personales, contrasta
gravemente contra una realidad controlada, regulada y dirigida por el Estado.
El antropocéntrico eje constitucional ha sido dramáticamente corrido hacia un
vector estatal que todo lo abarca y todo lo domina.
Pero aun así, al menos desde
que se recuperó la democracia en 1983, el país nunca vivió bajo el yugo de un
régimen. Las severas limitaciones a las libertades constitucionales giraban -y
giran- básicamente alrededor de prohibiciones económicas: efectivamente, el
vuelo que los padres fundadores quisieron darle al individuo argentino para que
éste hiciera y deshiciera su vida económica de acuerdo a un plan que él mismo
trazara y respecto del cual disfrutara la dulzura del éxito o soportara las
consecuencias de las malas decisiones, fue completamente destruido. De aquella
invitación a la conquista no ha quedado nada.
Como consecuencia lógica, el
país se debate hoy en la medianía del mundo. Arrinconado en una pobreza
extendida de la que no logra liberarse y dependiente, cada vez más, de la
limosna pública para sobrevivir.
Ese esquema es de por sí muy
frustrante. Un país con las potencialidades de la Argentina que no pueda
descollar entre las naciones del Universo, como seguramente lo soñaron quienes
la fundaron, es un misterio que incluso fuera de las fronteras del país, no se
puede entender. El caso de la Argentina comparando lo que podría ser con lo que
es, ha sido estudiado extensamente en el mundo.
Pero una cosa bien distinta es
pasar a ser un país en donde las ideas queden bajo el escrutinio del Estado; en
donde el pensamiento diferente se diluya, en donde la sociedad entre en un cono
de silencio por temor y en donde la moneda corriente sea la censura y la
delación.
Está claro que ambas libertades
están estrechamente ligadas: el vuelo económico no sucede donde el miedo
reemplaza a la palabra libre y ésta está más próxima a perecer allí donde no
hay vuelo económico. Pero si pudiera hablarse de una "calidad" de las
libertades, la de expresión supera a todas: nada florece en el desierto del silencio
o en el páramo de la idea única.
Y la Argentina está próxima a
meterse de lleno en esas sombras. La llamada ley de Medios y la que declara de
utilidad publica la producción y comercialización de pasta celulosa para papel
de diario establecen un sistema de pinzas sobre las ideas publicadas que
amenaza con asfixiarlas. Los pilares de esas dos leyes están asistidos por
otros. La creación de "institutos de revisionismo histórico", la
profundización de la "guerra cultural" y la distribución de la pauta
oficial de publicidad, hacen las veces de poleas de trasmisión de un esquema de
encierro y de mordazas que no tiene precedentes en la democracia.
Un perfume profundamente
gramsciano se ha apoderado del país. Un goteo implacable de textos, imágenes,
mensajes subliminales y expresos, fútbol, cinematografía, publicidad,
academias, propaganda, en fin, un combo interminable de penetración cultural
que no reconoce antecedentes por su profundidad y ambición.
Ahora el golpe de gracia esta
por consumarse. La vigilancia de las ideas se traducirá en cantidades de papel,
Los que tengan dudas sobre si estas prevenciones son exageradas solo deberán
esperar el desarrollo de los acontecimientos. Moreno acotará la provisión de
papel a los medios "enemigos" y sobreproveerá a los amigos. Luego
terminará con el esquema de libre importación que hoy rige. Se trata de
eslabones de una cadena que ya pueden anticiparse hoy. Los que dudan solo
deberán esperar para ver con sus propios ojos como se producen. El derecho de
propiedad, ya bastante vilipendiado en el país, sufrirá un nuevo golpe cuando
Papel Prensa sea expropiada de hecho.
También es cierto que el ideal
de "normalidad" dista mucho de una situación en donde la única
compañía que produce papel para diarios en el país pertenezca a los dos
principales diarios y al Estado. Se trata de una seria disfuncionalidad. Pero
lo que en parte explica esta situación es el mismo hecho que torna inexplicable
el apuro del gobierno por sancionar la ley de utilidad pública.
El papel para diarios sobreabunda
hoy en el mundo. El precio de ese insumo no entusiasma a nadie a hacer las
inversiones necesarias para instalar una planta de papel para diarios. La
producción de otros papeles resulta mucho más rentable. Prueba de ello es la
situación de la otra papelera creada para fabricar papel para diarios, Papel
del Tucumán, que luego de fundirse y ser reciclada por nuevos dueños, abandonó
aquella producción y hoy se dedica a fabricar otros papeles y cartón corrugado.
La gran paradoja de estos
crímenes es que suceden en democracia. Y es paradójico, porque el sistema
organizado por la Constitución parte de un supuesto al que da por descontado
porque lo cree de toda lógica. Ese supuesto es creer que las personas quieren
ser libres, por eso la Constitución organizó un esquema para limitar al Estado
y para ampliar el radio de vida y libertad individuales. El sistema de la
Constitución no está preparado para que su supuesto, para que la columna
vertebral a la que da por descontada, se de vuelta como una media y las personas,
voluntariamente, quieran ser esclavas. Esa preferencia es tan antinatural que
ningún constituyente en su sano juicio pudo siquiera considerarla.
Pero el goteo gramsciano dio
resultado y hoy, con perplejidad, vemos como vastas franjas de la sociedad
están dispuestas a entregar su libertad a cambio de creerse el verso de que el
Estado les solucionará la vida. A su vez, el Estado constitucional ha sido
reemplazado por personas de carne y hueso que se encarnan en él y aprovechan
sus prerrogativas para beneficiarse personalmente y para imponer su pensamiento
por sobre el de los demás.
Con el voto popular la
Argentina se apresta a ingresar voluntariamente en un camino de servidumbre del
que le resultará muy difícil volver.
http://www.notiar.com.ar/contenido/opinion/opi_14677.htm
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