Cada vez se ofrecen pistas más contundentes que obligan a considerar que la destrucción de la propiedad privada en Venezuela es una estrategia del poder por el poder.
Aquello del socialismo y los socialistas desprendidos, sin dinero, sin lujos, sin acumulación de capital, sin egoísmos, muy humanos y humanistas, se antoja como una cortina de humo para justificar la arremetida. Para justificar el discurso. Para barnizar la naturaleza del régimen y el poder chavista. Para que aquende y allende la frontera haya más de uno confundido. Cuando el fondo verdadero es la permanencia en el poder.
Se los dijo el ex-presidente Lula a los 4 empresarios que se reunieron con él en su última visita a Caracas: Chávez considera que los empresarios venezolanos son sus enemigos. De ahí que lo afirmado por un empresario sobre el control de precios, el control de cambios, el esquema económico, el uso de los recursos petroleros, pase de ser una simple opinión a una declaración de guerra. Y de allí que también la preferencia de cualquier empresario por una opción político-partidista diferente al chavismo, es vista por el caudillo Chávez como parte de un pl an conspirativo.
De modo que para curarse en salud y garantizarse la reelección indefinida, mejor cortar de raíz el mal. Y éste no es otro que la propiedad privada. La local. Sospechosa a todo evento.
Se trata en verdad de una postura que busca eliminar al empresario nacional, más si a éste lo acompaña el éxito y la tradición y, si por demás, piensa diferente, sostiene una opinión distinta, expresa ideas propias y hasta se atreve a disentir.
En ese juego de poder, Chávez prefiere a Odebrecht. Y a Chevron-Texaco. Y a los chinos. Y a los rusos. Y a un banco portugués. Y a unos cuantos capitalistas argentinos. Estos sí que son empresarios amigos. El Gobierno interviene a los constructores locales y anuncia que traerá constructores del Brasil para apurar la Misión Vivienda. Los extranjeros no opinan en lo interno. Pese a que en aquella reunión con Lula, Odebrecht fue el anfitrión.
Hay que fijarse que cuando Ricardo Fernández Barrueco y otros grupos aliados de boliburgueses se hacían grandes y se metían en política y en decisiones gubernamentales hasta criticar, por ejemplo, el control cubano sobre las importaciones de alimentos, entonces dejaron de ser “amigos” del Gobierno. Y no es casual que a partir de allí se decreta el derrumbe de todos esos grupos.
O sea, fueron condenados no por boliburgueses ni bolicapitalistas sino por asomar la nariz y convertirse en estorbo para ciertos intereses del poder, o aspirar a una cuota de poder. Hay que recordar que Carlos Kaufman y Franklin Durán no cayeron en desgracia por boliburgueses sino por el maletín de los 800.000 dólares en Buenos Aires y la seguidilla de errores en Miami. Cuando el régimen se ensaña contra el general Raúl Baduel no lo hace por las tierras y el ganado- esa fue la excusa- sino porque el ex-ministro y jefe militar comenzó a cuestionar el rumbo del proyecto.
Si fuese sincero el discurso anticapital, entonces al menos 30 ex-bolifuncionarios y bolifuncionarios del régimen chavista no gozarían impunemente ni del poder ni del dinero acumulado entre 2003 y 2011. Y lo cumbre es que siguen acumulando. Tan eficiente el servicio cubano de inteligencia, no debe ignorar tales nombres. Lo que los protege es que esos personajes siguen siendo leales. Son bolimillonarios, boliburgueses, pero leales. Aún le sirven al régimen. Y no son mal vistos pese a los aviones, los caballos pura sangre, las inversiones inmobiliarias, la fincas, el ganado vacuno, las cuentas en dólares, en euros y libras y los lujos y los viajes que disfrutan. El resto, entonces, es puro discurso. Para los incautos.
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