Maria Corina una joven mujer de su valía y temple sería la pesadilla de un sargentón machista
¿Fue realmente un debate?
No; no lo fue, pero resultó ser algo mucho mejor: una especie de ejercicio coral animado por el gesto y la emoción de una genuina confrontación democrática. Algo que hace tres lustros no veíamos ni de lejos.
No fue un debate porque, en rigor, los candidatos no escrutaron las ideas de cada quien con ánimo de hacer valer razonadamente las suyas propias.
No hubo “controversia”, “discusión”, que es lo que brinda el diccionario de la lengua al preguntarle por la voz “debate” –, pero, sin duda, en una Venezuela acostumbrada al monólogo opresivo, ampuloso, ignorantón y desdeñoso de las ideas ajenas – única oferta cuartelaria de Hugo Chávez –, la experiencia fue mucho más que refrescante: mostró, incluso a los más desasidos, que la oposición cuenta con un elenco – con “profundidad de banca”, diría un comentarista de fútbol – y que, sin que difieran en mucho sus pareceres sobre los tópicos que les fueron ofrecidos, quien desde ya está en aprietos, no sólo oncológicamente medicamentosos, sino comunicacionales y mediáticos, es el Gran Patán, el Enfermo Insustituible.
Con esto dicho, creo despejado el camino para comentar el desempeño de cada candidato sin que se me tenga por un aguafiestas. Superado – creo– el inoportuno berrinche de Ocariz y Caldera, el “debate” fue visto por todos como una balsánica presentación en sociedad . Ya habrá tiempo para que los candidatos debatan en forma.
Sostengo que, en tanto que elector, no estoy obligado a opiniones inconmovibles respecto a los candidatos. Y si es verdad que, en un un arrebatado artículo mío, publicado en Tal Cual, desfogué desconsideradamente mi mala uva contra quienes describí como los “harvardianos Ralph Lauren” de Primero Justicia, no es menos cierto que fui demasiado lejos en eso de anunciar que mi voto ya es de Pablo Pérez. Después del programa del lunes pasado, ya no estoy muy seguro. De hecho, a quien peor ví, a quien noté más deslucido, fue a Pablo Pérez
Con todo, tuvo el zuliano, si no un acierto, una ventura: no desmejoró: entró al debate siendo lo que ha sido y salió siendo lo que todavía es para muchos: un caballo pardo que el stud de Ramos Allup le birló limpiamente a la cuadra de Rosales. Esto último, en sí mismo, es ya una bendición para Pablo Pérez – ¡qué raya ser el “tapado” de un sujeto tan impresentable como Rosales!– y en el debate, al menos, no hizo nada que deslustrara demasiado su rol de candidato de AD. Pero no mucho más.
Lo mismo puede decirse de Capriles Radonski: ni su retorica ni su oratoria son cosa del otro jueves – al contrario–, pero, por una vez, sus problemas con la sintaxis y la prosodia no lucieron intraficables para él. Las ideas para solucionar los problemas que nos acogotan tampoco lucieron en su boca como dignas de escribir a casa, pero seamos justos: los candidato exhiben una colectiva sensatez y razonable familiaridad teórica con las calamidades de la Venezuela actual y sus soluciones. Así que, según este articulista, Capriles Radonski no sufrió descalabro alguno en su hasta ahora aparente ventaja en las encuestas. Igual que Pérez, entró como salió; acaso un poquitín mejor considerado.
Poca cosa me infundieron las intervenciones de Leopoldo López, variantes semánticas no muy felices de lo que, con más precisión, brindaron Machado, Pérez y Arria.
Las sorpresas, para bien o mal, corrieron, en efecto, por cuenta de Maria Corina Machado y Diego Arria.
Este último tramoló con mayor pegada los mismos tópicos que dijeron todos los ya mencionados, pero se animó a añadir una oferta que ese mentidero que es twiterlandia – el “ala dura” de twitterlandia, quise decir– pareció aprobar con entusiasmo: llevar a Chávez a la corte de La Haya sonó a Eliot Ness prometiendo a Capone una temporada tras las rejas.
Este último tramoló con mayor pegada los mismos tópicos que dijeron todos los ya mencionados, pero se animó a añadir una oferta que ese mentidero que es twiterlandia – el “ala dura” de twitterlandia, quise decir– pareció aprobar con entusiasmo: llevar a Chávez a la corte de La Haya sonó a Eliot Ness prometiendo a Capone una temporada tras las rejas.
¿Bravuconada? Quizá lo sea, pero ante tanto escarnio , amenaza, vilipendio e infamia como ha salido de laboca del Paciente Habanero en los últimos doce años – sumado al hecho de ser Arria, él mismo, en persona, una notoria víctima de atraco a mano armada –, sus palabras dispensaron el momento emocional, justiciero de la velada.
María Corina Machado – este es su gran mérito de la noche, digo yo–cautivó a muchos que la habían desestimado hasta ahora, pese a su gallardía y coraje suficientemente demostrados. Sonó articulada y comprometida; sonó segura y, más aún, hizo por vez primera muy creíble la noción de que, en una carrera por la presidencia, una joven mujer de su valía y temple sería la pesadilla de un sargentón machista que, para colmo, muy seguramente entrará en campaña luchando en otro flanco con eso que la prosa periodística manidamente llama “ una penosa enfermedad”.
El Hombre Imprescindible está solo y gravemente enfermo: sus seconds – sus únicos dolientes verdaderametne preocupados– están muy lejos, en La Habana. Y sus inicuos “seguidores”, demasiado desconcertados por los logros de la MUD y elucubrando sus propios individuales futuros: nada atinado puede salir de allí.
La oposición, en cambio, ha tomado al fin vuelo: se ha hecho visible, hay unidad en la diversidad, muestra decisión y unicidad de propósitos. Se la ve al fin con reales posibilidades de encarnar colectivamente el ideal de Angelo Dundee, aquel genial entrenador de Muhammad Ali: “Flotar como una mariposa y picar como una vispa”.
Hasta el round final.
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