El pasado lunes 14 de noviembre, ocurrió el debate inaugural ente los precandidatos de la unidad democrática, ante un país lamentablemente deshabituado a este tipo de contiendas y discusiones.
Hacía muchos, muchos años, que no se presenciaba un debate político, y aunque es cierto lo que muchos objetan de que no fue un verdadero debate, también es cierto que mucha gente, y en especial muchos jóvenes, por primera vez pudieron presenciar una confrontación respetuosa y civilizada entre rivales (que no enemigos), una confrontación pacifica entre ciudadanos iguales en derecho, compitiendo en el plano de las ideas, las visiones y la propuestas, algo que no es poca cosa, particularmente si pensamos que en los últimos años la población estudiantil por ejemplo, esa misma que convocó a este primer encuentro, y que tenía en promedio unos ocho años de edad cuando Chávez ascendió al poder, lo que había observado con más frecuencia, con patológica frecuencia, era el repugnante espectáculo del monólogo casi absoluto de un comandante militar/petrolero/tropical, siempre enfermo de enfermedades sin remedio, rociando por horas sus escupitajos de odio, hacia audiencias silenciosas obligadas a tragárselos.
Pero el pasado lunes y ante un auditorio sanamente insumiso y repleto de diversidad, presenciamos este primer encuentro-debate, afortunadamente, habrán nuevas oportunidades para mejorar el formato o proponer una modalidad distinta, pero lo importante es que se mostró ante el país una dinámica de interacción entre candidatos, que es de por sí la mejor muestra de democracia y unidad, y el desemboque auspicioso de la oposición, por un camino más cívico, mas didáctico, y de contraste más edificante y constructivo, hacia la meta final de las elecciones primarias, es más, deberían ser los debates, con temática y sedes variadas, el canal natural para mostrarle al país que hay más diversidad, más dialogo, más oportunidad y más alternativa, en la otra orilla…
Habrá de cambiar desde luego la modalidad y sobre todo, abordar muchos temas que faltaron, comenzando por el tema principalísimo del petróleo: como re-encaminar su producción, cuales esquemas adoptar, qué hacer con la OPEP, qué hacer con PDVSA, como sanearla, como reestructurarla, como relacionar sus necesidades con las necesidades de un país que deberá volverse realmente productivo si desea conservar su factibilidad, en otras palabras, como redefinir y como volver benigna al fin, la relación de la nación, del estado, con este recurso natural que debería representar una bendición y no el combustible de nuestra desventura, y esto hay que decirlo: fue el petróleo, el asombroso ausente de este primer debate.
Y faltan muchísimos temas más: el destino de nuestras FF.AA., el pesado endeudamiento que heredaremos por décadas, el tema laboral con mil y una reivindicaciones pendientes, qué hacer con las empresas básicas por el suelo, con la miríada de industrias, comercios y propiedades depredadas y desgarradas por el régimen, con la híper-burocracia estatal ultra-ineficiente, qué hacer con el control de cambios, con la devaluación, etc. y muy importante faltaría más, el futuro de nuestras relaciones internacionales, con Colombia/Cuba/EE.UU./Brasil, con Latinoamérica, con la CEE, con el Asia/Pacífico, los tratados multilaterales, qué hacer con los quistes parasitarios del ALBA, qué hacer con esas vergüenzas planetarias que son los países amigos de la chequera venezolana…
Pero ya en el mismo debate del pasado lunes, se lanzó el tema más apremiante y a la vez el tema más político de todos, el de nuestra ineludible transición: ¿Qué hacer con la colección de instituciones infectas, purulentas y putrefactas, hasta sus más profundos cimientos, que nos dejará el hamponato regente, para emboscar cualquier voluntad constructiva? ¿Que hacer para obtener gobernabilidad y garantizarla desde el primer momento, frente a amenazas de desestabilización y conmoción, que estarán al acecho sin la menor duda? ¿Cómo conjurar escenarios tan lúgubres como factibles de una colombianización, o de una mexicanización? ¿O la amenaza final de una salida pendular? ¿Cómo cimentar una transición admisible, viable, sólida, que nos permita concluir en una salida exitosa “por el centro”? ¿Cómo avanzar hacia una salida ampliamente pactada de reconstrucción, de un basamento institucional mínimamente sustentable y defendible por todos los poderes y la ciudadanía?
Al respecto, el precandidato Diego Arria propuso Constituyente, para renovar las instituciones de la forma más abierta y democrática, y un período de gobierno reducido a dos o tres años, sin reelección, porque el calado de las medidas probablemente no permitirá una mayor extensión temporal, ni podrá quedar condicionado a cálculo electoral alguno, porque estos desde luego, son cálculos de estadista, un planteamiento de alta política, y el reto de discutirlos ante los precandidatos y ante el país, quedó pendiente sobre la mesa.
En los próximos meses, resultará importante para medir el grado de seriedad y compromiso de este liderazgo opositor, que se propone para afrontar y dirigir las titánicas tareas que nos aguardan, que esa mísera lógica electorera de sólo querer tratar “temas populares” en los debates, no imponga su minúsculez política de comando de campaña, sobre todo ante un país que necesita conocer y calibrar las manos que pretenderán conducirlo, en su transitar por momentos que serán extremadamente difíciles y delicados.
Permitámosle a nuestro destino que se repita varias veces esta luminosa conjunción, en donde cinco voces de unidad, enfrentadas a la voz única y tenebrosa de la división, nos muestran el país que deberemos construir entre todos y para todos
Federico Boccanera
boccaneraf@gmail.com
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