Estaba todo el mundo pendiente del discurso de Mahmud Abbás, que como todo hombre de paz tiene nombre de guerra (Abu Mazen), y resulta que el líder palestino parió un ratón mendaz, irredentista y acusica. A Benjamin Netanyahu le aplaudieron mucho menos, la Ministrini no se dejó emocionar por sus palabras; pero es que él fue a soltar verdades, no a que lo jalearan.
De primeras, el halcón Netanyahu recordó que Israel lleva 63 años tendiendo la mano en son de paz; desde su mera fundación, pues, que pudo conllevar la del Estado palestino pero no lo quisieron así los líderes árabes, empezando por el muy nazi muftí de Jerusalén, Haj Amín el Huseini, que en aquel 1948 desataron una guerra de exterminio con la consigna de arrojar a los judíos al mar. Los judíos no se dejaron y, desde entonces, cuando en Israel celebran el Día de la Independencia los palestinos lloran la Nakba, como catastrófico rememoró Abbás.
Acto seguido, el premier israelí expresó sus mejores deseos para con los pueblos de Egipto y Jordania –los únicos países árabes que, a día de hoy, han firmado acuerdos de paz con el Estado judío–; Turquía –con "respeto" y la "buena voluntad" que le falta a Recep Tayyip Erdogan–; Libia y Túnez –con "admiración hacia aquellos que tratan de construir un futuro en democracia"–, el resto del norte de África y la Península Arábiga –"con los que queremos forjar un nuevo inicio"– y Siria, el Líbano e Irán, "impresionado con el coraje de quienes luchan contra la brutal represión".
Pero, muy especialmente, tiendo mi mano al pueblo palestino, con el que pretendemos alcanzar una paz justa y duradera.
Abbás, en cambio, aparte de hacer la pelota a Ban Ki Moon y al presidente de la asamblea que le estaba escuchando, sólo tuvo palabras para el pueblo y el Gobierno de Sudán del Sur, por la "merecida" admisión de su país en la ONU como miembro de pleno derecho. En Sudán del Sur, aquel día, festejaron con banderas de Israel, no de Palestina. Por alguna razón sería.
El siguiente objeto del interés de Netanyahu fue la afición, esa Asamblea General tan encantada de haberse conocido, a pesar de tener un pedigrí democrático y liberal que haría palidecer a un perro mil leches. El primer ministro de Israel afeó a la Asamblea estupenda su infame Resolución 3379, que consideraba al sionismo una forma de racismo y equiparaba a Israel con la Sudáfrica del apartheid –palabro que volvió a infligir Abbás al Estado judío en su discurso mentiroso, donde en cambio nada dijo de sus planes para erigir una Palestina Judenrein, como Judenrein son ya Gaza, Jordania y Arabia Saudí–; su rechazo al primer plan de paz árabe-israelí, los Acuerdos de Camp David firmados por Anuar Sadat –asesinado por ello por los suyos– y Menahem Begin; su contrastadísima israelofobia ("Veintiuna de las 27 resoluciones de la Asamblea General condenan a Israel, la única democracia auténtica del Medio Oriente") y el abominable doble rasero onusino:
Esto es el teatro del absurdo. No sólo se asigna a Israel el papel de villano; es que a los auténticos villanos se les confiere roles protagónicos: la Libia de Gadafi presidió la Comisión de Derechos Humanos, y el Irak de Sadam encabezó el Comité de Desarme.
Puede que ustedes digan: eso es cosa del pasado. Pero veamos qué está pasando ahora mismo, hoy. Pues que el Líbano controlado por Hezbolá preside el Consejo de Seguridad. Lo cual significa, en efecto, que una organización terrorista preside el organismo encargado de velar por la seguridad mundial.
Fue poco después cuando dijo aquello que no parece se le pasara siquiera por la cabeza a su homólogo Abbás:
He venido aquí no para cosechar aplausos. He venido aquí para decir la verdad.
(¿"Homólogo"? Benjamin Netanyahu es el primer ministro de Israel, así que su semejante sería en todo caso Salam Fayad, que no está lo que se dice entusiasmado con el plan unilateralista de Abbás. Éste, por su parte, desde 2007 no puede pisar Gaza, tomada por los golpistas de Hamás, y desde 2009 es presidente de la Autoridad Nacional Palestina sin mandato alguno: por lo visto, le da pereza convocar elecciones. Así que no, no son homólogos. Ni por el forro).
Y como su objetivo era decir verdades, habló y no paró de la amenaza islamista y del riesgo de que, si no se hace frente a los ayatolás, la Primavera Árabe acabe derivando en el Invierno Iraní.
Eso sería una tragedia. Millones de árabes han tomado las calles para reemplazar la tiranía por la libertad, y nadie podría obtener más provecho que Israel si quienes están comprometidos con la libertad y la paz acabaran prevaleciendo.
Del futuro promisorio, conjugado en condicional, hubo de pasar al presente, bronco y peligroso, repleto de desafíos. Sobre todo para su país:
El islam millitante se ha hecho con el Líbano y Gaza, y está determinado a echar abajo los tratados de paz suscritos entre Israel y Egipto y entre Israel y Jordania. Está emponzoñando la mente de muchos árabes contra los judíos y contra Israel, contra América y contra Occidente. Y rechaza no sólo las políticas, sino la mera existencia de Israel.
¿Moraleja? Que para el Estado judío la seguridad sigue siendo crucial, no en vano está en juego su supervivencia.
Llegados a este punto, Netanyahu cargó, con firmeza e ironía, contra los aconsejaores carraca que piden siempre a Israel que haga ofertas tan generosas que los capos palestinos no puedan rechazarlas. Lo malo, lo pésimo es que las rechazan siempre, recordó el mandatario israelí. Por eso se les conoce como los tipos que jamás aprovechan una buena oportunidad. ¿Sirvió para algo la generosísima oferta de Barak en 2000? Sí, para que el sanguinario Arafat desatara la Segunda Intifada. ¿Sirvió para algo la retirada israelí de Gaza? Sí, para que la Franja se convirtiera en Hamastán ("El satélite de Irán expulsó a la Autoridad Palestina enseguida. La Autoridad Palestina se vino abajo en un día; en un solo día"). ¿Sirvió para algo la retirada israelí del Líbano? Sí, para que Hezbolá reforzara su dominio sobre el País del Cedro y se convirtiera en referente para numerosos liberticidas del Medio Oriente. ¿Sirvió para algo la oferta de Ehud Olmert en 2008, "aun más amplia" que la de Barak? Sí, para que Abbás diera la callada por respuesta.
Israel está preparada para tener un Estado palestino en la Margen Occidental, no una nueva Gaza. Y por eso es por lo que necesitamos llegar a auténticos acuerdos de seguridad, que los palestinos simplemente rehúsan negociar.
Tampoco aquí vibraron los corazones de Jiménez & Co.
Israel recuerda las amargas lecciones de Gaza. Muchos de los críticos de Israel las ignoran. Irresponsablemente, le aconsejan que vuelva a transitar ese peligroso camino. Atiendes a lo que esa gente dice y es como si nada hubiera ocurrido; repite los mismos consejos, las mismas fórmulas como si nada hubiera ocurrido.
Netanyahu prosiguió poniendo ejemplos bien gráficos de lo determinante que es para Israel el disponer de "profundidad estratégica" en términos territoriales ("Exactamente por eso la Resolución 242 del Consejo de Seguridad no exige a Israel que se retire de todos los territorios que capturó en la Guerra de los Seis Días"; que capturó a los ocupantes Egipto y Jordania, no a la inexistente Palestina, conviene aclarar, ya que nadie lo hace), y hasta dando lecciones de geopolítica e historia a Abbás, sobre qué se puede hacer cuando uno tiene voluntad de ir de la mano de su otrora enemigo, como hicieron Estados Unidos y Japón (y Alemania) después de la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces que insistió: primero hay que firmar un acuerdo de paz y después, y sólo después, poner en pie el Estado palestino. (¿Pero no están haciendo los palestinos lo mismo que hicieron los israelíes en el 48? No, no están. Atiendan a este extraordinario artículo de Efraim Karsh).
Los palestinos deben firmar la paz con Israel, y entonces tendrán su Estado. Pero además quiero decirles otra cosa: cuando ese acuerdo se firme, Israel no será el último país en saludar a Palestina como nuevo miembro de la ONU. Será el primero.
Netanyahu no aprovechó el momento propicio –aquí sí cosechó aplausos– para recogerse y devolver palmaditas. Sino que siguió hablando, porque aún le quedaban verdades que exponer: el cautiverio inhumano del soldado Guilad Shalit a manos de la organización terrorista Hamás ("Todas y cada una de las naciones aquí representadas deberían exigir su inmediata liberación. Si ustedes quieren... si ustedes quieren aprobar hoy una resolución sobre el Medio Oriente, debe ser ésta"), el trato que da Israel a sus minorías frente a lo que pasa y –si no se le pone remedio– pasará en los Territorios ("El Estado judío de Israel siempre protegerá los derechos de todas sus minorías, incluidos los de sus ciudadanos árabes, que son más de un millón. Me gustaría poder decir lo mismo del futuro Estado palestino, pero funcionarios palestinos dejaron claro el otro día [...] que no permitirán que haya judíos en él. Será un Estado libre de judíos, Judenrein. Eso es limpieza étnica. Hoy en día hay leyes en Ramala que castigan con la muerte el vender tierras a judíos. Eso es racismo. Y ustedes saben a qué legislación evoca") o la letal ambigüedad de Abbás en asuntos donde la claridad es imprescindible ("El presidente Abbás [...] ha dicho que el núcleo del conflicto son los asentamientos. Qué extraño. Nuestro conflicto crepita desde casi medio siglo antes de que hubiera un solo asentamiento israelí en la Margen Occidental. Así que, si lo que dice el presidente Abbás es cierto, entonces... me pregunto si cuando habla de "asentamientos" se refiere a Tel Aviv, Haifa, Jaffa, Beersheva. Quizá fue eso lo que quiso decir cuando el otro día afirmó que Israel llevaba 63 años ocupando Palestina. No dijo desde 1967, sino desde 1948").
En el cierre, y ya con la misión cumplida, el halcón Netanyahu se convirtió en alba paloma e incluso se dejó atrapar en las redes de la cursilería; para que luego digan que no está dispuesto a hacer concesiones dolorosas.
Hay un viejo dicho árabe que dice que no puedes aplaudir con una sola mano. Es un dicho igualmente cierto para la consecución de una paz verdadera. No puedo hacer la paz sin usted. Presidente Abbás: tiendo mi mano, la mano de Israel, en son de paz. Espero que usted la tome. Los dos somos hijos de Abraham. Mi pueblo lo llama Avraham. Su pueblo lo llama Ibrahim. Compartimos el mismo patriarca. Habitamos la misma tierra. Nuestros destinos están entrelazados. Permitamos que se haga realidad el sueño de Isaías: "La gente que camina en la oscuridad verá una gran luz". Permitamos que esa luz sea la luz de la paz.
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