Ollanta Humala acaba de asumir la presidencia de Perú. Las expectativas son enormes, el pasado sigue pesando con relación a su liderazgo y la incertidumbre legítima sobre las líneas maestras de la gestión que inicia es la actitud general dentro y fuera del país. Expectativa vigilante. Salvo algún problema de fondo vinculado al tema constitucional, el discurso inaugural fue aceptable, consecuente con la actitud asumida hacia el final de la campaña electoral. Las palabras y las acciones cumplidas desde entonces hablan a su favor. Muchas frases de uso compartido. Lugares comunes buenos como recursos coyunturales, pero ahora tendrá que respaldarlos con la acción diaria de un gobierno nada fácil.
Una de las principales obligaciones será despejar las válidas dudas y sospechas referidas a compromisos políticos anteriores y a eventual asociación con posiciones ideológicas fracasadas en muchos países, antes y ahora, más no definitivamente confrontadas con la realidad peruana. Ojala y Humala haya aprendido que al gobierno se llega para resolver problemas y no para defender ideologías. Mucho menos para satisfacer ambiciones diferidas de poder, personales o de grupo. Tampoco para pasar factura a quienes en el pasado fueron enemigos o adversarios, justificadamente o no. Esto es particularmente válido en el crucial momento que se vive en el área andina. La corresponde sustituir en la presidencia a Alan García II, bien valorado en su segundo mandato. Eficiente continuador de las políticas económicas y sociales de su antecesor y respetuoso de los derechos humanos. El nuevo Presidente no deberá olvidar que alrededor de la mitad del país será muy crítica frente a él y que, además, buena parte de quienes hicieron posible su elección estarán muy atentos para consolidar su apoyo o retomar la crítica cuestionadota de manera definitiva.
En el discurso de toma de posesión, Humala dijo que asumía con humildad. No soy nadie para dar consejos, pero quisiera recordar lo dicho en reciente conferencia, el politólogo venezolano Aníbal Romero al definir la humildad como lo contrario del “… pecado de orgullo que consiste en cerrarse y experimentar un aprendizaje patológico, es decir, un aprendizaje que nos conduce a profundizar en los errores hasta que no haya marcha atrás”.
Ollanta Humala deberá luchar para consolidar la dignidad de la política, bastante deteriorada tanto en Perú como Venezuela y muchas partes del mundo. La mejor manera de lograrlo es manteniendo una radicalidad ética en su conducta diaria. No debe olvidar que el futuro se construye día a día, desde el presente. La política es la forma más excelsa de apostolado. Se viene a ella para servir y no para servirse. Honradez en lo personal y garantizar la seguridad personal, familiar y laboral de todos, será el mejor instrumento para garantizar la dignidad de los ciudadanos, medida por los alcances de la libertad y de la propiedad en todos los campos.
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