Durante mis años mozos, e inspirado por el poeta Rimbaud, quise “cambiar la vida”. Tan quimérico pero romántico propósito es propio de la inmadurez. Sin embargo, ser joven exige una dosis de romanticismo, a riesgo de una vida sin ilusiones. Por ello llaman tanto la atención los denominados “indignados” que acampan en diversas Plazas españolas, pasándola de lo mejor haciendo nada.
He visto a algunos de sus voceros articular a medias sus aspiraciones en los noticieros nocturnos. Uno de ellos dijo, sin la menor vergüenza, que lo que desean es “tener las mismas jubilaciones y pensiones de las que disfrutaron sus abuelos”. Otros hablan del “derecho” a tener buenos trabajos, estables y bien pagados, una linda casita, vacaciones en bellas playas, y lo que nunca falta: una pensión.
No deja de asombrarme la obsesión de los jóvenes europeos de hoy con su jubilación. Si alguien me hubiese preguntado al respecto cuando tenía diecinueve o veinte años posiblemente ni le habría entendido. ¿Se trataba de un signo de irresponsabilidad hacia el futuro, o es que, sencillamente, la pensión de vejez no es tema prioritario cuando lo que está en juego es cambiar la vida? La Plaza del Sol madrileña y sus indignados son un símbolo de la crisis del “modelo social” europeo, un síntoma de la patología que corroe el alma de Europa y amenaza con enfermar a Estados Unidos. Me refiero al incontenible agrietamiento de Estados de Bienestar levantados sobre derechos sin deberes, distribución sin producción, multiculturalismo sin valores y relativismo sin brújula.
Por un lado, es preferible que los “indignados” se dediquen a cantar y hacer el amor que a incendiar las hermosas plazas y calles de Madrid y otras ciudades. Por otro lado, no obstante, la decadencia materialista de la juventud europea presagia tormentas. Sin un horizonte distinto Europa caerá inexorablemente por el desfiladero de los extremismos.
Lenin estaría asombrado al contemplar lo que hoy ocurre en Europa: en medio de la crisis económica las masas votan por la derecha y castigan a la izquierda. En cuanto a Trotsky, quedaría estupefacto al comprobar que la “revolución permanente” consiste en comer tapas de chorizo en una plaza. Los jóvenes enarbolan al Ché Guevara junto a Lady Gaga. Pero el mal va por dentro. Por ahora, el Partido Popular se beneficia del repudio al deleznable Rodríguez Zapatero y sus despistados socialistas, pero la derecha democrática europea tampoco enfrenta con la necesaria crudeza las graves fisuras del “modelo social”. De no hacerlo a tiempo y con valentía, con base en un amplio programa de reformas centrado en la libertad de las personas y el desmantelamiento de las asfixiantes redes estatistas imperantes por décadas, los extremismos se extenderán como una plaga a través del viejo continente.
La izquierda europea da vergüenza, pero la derecha democrática, insisto, no ha asumido aún con plena claridad el significado de la quiebra de los Estados de Bienestar, que considero irreversible. En cuanto a EEUU, si la sumisa reverencia de la prensa occidental hacia la figura mesiánica de Obama no fuese tan abrumadora, caeríamos en cuenta que detrás de los altisonantes discursos hay cuarenta y tres millones de norteamericanos recibiendo “food stamps” (subsidios para alimentarse), la deuda pública ahoga al gobierno federal y a entidades como California, y la economía se hunde en un marasmo, con 10 por ciento de desempleo. Pero ni los partidos políticos ni sus dirigentes quieren darse por enterados. El panorama es alarmante pero todos lo esquivan.
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