Culminó una nueva Semana Santa con la magnífica celebración de la Pascua de Resurrección. Recordamos las Sagradas Escrituras en las cuales se da cumplimiento a la promesa del regreso a la vida de Jesús, como prueba de salvación, se bendicen el agua y el fuego y la alegría torna al corazón de los católicos después de haber hecho remembranza de la tristeza y nostalgia que produjeron la pasión y muerte del Salvador.
Atrás quedaron el sepulcro frío, el sudario y la vida ausente de su cuerpo inmaculado, atrás el llanto de las mujeres de Jerusalén, el dolor indescriptible de su Madre María y la pesadumbre de sus discípulos amados. Vencida la muerte se impone una vida nueva con toda su fuerza… Éste es el motivo central que inspira la fe cristiana, saber que la muerte ha sido derrotada de manera definitiva. La conmemoración de éste acontecimiento histórico nos sugiere una metáfora maravillosa. Tenemos los seres humanos la posibilidad de crucificar muchas cosas: Nuestras derrotas y equivocaciones, nuestras frustraciones y fracasos, los errores cometidos; para que mueran y queden enterrados en el pasado para siempre y podamos nosotros, renovados, mejorados; resucitar a una vida nueva y mejor.
Podemos resucitar hoy, tomar la decisión de morir a viejos hábitos y costumbres y renacer a nuevas posibilidades y maneras de ser y actuar. Tenemos la opción de cambiar y ser mejores, para nosotros mismos y los demás, revisar aquellos aspectos de nuestra vida que deben ser replanteados, modificar antiguos comportamientos, eliminar de la conducta actitudes que sabemos erradas y permitirnos ¡renacer! Esto es posible, solamente requiere una decisión contundente de mejora continua y la persistencia y carácter suficientes para mantenerla.
Los seres humanos tenemos la maravillosa condición de la perfectibilidad, esto es, podemos mantenernos en una carrera constante de ascenso hacia el mejoramiento personal, contamos con la opción de superarnos todos los días, de aplicar sin rendirnos el lema “hoy mejor que ayer, mañana mejor que hoy”. Que ésta Semana Mayor no sea simplemente “una más”, que no nos quedemos en la experiencia de una procesión o de una celebración litúrgica, que logremos trascender a esto, que también es importante, pero no es lo único; pues además que asistir a los oficios religiosos con la debida devoción, es importante que vivenciemos la experiencia de la Pascua y la Resurrección en nuestra propia existencia.
Que sepamos crucificar nuestros defectos, los errores cometidos, las ofensas que hemos realizado, las palabras agresivas que hemos pronunciado, las omisiones en las que hemos incurrido y permitamos que nazca de nosotros un ser nuevo, más justo y compasivo, más humano, más respetuoso y solidario, más tolerante y comprensivo… Que resucitemos hoy, como lo hizo Jesús, para ser mejores, para amar y servir más, para asemejarnos cada día a nuestro virtuoso Salvador y acercarnos con nuestras ideas, comportamientos y cualidades a lo que Dios pensó para cada uno de nosotros al crearnos. Esa es la invitación: A resucitar hoy… A nacer de nuevo.
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