LUIS FUENMAYOR TORO |
La crítica situación actual de inflación,
devaluación del bolívar, escasez, insuficientes salarios, empleo precario,
protestas permanentes, represión, violación de la contratación colectiva,
agresiones a dirigentes populares, gigantesco endeudamiento, venta de activos
de la república y entrega de las riquezas petroleras y mineras a empresas
extranjeras, no es la primera vez que la sufrimos y con toda seguridad las
seguiremos sufriendo periódicamente,
mientras tengamos gobiernos que no se plantean seriamente el cambio del
modelo económico rentista por uno productivo, a partir incluso del mismo
petróleo, que bastante tenemos, pero no sólo comercializado como combustible
fósil sino transformado en productos de muchísimo mayor valor agregado.
Las crisis tienen como fundamento las
variaciones hacia la baja de los precios del petróleo en el mercado
internacional, lo cual escapa a las posibilidades de control del país. Ya en el
pasado, hace más de medio siglo, Venezuela buscó protegerse ante los problemas
creados por la contingencia de los precios, razón por la que se crea la
Organización de Países Exportadores de Petróleo, que si bien no incorpora a
todos los productores, agrupa a un número suficiente de ellos como para poder
proteger, a través de modificaciones de la oferta, los precios de mercado del
crudo y de esta manera el interés de sus pueblos. La OPEP siempre ha sido
atacada por las grandes compañías petroleras transnacionales, interesadas
siempre en adquirir materia prima barata para obtener las máximas ganancias.
Pero las crisis tienen además un componente
que, si lo analizamos bien, concluiremos que posiblemente es hasta más
importante y determinante que las fluctuaciones de los precios de mercado del
crudo. Se trata de los intereses y el desempeño de quienes administran el país
y por consiguiente la industria petrolera venezolana.
Son las políticas
económicas y petroleras de los gobiernos habidos en la república, prácticamente
desde que hace un siglo iniciamos la explotación y exportación del llamado oro
negro. Estos intereses, por lo menos desde 1958 para acá, lapso en el que se
disponía de suficiente experiencia y profesionales formados como para plantearse
otros retos, parecieran diseñados para mantenernos en crisis cíclicas
constantes y para favorecer a los países industrializados.
Rechazo total y vehementemente la idea de que
el petróleo ha sido una maldición. Que se trata del “Excremento del Diablo” y
que viviríamos mejor sin él. La maldición han sido los gobiernos que hemos
tenido desde 1959 en adelante, que no sólo se han conformado con la venta de
combustible fósil y no han desarrollado la petroquímica y la química orgánica
industrial, sino que han malversado, robado y dilapidado los billonarios
ingresos recibidos por su venta.
Luis
Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro
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