Cambio pensión de jubilación de profesor universitario por beca de misión Sucre.
Cuando uno ve que alguien dice o hace cosas a todas luces incorrectas, que no tienen lógica ni sentido alguno, de falta de sindéresis, que son un total disparate, que hacen dudar de la seriedad o sensatez de la persona en cuestión, pero que además esa persona significa algo especial para uno, bien sea por parentesco, amistad, superioridad, condición o posición, se dice que uno siente pena ajena. Usando un lugar común, uno no sabe dónde meter la cabeza. Eso creo que nos está pasando, desde hace ya bastante tiempo a muchos, y cada vez muchos más, con las intervenciones, actuaciones, decisiones públicas del teniente coronel felón. El mismo que se supone rige los destinos del país. Algunos piensan que es su estilo, su forma de ser, pero otros, la gran mayoría, piensa que hay algo de insania, desconocimiento, aventurerismo, incapacidad. O que no le importa un bledo, que no le da pena hacer el ridículo.
Pensamos esto por cuanto cada vez que el teniente coronel dice algo, hace algo, decide algo, no tiene ni pié ni cabeza, al menos para el común de los habitantes de este país. Cuando uno ve, siempre en cadena nacional, la cara de los que asisten, obligados por cierto, a esos actos se da cuenta que el rubor les sonroja, bueno nos referimos a aquellos que tienen cierta preparación y pundonor, porque hay unos que o no le están parando nada al discurso del “comandante en jefe”, o no lo entiende o no les importa.
Expliquémonos. Cuando él lanza aquello de “how are you Fidel”. Se ríen los asistentes al acto, pero sus caras son un poema. Cuando dice que va a construir dos millones de casas los cachetes se les ponen cual pomarrosa. Cuando le echa la culpa al Imperio o la IV de, por ejemplo, las fallas de electricidad, la inseguridad, la escasez, la inflación las frentes sudan copiosamente. Cuando interpela a alguno de sus ministros sobre tal o cual materia de su competencia y se auto responde antes de que el azorado funcionario pueda balbucear algo, éste, o sea el ministro, en su más profundo adentro se dice “si no fuera por los billullos que me estoy metiendo, saldría corriendo de aquí”. Cuando manda a algún general a mover tropas o tanques para invadir cualquier cosa, el general de turno piensa, enterrándose bajo la gorra para que no pueda leerle el pensamiento “qué se pensará éste pichón de Idi Amín”. Cuando se dirige a un embajador de esos países que están haciendo el negocio redondo con nuestro plata y le pregunta alguna estupidez, éste, o sea el embajador, se escuda en su muy pobre castellano y en su peor traductor para no decir absolutamente nada. Cuando vocifera a pleno gañote de que va a profundizar la revolución, que va a mandar hasta el dos mil siempre, que a él lo aman, que el pueblo es él, los que están más cerca de donde él está gritando, separados lógicamente por algunos cubanos, se les retuercen las vísceras, pero de nuevo los verdes pueden más que las convicciones, si es que las hay. Que si 6 por 8 son veinticuatro y que en la vida todo es matemática, o que él lo que quiere es la “felisidad” para su pueblo y por eso hay que “adquerir” armas para mantener la revolución, que si se va a bañar en el Guaire, y dígame cuando sale disfrazado de general norcoreano, la nausea se hace presente en la mayoría de los ídem. Cuando se convierte en filósofo y pontifica sobre temas profundos como aquello de “juventud divino tesoro de mi amigo Gustavo Adolfo”, algunos de sus más allegados, sobre todo de aquellos que no sacaron el bachillerato vía Misión Ribas, pierden el control de sus esfínteres. Oh, y cuando canta, el bel canto de las sabanas de Apure, la risa nerviosa contagia el auditorio. Los gallos saltan. Es que a mí, cuando chiquito, vendiendo arañitas me decían el trovador de Sabaneta. Y así, 4, 5, 6 y hasta 7 horas de pena ajena. Dios mío cuándo se terminará esto, y eso no sólo lo dicen los “ajuroacompañantes”, sino también los que por masoquismo no lo calamos durante todo ese tiempo frente al televisor.
Pero qué dirá el mundo de este espécimen. En una oportunidad oímos el grito gitano de “porqué no te callas”, que él lamentablemente no oyó. Y por intermedio de las filtraciones de Wikileaks hemos podido enterarnos de la opinión de algunos de “mis hermanos”, de “mis amigos”, que dicen que han dicho de él los más “agradables piropos”, pero que a por los maletines, contratos, proyectos, préstamos, regalos y demás dádivas, han hecho aceptable la compañía y, como yo, se lo han calado.
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