El tema de la canción que hace un tiempo impuso el cantante colombiano Juanes da para mucho.
De entrada es el reconocimiento de la existencia de Dios. Los ateos se devanan los sesos tratando de demostrar que Dios no existe, cuando la mejor prueba de su existencia es la imposibilidad de demostrar que no existe.
Como diría una amiga ¿si me explico? Creer en Dios es una necesidad tan grande que Voltaire se atrevió a decir que si Dios no existiera habría que inventarlo.
Pero no basta creer en su existencia, sino que es preciso tener fe en él. En la infancia se nos enseña que la fe, la esperanza y la caridad son las tres virtudes cardinales, esto es, fundamentales. En ese trípode se apoya toda la teología cristiana.
En el transcurso de nuestras vidas se nos presentan situaciones que ponen a prueba nuestras creencias y nuestra armazón de fe, esperanza y caridad. De pequeños solíamos creer a pie juntillas que el Niño Dios nos traería el juguete que con ahínco le pedíamos. Y cuando ello ocurría acrecentábamos nuestra fe Claro está que a veces se nos iba la mano en los pedimentos, al punto de no solicitar soluciones sino verdaderos milagros. ¿Quién no soñó con aprobar un examen sin haber estudiado? Del Cielo queríamos que nos bajara la ciencia infusa, como un don de Dios que creíamos merecer.
Los jóvenes bachilleres en trance de ingresar a la universidad y ante el requisito de presentar la prueba interna para poder ingresar a una carrera, se encomiendan a Dios y a todos los miembros del santoral, con promesas penitenciales a veces exageradas para lograr su propósito y no defraudar a sus padres.
Sin duda es un momento de tensión que puede definir su suerte futura. Por ello su acto de fe es profundo. Cuando nuestra fe se encuentra un tanto apagada Dios se encarga de enviarnos mensajes para reavivarla. Esos avisos nos vienen de diferentes maneras.
La convocatoria a un concurso para proveer cargos nos ofrece la posibilidad de resolver la crisis de desempleo y de paso la precaria economía familiar. Por manera que le ponemos todo el empeño del mundo y no ahorramos oraciones para pedir que se nos conceda la dicha de ganarlo. Bueno sería que esas convocatorias se dieran con más frecuencia. A no dudarlo nos restablecerían las creencias.
Quizá donde más se nota la presencia de Dios y sus señales, como la luz amarilla de los semáforos para indicar precaución, es tratándose de la salud. ¡Cuán pequeños nos mostramos ante la inminencia de una grave enfermedad! Somos infinitamente débiles e inusualmente sensibles. La desesperanza y la angustia nos rodean. Y es, justo allí, ante el mensaje divino de una enfermedad grave, donde advertimos nuestra poquedad y la necesidad de regresar a Él. Son momentos en que hasta los ateos creen. Por eso, para ver bien a Dios es necesario verter muchas lágrimas.
No fue de extrañar, entonces, el gran éxito que tuvo el tema musical de Juanes. Se trataba de una invocación al poder divino, una plegaria al Supremo Hacedor, en la seguridad que sería atendida pues jamás se cansa de complacernos, así nos imponga un camino lleno de abrojos para recordarnos nuestra pequeñez y mostrarnos su presencia.
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