A veces vale la pena volver a los significados básicos. El diccionario, por ejemplo, suele ser repudiado por los intelectuales como incapaz de darnos el sentido profundo de las cosas. Sin embargo, hay realidades tan elementales, tan sustancialmente primitivas, que con el DRAE basta. La palabra farsa puede ser una magnífica demostración. Tiene cinco acepciones pero todas ellas perfeccionan la trama de buena parte de lo que estamos viviendo. Una farsa es una comedia, cómica, breve e insubstancial, que sólo busca hacer reír. También dice que es una compañía de farsantes, dedicados por lo tanto a ejercer la necedad como oficio. El cuarto sentido indica que podría también ser una obra dramática, desarreglada, chabacana y grotesca.
Y finalmente propone que se entienda así al enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar. Asumo por lo tanto que, además del mal gusto, una farsa intenta parecer verdadera aun cuando no tenga sustento. Por eso su consistente brevedad.
Un gobierno es un complejo de actividades que buscan afanosamente tener sentido y trascendencia. Tal vez cueste entender que más allá de lo que se considere solemne y ritual, lo verdaderamente importante es aquello que se realiza continua y sistemáticamente. Llevar las estadísticas y desde esa valiosa información poder enfrentar las dificultades asociadas a la superación de un problema, es parte sustancial de la gestión pública. Hacer un presupuesto realista, e intentar cumplirlo, no es una exquisitez administrativa, sino la única forma de saber si las metas se están cumpliendo, y por lo tanto, llegado el momento, poder entregar resultados.
Hacer el mantenimiento de la infraestructura pública y prever el crecimiento de la demanda es otra forma de hacer lo mismo. Todos estos ejemplos indican que llevar las riendas del gobierno son menos propaganda y mucho más trabajo alrededor de decisiones que son menos elocuentes y más refractarias a la supuesta grandeza de un discurso. Y nada de eso se está haciendo en este país porque se ha preferido montar una colosal estafa social antes que hacer lo debido.
En esta farsa llamada socialismo del siglo XXI nada es como se presenta. El país exhibe casi con impudicia centenares de promesas malversadas apelando a la falta de memoria y al desinterés del colectivo. Sin embargo el incremento consistente de la protesta y las demandas sociales para que el régimen cumpla, por lo menos en parte lo que con tanta frugalidad ha prometido, está prefigurando una gran turbulencia social. Y hay razones concretas en cada uno de los déficits que se han venido acumulando y la casi inexistente capacidad de respuesta que cualquier instancia burocrática tiene para sortear la situación. Ya hemos visto que cualquier amago de protesta pública está siendo reprimido con crueldad. Pero también observamos que a pesar de eso lo que no han logrado es que los servicios funcionen adecuadamente. Pueden acallar la protesta usando una fuerza brutal e ilegítima, pero no logran resolver la esencia del problema cual es que toda esta revolución es una inmensa mentira, una gran farsa.
Pero a falta de pan, buenas son tortas. El gobierno más incapaz se está especializando en la artesanía del terror. La última muestra de lo sofisticada y retorcida que puede llegar a ser el intentar compensar el vacío lo vimos en la cadena nacional convocada como acto solemne desde la Asamblea Nacional. Aquí todas las acepciones de la palabra farsa se concentraron. Se pone en ascuas al país, se deja colar que vienen nuevas medidas expoliatorias, se llena el país de rumores ensombrecedores, y termina en un galimatías incomprensible cuya única finalidad fue demostrar que "el medalagana" está vigente y en plena capacidad para el maltrato y el oprobio. Nadie entendió el por qué de la gala. Nadie supo a quién le estaba hablando, y si el monólogo montado con esa clase de teloneros era o no un grito de auxilio, porque este tipo de tramoyas exige una brevedad que ha sido excedida con tanta largueza que ya no hay nada que decir si no se acompaña de realizaciones. La gran farsa es el último reducto de la escoria que aplaude con facilidad y acata con una docilidad tan indigna que lo que provoca es una inmensa pena. Recorrió el salón un presentimiento espectral, como si Calígula estuviese flotando entre las obras de Tovar y Tovar, a punto de cometer un exceso final, buscando por los rincones al asombrado Incitatus, nombrado cónsul a pesar de ser sólo un caballo. Qué atardecer tan grotesco.
Victor Maldonado
victormaldonadoc@gmail.com
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