Se desmoronaba el muro de Berlín cuando Francis Fukuyama publicaba en la revista The Natural Interest un pequeño ensayo -"El fin de la historia"- que pocos años después ampliaría y recogería en un libro del mismo título, el cual, desde entonces, es punto de referencia obligado sobre el tema. Aunque en su momento, 1992, fue mal interpretado -se le atribuyó que pronosticaba el fin de los acontecimientos, el término de la historia humana- lo concreto es que su mensaje era bien distinto: no habría más evolución política de la humanidad porque la democracia ha vencido a cuanto sistema se le opuso (monarquías absolutistas, oligarquías, autoritarismo militar, totalitarismos fascista y comunista, etc.) y, por tanto, más allá de ella no hay nada posible. Incluso, habría hecho nacer a un nuevo hombre.
Así veía Fukuyama el siglo que estaba por venir, el XXI.
¿Se está cumpliendo su grandiosa profecía? Obviamente, tan solo una década es un tiempo insuficiente para avalar cualquier conclusión al respecto.
Hay indicios muy serios en favor de ella: toda la Europa oriental, toda el área soviética se ha plegado a la democracia -cosa inconcebible poco tiempo atrás- y casi toda América Latina también, aunque ninguna de estas nuevas adhesiones pueda comparar sus alcances con los de las democracias tradicionales. Pero, en verdad como sustenta la sabiduría popular, principio requieren las cosas...
Frente al razonable optimismo existente en torno a esta cuestión, hay igualmente serias reservas que pueden llevar a poner en tela de juicio las ideas de Fukuyama. Examinemos dos posibles ejemplos: México y Uruguay.
El país azteca -uno de los grandes emergentes del continente- se ve enfrentado a una seria crisis de identidad y, aun, del ejercicio del poder democrático. En efecto, desde que asumiera el presidente Calderón, en 2006, se han generado 26 mil bajas letales en la lucha contra el narcotráfico. De esa espeluznante cifra, una decena de miles de muertos corresponde al presente 2010.
Prácticamente, la zona fronteriza, la que incluye las rutas de acceso al voraz mercado norteamericano, está dominada por cárteles de narcotraficantes rivales entre sí. El gobierno central ejerce en esa zona solo un dominio nominal aunque trata de combatir con todas sus fuerzas a esos mercaderes del vicio. Pero son los narcotraficantes quienes mandan. A pesar de que libran una cruenta guerra interna disputando el negocio de la droga, el enemigo común a todos ellos es el gobierno mexicano, la democracia que encarna y sus principios. Por ello, el narcotráfico mata a policías y a alcaldes, no permite entrar en la zona a quienes no comulgan con sus propósitos, paraliza la vida cotidiana trabando el ingreso de gasolina y hasta impide el ingreso de ayuda humanitaria para los sectores que la necesitan. Secuestra, tortura y mata a sus oponentes.
¿Cómo juzgaría Fukuyama las perspectivas democráticas de México? ¿Es compatible este sistema, cumbre de la humanidad política, con la realidad brutal que se vive en los estados limítrofes con la potencia norteamericana?
También nos preocupa, y mucho, nuestro propio país.
Claro está que nuestros problemas carecen de la gravedad extrema que corroe al país azteca. Pero, de todos modos, afectan y deterioran a nuestra democracia y ensombrecen su futuro. Porque no de otra manera hay que juzgar a la ola irrefrenable de paros que lo agobian y desestimulan. Si media docena de dirigentes sindicales puede decidir dejar a la población sin agua y sin luz, sin leche o sin transporte, sin asistencia sanitaria, sin educación o sin actividad bancaria esencial, entonces se impone una pregunta ineludible: ¿quién manda en este país?
Agregamos: ¿es tan débil nuestra democracia que puede ser manejada la vida cotidiana y las más vitales actividades por grupitos que adhieren a filosofías y regímenes totalitarios que, a su vez, allí donde imperan, se ocupan de que no exista el derecho a la huelga? ¿Cómo puede el Uruguay productivo darse el lujo de perder millones de horas de trabajo por año? La democracia uruguaya está siendo atacada desde adentro: se abusa de sus principios constitutivos en favor de intereses sectoriales e ideológicos y se socava su sustento teórico y su viabilidad práctica.
Quienes seguimos creyendo en las virtudes de la democracia debemos aceptar estas desviaciones como verdaderos desafíos para perfeccionarla y reiterar que nuestro norte está en el ejercicio de la libertad -no en el abuso de la libertad para terminar con ella- y, finalmente, que esa es la esencialidad que hay que defender a toda costa.
http://www.elpais.com.uy/10/11/23/predit_530546.asp
Este es un reenvío de un mensaje de "Tábano Informa"
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Así veía Fukuyama el siglo que estaba por venir, el XXI.
¿Se está cumpliendo su grandiosa profecía? Obviamente, tan solo una década es un tiempo insuficiente para avalar cualquier conclusión al respecto.
Hay indicios muy serios en favor de ella: toda la Europa oriental, toda el área soviética se ha plegado a la democracia -cosa inconcebible poco tiempo atrás- y casi toda América Latina también, aunque ninguna de estas nuevas adhesiones pueda comparar sus alcances con los de las democracias tradicionales. Pero, en verdad como sustenta la sabiduría popular, principio requieren las cosas...
Frente al razonable optimismo existente en torno a esta cuestión, hay igualmente serias reservas que pueden llevar a poner en tela de juicio las ideas de Fukuyama. Examinemos dos posibles ejemplos: México y Uruguay.
El país azteca -uno de los grandes emergentes del continente- se ve enfrentado a una seria crisis de identidad y, aun, del ejercicio del poder democrático. En efecto, desde que asumiera el presidente Calderón, en 2006, se han generado 26 mil bajas letales en la lucha contra el narcotráfico. De esa espeluznante cifra, una decena de miles de muertos corresponde al presente 2010.
Prácticamente, la zona fronteriza, la que incluye las rutas de acceso al voraz mercado norteamericano, está dominada por cárteles de narcotraficantes rivales entre sí. El gobierno central ejerce en esa zona solo un dominio nominal aunque trata de combatir con todas sus fuerzas a esos mercaderes del vicio. Pero son los narcotraficantes quienes mandan. A pesar de que libran una cruenta guerra interna disputando el negocio de la droga, el enemigo común a todos ellos es el gobierno mexicano, la democracia que encarna y sus principios. Por ello, el narcotráfico mata a policías y a alcaldes, no permite entrar en la zona a quienes no comulgan con sus propósitos, paraliza la vida cotidiana trabando el ingreso de gasolina y hasta impide el ingreso de ayuda humanitaria para los sectores que la necesitan. Secuestra, tortura y mata a sus oponentes.
¿Cómo juzgaría Fukuyama las perspectivas democráticas de México? ¿Es compatible este sistema, cumbre de la humanidad política, con la realidad brutal que se vive en los estados limítrofes con la potencia norteamericana?
También nos preocupa, y mucho, nuestro propio país.
Claro está que nuestros problemas carecen de la gravedad extrema que corroe al país azteca. Pero, de todos modos, afectan y deterioran a nuestra democracia y ensombrecen su futuro. Porque no de otra manera hay que juzgar a la ola irrefrenable de paros que lo agobian y desestimulan. Si media docena de dirigentes sindicales puede decidir dejar a la población sin agua y sin luz, sin leche o sin transporte, sin asistencia sanitaria, sin educación o sin actividad bancaria esencial, entonces se impone una pregunta ineludible: ¿quién manda en este país?
Agregamos: ¿es tan débil nuestra democracia que puede ser manejada la vida cotidiana y las más vitales actividades por grupitos que adhieren a filosofías y regímenes totalitarios que, a su vez, allí donde imperan, se ocupan de que no exista el derecho a la huelga? ¿Cómo puede el Uruguay productivo darse el lujo de perder millones de horas de trabajo por año? La democracia uruguaya está siendo atacada desde adentro: se abusa de sus principios constitutivos en favor de intereses sectoriales e ideológicos y se socava su sustento teórico y su viabilidad práctica.
Quienes seguimos creyendo en las virtudes de la democracia debemos aceptar estas desviaciones como verdaderos desafíos para perfeccionarla y reiterar que nuestro norte está en el ejercicio de la libertad -no en el abuso de la libertad para terminar con ella- y, finalmente, que esa es la esencialidad que hay que defender a toda costa.
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