La maldad tiene esa capacidad de demostrarse preciosa a los ojos de los interesados.
Puede resultar seductora esa pretensión de saber que mientras peor y más obscena sea la medida, más aplausos va a recibir de un auditorio cuya suerte está intensamente relacionada con la emoción que demuestren ante cada error y cada una de las crueldades y equivocaciones que se anuncian.
Así ocurrió la noche del lunes en la que avisó una nueva confiscación. No fueron tan obscenas sus palabras sino el contexto donde las dijo y la forma como encaró el problema. Ya ni siquiera se invoca la utilidad pública o el bien nacional. Nada de eso resultaba apropiado cuando de lo que se trataba era de vengar el ultraje de la duda. El "exprópiese" fue como un golpe en la mesa para recordar que el dueño había llegado y estaba reclamando la atención del país. Un país que mientras más se resista más fuete va a llevar en esta guerra asimétrica que unilateralmente se ha declarado contra la Constitución y cualquier asomo de Estado de Derecho.
Insisto de nuevo. Algo cambió en el propósito. Esa sensación inmarcesible del más allá de todo el mundo, ese solaz con el que se regodeaba y pedía el aplauso. Esas advertencias blindadas contra la más mínima evocación de disidencia. Ese reclamo a la risa que desafía su poder, retando el ánimo nacional, provocando la reacción. "Ríanse" repetía, mientras miraba la cámara con la seguridad que del otro lado nadie le iba a responder, mientras el auditorio azuzaba un "dale más" que la compostura impedía pero no evitaba. "Ríanse" que yo les devuelvo maltrato. "Ríanse" que yo desde aquí río de último, blindado por tanques rusos, misiles antiaéreos y pactos secretos.
"Ríanse" que yo mientras tanto ocupo la propiedad privada y le doy fuete a la ley. "Ríanse" mientras todos ustedes están en posición de ser violados repetidamente en algo más profundo, en el alma ultrajada, en los restos de la decencia nacional, envilecida luego de doce años de infortunio y degradación. Y continuaba riendo...Mientras tanto el país procesa un ultimátum que no va a poder evitar. La inseguridad recorre el país como un anuncio implacable de que no hay peor condición. La inflación, como otro jinete apocalíptico se ensaña en la probable indiferencia para recordar que todos los anuncios son inútiles. Que ninguno de ellos permea hacia la mejora personal, y que el abismo de la pobreza se anticipa como una posibilidad cierta.
El desempleo toca la trompeta que construye muros irrevocables de encierro y asesinato de cualquier posibilidad de futuro. Su sonido mata las esperanzas y anula el optimismo. La deuda pública se muestra como un derrumbe que nos entierra a todos, volviéndonos barro elemental y silencio. El dueño ríe y parece blindado. El dueño asola y castiga. Pero no puede atajar la sensación nacional de que estamos leyendo el epílogo de una gran tragedia.
Los que estaban allí celebraban el rictus. Aplaudían y formaban una compacta trama de infamia que fue expuesta con todo el morbo que fue posible. Era de noche, una larga noche, interminable oscuridad que debía ser aprovechada para anunciar que había vuelto el dueño para continuar la orgía de maltrato y destrucción. Así fueron vistos y oídos. Así fue registrado el episodio.
Aquí no hay país, ni ciudadanos, ni pueblo. Aquí hay voracidad y fuete. Esa es la esencia del régimen. Esa es la gramática del poder que rige en el país. Esa es la fuente de su ética y de su estética. Y esa será su perdición. El dueño estaba perfectamente vestido para el novenario del país decente. Mientras eso ocurría, decenas caían víctimas de un balazo. El país transcurría sin novedad entre la violencia desatada y el miedo que oprime y encallejona. Balazos que concluyen vidas, y realidades decretadas que sumieron a otros en la pesadilla del desempleo inminente. Esa palabra siempre es un acabose. "Exprópiese" es siempre un puñal en el pecho de familias que desde ese lunes no pueden dormir y no dejan de llorar. En el transcurso llegaron los planazos como anticipo de un nuevo régimen. El dueño pidió seriedad y compostura. Al dueño le molesta la risa del resto.
Presiente burla y descalificación. El dueño exige sometimiento y disciplina, y se coloca en posición para el ultraje, sin darse cuenta de que el país, aun colocado en el trance de la violación serial, no puede ocultar la carcajada. Es el fin.
victormaldonadoc@gmail.com.
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