“Hay 20.743 homicidios sin resolver en Caracas”. Ocho de cada diez muertes violentas en Caracas quedan impunes. En Vargas, las busetas se paran en protesta por el acoso del hampa, diez atracos diarios a colectivos se denuncian en esa región del Litoral Central. Tras una balacera en la que murió un asaltante de un policía, los habitantes de La Pastora se quejan del auge de la inseguridad en la tradicional parroquia caraqueña. Treinta y ocho muertes violentas en Caracas durante el fin de semana, se lee en la prensa del lunes 6.
“
No le abrimos a desconocidos y nunca dejamos la casa sola”, 64% de los venezolanos teme ser víctima del hampa en su propia casa. Lo que más ocurre son hurtos, secuestros y robos colectivos de edificios. Huelga de reos en las cárceles.
Tras una década y pico de indiferencia, y por razones electorales, el gobierno se da cuenta y convoca apurado una sesión extraordinaria de la Asamblea para aprobar una Ley Desarme como la que proponen los candidatos de la Unidad, cuando en todo el período no habían tenido tiempo de mirarla. Y el comandante del Core 5 de la Guardia Nacional, famoso por su desplante en la represión de una manifestación, suerte de Acosta Carles en ciernes, amenaza como el alcalde aquel con “plomo al hampa”, con el apoyo del Ministro del Interior que no hace tanto declaraba que el problema era “mediático”. O sea, que no es mediático.
Pero no son apuros, improvisaciones o bravuconadas lo que el país necesita y su realidad reclama a gritos. Es una política integral de combate efectivo a la violencia entronizada en la sociedad, que produzca seguridad para la vida y los bienes de los ciudadanos. Planes para reformar de verdad nuestro penoso sistema carcelario. Legislación acorde, políticas públicas lógicas, medidas eficaces, coordinación con gobernadores y alcaldes sin diferencias políticas, recursos suficientes.
También un Ministerio Público capaz, bien dotado y dedicado a eso, más que a la política. Y un Poder Judicial idóneo, independiente, efectivo que haga justicia.
DARSE CUENTA
“El modelo cubano no nos sirve ni a nosotros”. Lo acaba de reconocer, tras medio siglo largo empeñado en imponerlo, Fidel Castro Ruz, comandante en jefe de la Revolución Cubana donde ha sido gobernante supremo y jefe del partido.
Fue en una entrevista para la revista The Atlantic, que muy probablemente no podrán leer los cubanos de la isla, a menos que sea publicada en alguno de los pocos medios de comunicación que allí existen, todos propiedad del gobierno.
Dice Castro ahora lo que el mundo entero, con escasas excepciones románticas o insinceras, viene diciendo desde hace mucho tiempo.
Lo que vienen sintiendo los millones de cubanos que sobreviven y resuelven en medio de la precariedad más espantosa. Lo que empujó a multitud de familias y personas individuales a irse de su país, a dejar sus seres queridos, sus recuerdos, sus vivencias, sus cosas y sus casas, aunque fuera lanzándose al mar infestado de tiburones, con tal de salir de aquella asfixiante atmósfera de frustración.
Ese modelo no funciona. No funciona porque empobrece. Porque reprime la condición humana. Porque no produce los bienes y los servicios que hacen falta.
No funciona porque iguala por debajo a la mayoría, mientras el grupito de los poderosos se da la gran vida, quejándose del “acoso implacable del imperio” y vendiéndole al mundo “los logros indiscutibles de la revolución”. Cuento.
Castro, siempre sagaz, reconoce ahora que no funciona aquello que impuso a sangre y fuego. El modelo que tuvo en él primer ideólogo, ejecutor, defensor y promotor, cuya validez reclamaba hasta ayer en sus “Reflexiones” de Gramma.
Si se hubiera dado cuenta antes. Como Gorbachov. Siquiera veinte años antes, cuando la Unión Soviética se deshizo y se derrumbó el Muro de Berlín y se acabaron los llamados “países socialistas”.
Salvo Cuba y Nord Corea, porque China y Vietnam mantienen el cerrojo político pero cambiaron económicamente. Porque ese modelo fracasó, en todas partes. ¿Cuántas vidas se hubieran salvado? ¿Cuántas amarguras se hubieran evitado? Se habrían ahorrado vidas, tristezas, sinsabores, familias rotas, destierros, prisiones. Ahora es demasiado tarde para todos ellos, aunque la Patria podrá reconstruirse.
El que tenga ojos, que vea. El que tenga oídos, que oiga.
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