En los llamados mentideros políticos no se habla de otro asunto. En cualquier reunión social es tema obligado. Qué pasará el 26, se preguntan todos. Que si tales encuestas dicen una cosa, y que si tales otras opinan esto otro. La incertidumbre cunde.
Lo cierto es que la preocupación fundamental es cómo saldrán de este evento electoral crucial las dos fuerzas que compiten, toda vez que el resultado final determinará el curso político sucesivo de los años por venir.
Las fuerzas democráticas con sus partidos a la cabeza -que es lo que más interesa a quien escribe estas líneas- apenas están saliendo del foso en que cayeron. Les queda aún camino por recorrer para su asentamiento definitivo y consolidación, después de la debacle sufrida en los últimos años.
Las viejas y nuevas organizaciones tienen por delante no pocos desafíos en los planos organizativos, doctrinarios y de mensaje. Sus diversos proyectos de país deben madurar al calor de las realidades actuales y futuras, y en eso deben poner un gran esfuerzo. No sólo porque es esencial a todo partido, sino también por la circunstancia anómala que vive nuestra sociedad. Podemos y debemos formular críticas hacia ellos, y es sano que así sea. Lo que no se debe hacer es dejar pasar por alto ciertos cuestionamientos injustos a la dirigencia unitaria y su proceder, cuyos fines, a veces, no se muestran muy transparentes. Ya vendrán los balances, y esperamos de ellos sindéresis, no política carroñera.
En tal situación de debilidad estructural, los partidos en conjunto están enfrentando otro reto mayor: derrotar a mediano plazo un gobierno autoritario militarista, de pensamiento colectivista y con vocación totalitaria; tarea ésta de formidables exigencias, para la cual no cuentan todavía con todos los dispositivos políticos, organizativos y de recursos necesarios. De allí la estrategia acertada de ir avanzando con paso firme de manera progresiva en la captura de posiciones institucionales, imprescindibles en la recuperación de una verdadera institucionalidad democrática.
Es verdad, hay razones para la impaciencia. Estamos presenciando a diario la destrucción del país, de su economía y sus instituciones. Los servicios públicos (seguridad, salud, educación, vialidad, etc) cada día que pasa están peores. La incompetencia y la corrupción campean. La crispación política y social no puede ser mayor. Sobre estos temas no hay abundar mucho, todos los conocemos.
El 26 de septiembre será otro hito en este duro recorrido de lucha por la libertad y la democracia que nos conducirá al triunfo definitivo sobre las pretensiones totalitarias y comunistas del régimen actual.
Es muy difícil saber de antemano un resultado aproximado del evento electoral próximo. Las distorsiones contrarias a la Constitución introducidas en los circuitos electorales por un Consejo Nacional Electoral (CNE) arrodillado frente al tirano, conspiran contra la opción opositora democrática, al arrancarle un número importante de diputados que le correspondería si se respetara el principio de proporcionalidad.
Además, es notoria la complicidad del CNE en lo relativo a los abusos de publicidad y la participación de los funcionarios públicos en la campaña electoral. Esto sin mencionar, la puesta a disposición de todos los recursos del Estado a favor del PSUV, violando las leyes vigentes sobre la materia. Este marco desventajoso para los partidos democráticos aunado a las debilidades que éstos aún sufren, nos obliga a colocar los pies sobre la tierra a la hora de la formulación de las aspiraciones de los sectores democráticos.
Prácticamente, estamos subiendo una cuesta, a partir del hoyo en que estábamos, gracias a nosotros mismos. Mantenemos la mayoría en regiones económicamente importantes, sobre todo, las más populosas y urbanizadas. Y esto no es un dato nimio a la hora de los análisis. Nuestra debilidad está en los estados predominantemente rurales, en donde las organizaciones democráticas son casi inexistentes. En estos últimos, los números nos son adversos, y ya sabemos que los diputados allí requieren menos votos que en las regiones grandes.
Pasar de no tener ningún diputado a tener una cantidad considerable es un gran logro, habida cuenta de todos los factores desfavorables señalados. Sacar una significativa cantidad de votos que equilibre la correlación de fuerzas no es una tontería. Es un hecho político de gran peso para el país y el mundo que nos observa. No reconocer que tales resultados son un avance decisivo, es estar al margen de la realidad. En términos políticos, el país, sin ninguna duda, será otro el 27 de septiembre, y para bien.
Mucho ha costado enfrentar unidos las grandes amenazas que se ciernen sobre el futuro del país.
La UNIDAD DEMOCRÁTICA y todos los partidos que la conforman están dando una gran demostración de madurez y seriedad políticas. Somos optimistas de cara a este próximo paso que dará la sociedad democrática venezolana en su empeño por restablecer plenas libertades, recomenzar el camino de la prosperidad para todos sin excepción y conquistar la armonía social.
emilio.nouel@gmail.com
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