La maldición del faraón y semidios de Egipto, el joven Tutankamón quien prematuramente murió 1333 años antes de Cristo, consistió en que aquellos que profanaran su tumba recibirían como castigo (juicio) el que todos morirían de forma trágica e irremediable. Viajando desde ese otro extremo del mundo y recorriendo 3.343 años hasta llegar a la Venezuela del siglo XXI, nos preguntamos si acaso existe alguna maldición o juicio contra aquellos mortales que profanen la tumba del padre de la patria. Esa sentencia debe estar oculta en algún rincón de La Gran Colombia, porque la violación del sarcófago que guarda los restos de un personaje de la talla de nuestro Simon Bolívar, no puede pasar desapercibida para los dioses, ya que además de héroe, nuestro ilustre libertador al igual que Tutankamón es considerado un dios por los pueblos a quienes consagró sus luchas para librarlos de la esclavitud de la época.
La profanación de tumbas sin fines científicos, por lo visto conlleva una especie de juicio dictado por los propios dioses en contra de los mortales que traspasan sus linderos y violentan sus moradas. En el caso de la maldición de Tutankamón, la única persona que sufrió una muerte natural, de los 20 que penetraron en su eterna morada (3.270 años) para exhumar sus restos y sustraer sus tesoros, fue el científico (arqueólogo y egiptólogo) inglés Howard Carter quien murió en 1939 después del hallazgo (1922) de la maravillosa cámara mortuoria. Se llegó a especular que todas esas muertes extrañas que se sucedieron en cadena, se debieron a una sugestión o envenenamiento mental más que a una maldición de los dioses. Bueno, tal vez sea esa la forma como los dioses ejecutan sus sentencias.
El cuerpo de Moisés el líder de los hebreos, que liberó a su pueblo del yugo egipcio, nunca se supo dónde lo sepultaron debido a que Dios mismo se encargó de esconderlo para evitar que los judíos le rindieran adoración. Mientras que, la sepultura de Jesús el Cristo (Mesías) fue abierta por los propios dioses o ángeles con la anuencia del Soberano que reside en los cielos. Cuando la madre de Jesús junto con otras mujeres visitaron la tumba con la intención de preparar el cuerpo del crucificado, la gigantesca piedra que sellaba la entrada de la sepultura ya había sido removida por un poder sobrenatural. Las mujeres vieron al ángel sentado sobe la roca y entraron al sepulcro, pero el resucitado ya se había levantado de entre los muertos.
Algunos mortales lideres de Sur America y del Caribe arrastran maldiciones sobre si y sobre sus pueblos por desoír la voz de los profetas, por andar erigiendo bustos a cuanto desalmado anda por allí vagando como alma en pena, y, por andar excavando tumbas con la ilusión de reinventar la historia y abrogarse epopeyas que solo pertenecen a los dioses o a los escogidos por estas divinidades.
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