Pensemos en que a su llegada seguirá buscando por el mundo a Guillermo Zuluaga, reo del más atroz de los delitos, y el más raro, el de usura cometido por guardar en garajes de su casa por lo menos 20 camionetas costosas, con cuyo acaparamiento pretendía alterar el precio de las 200.000 unidades, cuando menos, que se negocian en la tierra del Libertador cada año. De criminales así hay que limpiar el mundo de Colón. Y seguirá guardado en la más negra de sus mazmorras ese Alejandro Peña Esclusa, quien se había atrincherado en su casa con un arsenal de explosivos, y con el apoyo logístico de su esposa y de sus tres hijitas, la menor de ocho años, evidentemente peligrosa para la estabilidad del régimen.
Hasta esa colosal hazaña, Zuluaga y Peña Esclusa tenían una perversidad en común. Pensar, que es tan mala práctica, y compartir con otros su pensamiento, que ya es cosa intolerable.
Por ejemplo, no les parecía bien que se concentrara todo el poder del Estado en una sola mano, con lo que se consigue una forma tan expedita de mando. Criticaban la eliminación de las voces opositoras, de sus medios impresos, de sus canales de televisión y radio, con lo que se logra tan buen ahorro de papel, tinta, estaciones, antenas y uso del espectro electromagnético. Chávez detesta esos despilfarros. Como odia a los estudiantes que gritan en la calle cada que se roba unas elecciones, perturbando los derechos del vecindario al silencio. Como se enfurece con las manifestaciones que rechazan los regalos que con el dinero de los venezolanos agasaja a sus compañeros del Foro de São Paulo.
No comprender las razones humanitarias envueltas en los miles de millones de dólares que van para Castro, por ejemplo, tan viejito que despierta piedad, o para los Kirchner, que tan ocupados con la suerte de Argentina tienen que olvidar sus propios negocios, es inconcebible. E inaceptable.
A Zuluaga y a Peña Esclusa les horroriza el crecimiento exponencial de la violencia en Venezuela, para Chávez prueba del indómito coraje de su gente. Condenan la pauperización del país más rico de América, la dilapidación de sus recursos gigantescos, la ruina de su aparato productivo. Gusanos capitalistas, al fin y al cabo. Se sienten ofendidos por la mayor inflación del Continente, la caída del PIB y que Venezuela tenga sus títulos de deuda como los más riesgosos del mundo. También critican que el campo venezolano no produzca nada y que el mercado se tenga que hacer afuera. No entienden estos torpes que si se compran submarinos y misiles y aviones ultrasónicos y tanques de guerra, de una vez se aprovecha para la carne y la leche, el café y el papel higiénico.
Nosotros, en cambio, tenemos mucho que agradecerle al Coronel. Para empezar, la hospitalidad brindada a 'Iván Márquez', a 'Timochenko', a 'Grannobles', a 'Granda' y a miles de sus amigos, que hacen turismo ecológico por la Serranía del Perijá. También por el albergue para 'Gabino', 'Antonio García' y sus compañeros del Coce. Y por las facilidades que tuvieron 'Jabón' y tantos como él, esforzados empresarios consagrados a sacar por sus mares más de 300 toneladas por año de un polvo blanco que gusta tanto en Europa y Estados Unidos. Y por cerrarnos la frontera y por poner a nuestro Presidente en su sitio llamándolo matón, mentiroso, narcotraficante, hipócrita, terrorista internacional. Si alguien no lo hiciera, se tomaría demasiado en serio aquello del amor que le tiene el 80 por ciento de sus despistados gobernados.
Nuestro invitado de honor está próximo. Arriba los corazones.
Fernando Londoño Hoyos
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