Entre las muchas verdades que J. R. R. Tolkien enseña en EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, hay una a la cual conviene que los venezolanos prestemos especial atención. En el Capítulo 9 del Libro V, durante LA ÚLTIMA DELIBERACIÓN, el autor pone en boca de Gandalf unas palabras que hacen vibrar los corazones de sus interlocutores. Dice: "(…) no nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir, extirpando el mal en los campos que conocemos, y dejando a los que vendrán después una tierra limpia para la labranza".
Tales palabras reflejan un profundo conocimiento de lo humano. Hacen patente que la justicia no es una gratuidad histórica ni fruto del azar. Esta deriva del esfuerzo de los hombres, del ejercicio de la libertad de acuerdo al bien. Toda la vida humana, tanto individual como colectiva, se presenta como una batalla en la cual se intenta hacer prevalecer el bien sobre el mal. Así ha sido en todas las épocas y así seguirá ocurriendo mientras haya hombres sobre la tierra. Por eso Platón se refirió en el Libro I de LAS LEYES a una inexorable lucha que tiene lugar en el "alma" de las ciudades: cuando gobiernan los malos -dice- la ciudad no se ha vencido a sí misma, no ha derrotado su capacidad de mal; cuando gobiernan los justos, en cambio, la ciudad se ha vencido a sí misma, ha derrotado el mal del cual es potencialmente capaz.
El sentido de la lucha de los venezolanos es, entonces, lograr que Venezuela se venza a sí misma, que impere lo bueno sobre lo malo. Ello supone una lucha personalísima en el alma de cada venezolano concreto. Cada uno tiene la responsabilidad de pelear desde su propio terreno, sin desfallecer y sin poner términos de preclusión. Sencillamente hay que luchar mientras existan injusticias. Nada importan fechas y/o tiempos. Y cuando aparezcan la desesperanza y la tentación de pensar que nuestra lucha personal no vale la pena, que no es suficiente o que solos no lograremos arreglar las cosas, tendremos que repetir las palabras que Cicerón se decía a sí mismo, en circunstancias equivalentes: "Por lo que respecta a mí, no se perderá la República".
Ceder ante la tentación de abandonar la lucha equivaldría a renunciar a entregar "una tierra limpia para la labranza" a las próximas generaciones. Allí está el núcleo del mensaje de Gandalf. No luchamos sólo por nosotros mismos, por el hoy y ahora. Luchamos -sobre todo- por el porvenir, por quienes poblarán esta tierra en el futuro. Comprenderlo es fundamental para cerrarle las puertas a la pusilanimidad -al encogimiento de espíritu-, y también para allanar el camino a la magnanimidad, a esa grandeza de alma tan necesaria para aspirar las cosas más nobles y hermosas. Dentro de ellas se encuentra, por supuesto, el anhelo de una patria libre y virtuosa. Con lucha sin cuartel, con perseverancia, la conseguiremos. Abriremos el camino.
jmmfuma@gmail.com
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