La vergonzosas declaraciones del segundo hombre fuerte del régimen, Diosdado Cabello, este lunes en la sede del PSUV, en las que sigue atizando el conflicto con la jerarquía eclesiástica, la oposición, medios y periodistas, y recurre a la herramienta del miedo, ponen de manifiesto el desespero del Gobierno ante un muy probable resultado desfavorable a sus fines en la contienda electoral del venidero 26 de septiembre.
Se trató, en sí, de un mensaje directo a la militancia peseuvista, que resiente los efectos de una política ineficiente y percibe, como todos en este país, la ine
ficiencia y la corrupción que expele sus olores putrefactos por todas partes.
Aparte del escándalo de dimensiones mayúsculas que le ha resultado el problema de los contenedores con comida descompuesta -que comunicacionalmente no han sabido atajar ni mucho menos revertir-, el proyecto de ley de comunas ha prendido una alerta en la población que ve con claridad un camino riesgoso y resbaladizo que conduce a un régimen de signo comunista con su inevitable pérdida de derechos fundamentales.
Cabello recurre a la vieja y manida práctica de remarcar las diferencias y amenazar a sus adversarios políticos. Amenaza a periodistas "contrarrevolucionarios" que supuestamente han recibido financiamiento de agencias estadounidenses con el propósito de desestabilizar y denostar del Gobierno; siguiendo órdenes de su jefe, prosigue el rosario de insultos y descalificaciones hacia el cardenal Urosa Savino y los altos prelados de la Iglesia católica al tiempo que despotrica de los partidos opositores, norma de mención permanente del guión rojo rojito.
En el fondo todo se resume en una declaración que desnuda la verdadera causa de tanta violencia verbal: "debemos lograr llegar a las elecciones con una conciencia clara de que nuestra participación en las elecciones es fundamental".
La revolución necesita un parlamento sumiso e incondicional como el que ha tenido en estos últimos cuatro años, que moldee las leyes al antojo de su comandante presidente. Pero también sabe que la oposición sacará una buena tajada y que su electorado natural puede, o bien abstenerse o deslizar su voto hacia el cambio real. Ese sí es el miedo real de la dirigencia chavista: pánico a perder el control, al cese de la impunidad con que opera, temor al control político real (no el que supuestamente hacen la Contraloría y la Defensoría) y, sobre todo, a la idea de no poder más meter las manos indiscriminadamente en las arcas del Estado para sus propósitos políticos y personales.
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