Una de las virtudes sobresalientes que los creyentes le atribuimos a Dios, es Su paciencia. Aprendimos que incluso es paciente para la ira; cuánto más para manifestarse conforme a nuestras peticiones. Ahora, bien, no es que sea propiamente tardo, sino que en el universo de Dios el tiempo no es como el nuestro. Los mortales nos regimos por los meses y los años; en cambio, en el mundo espiritual todo es eternidad. Para Dios, un año son como 1000. Imagínese usted.
Partiendo de esta primicia podemos especular que la estrategia de Dios es aguardar el momento preciso y oportuno para actuar. En cambio, los hombres andamos ansiosos debido a lo transitorio de nuestras existencia. Contabilizamos más errores que aciertos en nuestro libro de vida. Es que, de los errores se aprende mucho mas que de los aciertos. Un solo acierto sirve para cubrir esas huellas opacas que dejamos en nuestro transitar por la vida. A esto se agrega la virtud excepcional de los mortales en olvidar lo malo y hasta lo bueno que hacemos.
El malvado traza su estratagema para dominar al hombre manso, porque cree que el prójimo no tiene doliente. En cambio, Dios se coloca en posición estratégica para liberarlo cuando el bienhechor cree que su causa está perdida. Cuando los Hebreos huían de Egipto y el Faraón los acorraló entre las montañas y el mar, las turbulentas aguas se aquietaron y se abrieron como un canal de navegación para que pudieran escapar. Cuando sintieron hambre en el camino y no había qué comer, el viento soplo a su favor y les trajo el “mana del cielo“. Cuando tuvieron sed en medio del desierto, de una roca brotó agua dulce y todos se saciaron. Y, cuando las serpientes los mordían en el calcañar, levantaban su mirada de fe hacia el madero y eran sanados.
El mundo está de nuevo convulsionado y las naciones se pelean entre si y las comunidades de un mismo país se levantan unas contra otras. Es la estratagema del hombre en acción. Pero del otro lado Dios estira la cuerda y coloca la plomada sobre el terreno y vacía los elementos para pavimentar el camino. Es entonces cuando se produce la gran colisión entre los planes del hombre inicuo y los proyectos de Dios. El hombre calcula sobre la base de sus propios recursos; pero los alcances de Dios son ilimitados y sorprendentes. Cuando el hombre recurre a Dios en su ayuda, suma votos en lugar de restarle fuerza a su estrategia, porque el Altísimo pone en el espíritu de la gente el sentir como el querer hacer. En unos pone temor, y a otros les infunde valor. Las murallas son derribadas y los gobernantes sucumben ante la invulnerabilidad de Su estrategia.
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